La danza de las vírgenes

Por Jerjes Ascanio
El joven seminarista procuraba, pues, no acariciar completamente ninguna imagen antes de dormirse. Cuidaba de ponerse de costado, no de espaldas, postura señalada por la teología moral como una de las causas que podían inducir a la lujuria.
Después de haberse puesto de costado y de invocar a su ángel de la guarda, se consideraba en paz con su conciencia. Lo que sucediera luego ya no dependía de él.
Si un bello rostro se inclinaba demasiado cerca de su virginal almohada, o si una hermosa mano se insinuaba en su lecho limpio, ¿que podía hacer contra ilusiones diabólicas?. Ni su mismo ángel de la guarde podría hacer nada.
El joven clérigo se esforzaba para que estas perturbaciones del cuerpo no le dejaran marcas en el espíritu, pero, por desgracia, este quedaba muy trastornado.
Sin poderse librar del amor propio y lleno de escrúpulos, terminaba con sus tribulaciones masturbándose.
Está angustia física le dejaba en el alma una excesiva preocupación. Parece que a veces no es buena cosa vivir a cargo de la cruz.
La imaginación y los sueños son los locos de la casa. El joven alumno a cura, estaba siendo abofeteado por la carne.
¡La castidad! Ese desafió lanzado a la naturaleza, es para los sacerdotes, su objetivo...