“La Danza de los Vampiros”, Roman Polanski

Publicado el 16 septiembre 2019 por Imagenesyletras @imagenesyletras

The Fearless Vampire Killers (Los intrépidos asesinos de vampiros) o simplemente “La Danza de los Vampiros”, es una película realizada por Roman Polanski en 1967 que parodia a las historias de vampiros, protagonizada por el propio Polanski junto a Jack MacGowran, Ferdy Maine y Sharon Tate. Una película de terror y de humor.

La Danza de los Vampiros“ es la primera película de Roman Polanski para la industria hollywoodense (MGM, incluso con un vampiro reemplazando al león en la presentación), aunque fue filmada en Europa: exteriores en Ortisei, Alpes Dolomitas — al norte de Italia —, y los interiores en Londres. Por supuesto, los productores estadounidenses la editaron a su gusto y le cambiaron el título a “The Fearless Vampire Killers or Pardon me but your teeth are in my neck” (Los Audaces Matavampiros o Perdón, pero sus dientes están en mi cuello). Sin embargo, no parece haber sido destruida del todo desde la perspectiva del espíritu del guión.

Los “audaces” asesinos de vampiros no son otros que el connotado investigador de murciélagos, Profesor Abronsius (Jack MacGowran) y su ayudante Alfred (Roman Polanski), quienes llegan a una posada en Transilvania para dar inicio a sus investigaciones. Abronsius, que ya ha publicado un libro y tiene en imprenta el segundo, desea confirmar ciertos datos sobre los vampiros, como que el ajo los ahuyenta, que se espantan ante la presencia de una cruz, que no se reflejan en espejos, que mueren al enterrárseles una estaca de madera en el corazón (“entre la séptima y la octava del lado izquierdo”) y otras premisas tan obvias para los conocedores del vampirismo. La posada le pertenece a Shagal (Alfie Bass, “Help”, “El Regreso de La Pantera Rosa”), un comerciante casado con Rebecca (Jessie Robins, la tía de Ringo Star en “Magical Mystery Tour”). Junto a ellos viven la criada Magda (Fiona Lewis) y su hija Sarah (Sharon Tate).

Alfred (Roman Polanski) y el Profesor Abronsius (Jack MacGowran).

Es interesante destacar que todo el primer acto transcurre aquí. Este es el centro de operaciones desde donde se plantea el conflicto y los objetivos de los personajes. Abronsius y Alfred se disponen en medio del frío a descubrir algo que todos los habitantes del lugar temen y que es la existencia de un castillo donde habitan vampiros. En casi media hora de película son puestos sobre la mesa los indicios que el Profesor Abronsius está buscando, pero sin ver ni la sombra de algún hombre-murciélago. Vemos ajos colgados por todas partes, el cómplice silencio de los lugareños frente al tema y, por supuesto, la presencia del jorobado Koukol (Terry Downes), el sirviente del castillo que se apersona en la posada a buscar víveres. Pero es la desenfrenada personalidad de Shagal lo que empieza a moverlo todo. El posadero está sexualmente obsesionado con la criada, Magda, lo que provoca los violentos celos de su mujer. Pero no parece ser el único. El propio Alfred no ha parado de mirarla con descaro desde que llegó a la posada, aunque su verdadera atención está puesta en Sarah.

Sharon Tate y la escena del baño

Primero son sólo tímidas miradas, pero luego es la irrupción de ella en su habitación lo que cambia las cosas. La pieza donde duermen Abronsius y Alfred es la única que posee baño con tina, y una tina con agua caliente es la debilidad máxima de Sarah (“Es una costumbre que adopté en el internado, ¿sabe?”). Toda su sensualidad aflora para pedirle a Alfred que le permita pasar al cuarto de baño. El doble sentido usado en la conversación entre la bella hija del posadero y el tímido ayudante del profesor, despiertan en éste un enamoramiento definitivo. La sensual imagen de Sharon Tate bañándose -espuma, esponja y tina de madera mediante-, es uno de las imágenes imborrables de “La Danza de los Vampiros” (e imborrable para un par de generaciones).

Sarah (Sharon Tate).
El Conde von Krolock (Ferdy Maine) raptando a Sarah.

Sin embargo, es en este momento cuando aparece por primera vez el Conde von Krolock (Ferdy Mayne), introduciéndose por la claraboya y atacándola hasta introducir sus colmillos en el cuello de la chica. Alfred, que, como todo un caballero aguarda al otro lado de la puerta, siente ruidos y observa todo por la cerradura, intentando comunicárselo al Profesor, pero ya es demasiado tarde. El Conde ya la ha raptado y los acontecimientos han tomado un giro diferente. Shagal sale en su búsqueda, pero solo logra que los lugareños lo traigan a la mañana siguiente congelado y sin ninguna gota de sangre en el cuerpo.

Mientras Abronsius se muestra fascinado ante los hechos que pueden probar sus teorías, su asistente solo tiene en mente a Sarah. Intentan enterrar una estaca en el corazón de Shagal, pero este se les escabulle. Incluso entra en la habitación de Magda, la que horrorizada le muestra una cruz (tomada como si fuera un arma, como en todas las películas de vampiros), pero él se ríe de buena gana ignorando el símbolo: ¿es lo que todos los analistas han definido como un “vampiro judío”? Ante el giro de los acontecimientos, el Profesor Abronsius y su ayudante Alfred, deciden ir a investigar in situ. Y se dirigen al castillo.

El Castillo de la familia von Krolock

El Conde von Crolock ofrece a sus invitados su “magnífica bibiloteca”.

El traslado lo hacen esquiando (deporte favorito del realizador), en una escena en que se invierten los papeles: el ayudante aquí es experto, y el intelectual profesor es definitivamente torpe. El paisaje nevado en plano general, se presta ahora para la diversión y el encanto, como lo es también el mono de nieve que Alfred hizo antes ante la mirada de Sarah. Por el contrario, los copos que caen por la claraboya del baño son testigos melancólicos de su rapto a manos del Conde. El resto del relato sitúa la nieve como un código que acentúa el miedo, un motor extra para temblar, un medio difícil de andar.

En el castillo de los von Krolock se produce el primer contacto entre los investigadores y el Conde (después de la primera media hora). De la molestia por la intromisión en su hogar, el anfitrión pasa a la adulación, una táctica que emplea para hacerle creer a Abronsius que en verdad está interesado en su trabajo, “que ha leído su obra” y que pone a su disposición su “magnifica biblioteca”. El “quiróptero humano” tiene un objetivo que está próximo a conseguir: sembrar de vampiros el planeta al amparo de Lucifer. Sin embargo, la fantasía siempre nos depara una pregunta instantánea: ¿por qué “diablos” no les chupa la sangre y ya? Pero he aquí el encanto del género de terror y más aún en una parodia: ¡Los invita a quedarse! Es que, en el fondo, el Conde mantiene esa humana tendencia a la egolatría. Imagina su nombre en los libros, transformándose en motivo de admiración.

Alfred se reencuentra con Sarah en el castillo.

Que un connotado profesor haya llegado de improviso a su castillo y pueda hablar de él en su próxima investigación, es un regalo “del demonio”. Pero además, nos referimos a un señor, un caballero. Un vampiro dechado de elegancia jamás le muerde el cuello a otro caballero frente a la cámara. Los hombres siempre aparecen mordisqueados, pero nunca siendo mordidos. Para el espectador, el vampiro guarda sus mejores escenas de exhibicionismo ante las chicas. ¿Los señores? No, gracias. Ellos pueden quedarse a dormir en el castillo. Pero, ¿y si en el castillo habita un vampiro homosexual?

La escena del vampiro gay

Uno de los elementos más originales de la película es la presencia de Herbert (Iain Quarrier), hijo del Conde, quien toma un especial “afecto” por Alfred desde su primer encuentro. Cuando el personaje representado por Polanski busca a Sarah (que debía estar en la bañera de uno de los baños del castillo), este se encuentra en su lugar con Herbert von Krolock. De aquí en adelante nos situamos frente a uno de los momentos más hilarantes y, a la vez, terroríficos de la película. Alfred es muy tímido, por lo que ha hurtado de la biblioteca un pequeño ejemplar titulado “Cien maneras de declararle un tierno amor a una damisela decente”, teniendo como objetivo a Sarah. Pero Herbert descubre su “secreto”. Mientras el vampiro gay intenta practicar las sugerencias del libro con Alfred, el torpe asistente del Profesor Abronsius se da cuenta que frente al espejo es solo él quien se refleja. Definitivamente el horror es doble: está sentado junto a un vampiro de verdad, su vida corre peligro, pero además, su integridad sexual también está a las puertas del ocaso. ¡Doble posibilidad de muerte! Justo en el momento en que Herbert se dispone a clavarle los colmillos, ¡Alfred le interpone el libro y estos se clavan en la tapa de cuero!

Herbert von Crolock decide llevar a la práctica con Alfred las enseñanzas del libro “Cien maneras de declararle un tierno amor a una damisela decente”.

Es una escena maravillosa, porque reúne todo lo que es la película: uno siente tanto terror que lo único que desea como espectador es que Alfred huya para no morir; pero es también una escena en que el humor es tan potente, que el miedo cede espacios. ¿Puede una parodia producir escenas de tanto temor como ésta?, ¿es posible reírse cuando un ser humano está a punto de morir en manos de un vampiro? Parece que sí. La escena entera es un sarcasmo. El terror heterosexual al acoso gay perfectamente parodiado.

Una sátira que supera al género

El segundo acto se basa en la búsqueda de pruebas, la comprobación de que los von Krolock son vampiros y el intento de Abronsius por exterminarlos con una estocada en el corazón, pero la torpeza y falta de concentración de su asistente, retrasan el objetivo. Y aquí es donde la parodia se mezcla con el género parodiado.

Para los estudiosos de Polanski, “La Danza de los Vampiros” es una de las mejores películas de vampiros que se haya hecho. Lo comparto. Las razones van desde la ambientación, decorados, vestuario (¡todo el arte!), hasta la utilización de los códigos esperables en una obra de género. No importa que existan mil películas o dos mil libros (“Drácula”, “Nosferatu”, “Sombras Tenebrosas”, “Yorga”, “Blácula”, “Drácula y las mellizas”, “Kung Fu contra los siete vampiros de oro”, “Blade”, “Buffy”, “Entrevista con el Vampiro”, “Abierto hasta el amanecer”, ”Sangre Eterna”, etc.) el género exige que cada nueva historia contenga la presencia de sus códigos reiterativos. En este caso: castillo, conde, ayudante, colmillo, cripta, investigador, ajo, cruz, estaca… y una víctima femenina. Polanski se preocupó con tanta dedicación, que lo expuesto en la pantalla es de una calidad superior, incluso por encima de las tantas realizaciones de la productora británica Hammer [1] a la que de una u otra forma quiso homenajear. Todos los clichés verbales y visuales, la fotografía, los hermosos telones… todo se transforma en un regalo.

Del terror al humor

El Profesor Abronsius y su ayudante Alfred escapan por las cornizas del castillo.

Pero la parodia no se vio superada. El humor que incluyó Roman Polanski lo equilibra todo. Existen diálogos que se encuentran en el límite exacto entre el absurdo y la carcajada del chiste. Ese límite es el que hace de este tipo de sátira algo tan sabroso. Ya cité la conversación del Conde von Krolock y el Profesor Abronsius sobre el trabajo científico de éste. Pero la lista es larga: Alfred masca un ajo después de una persecución en que Herbert estuvo a punto de atraparlo. Su corazón late a mil. El miedo lo agobia. Al poco andar el Profesor se gira y le pregunta con toda seriedad: “¿Qué comiste hoy?”. Luego el asistente le explica que el hijo del Conde no se veía en el espejo, a lo que el profesor replica: “Mmm… me gustaría ver eso”. Es definitivamente la película más inglesa de Polanski. Además, la coreografía visual de personajes como Harold Lloyd o Buster Keaton es la gran homenajeada, con los continuos paseos de Abronsius y Alfred por las cornisas del castillo, al estilo del comediante de Kansas y sus vertiginosas acrobacias.

Aunque sin exageración, el slapstick (tropezones, golpes, caídas) está siempre presente, haciendo que, de una u otra forma, exista una referencia al cine mudo. Por ejemplo, con el comienzo del tercer acto, las sospechas y las ironías entre ambos bandos quedan de lado. El Conde sabe qué hacen en su castillo y los amenaza con integrarlos al mundo de los no-vivos, para compartir “las largas veladas de muchos inviernos” junto a él… ¡pero después del baile!. Esa noche hay un baile de vampiros en el castillo para que el Conde presente a Sarah en “sociedad”. Nuevamente los investigadores han visto sus cuellos salir ilesos, entonces alistan un cañón para poder escapar. Toda esa preparación se presenta ante los ojos del espectador de forma levemente acelerada, como en las viejas películas de principios del siglo 20.

Círculos que cierran

Los audaces asesinos de vampiros se han entrometido en el baile para rescatar a Sarah.

En el baile se produce el desenlace. Ya no hay más qué investigar, sólo rescatar a Sarah y escapar. Y aquí es bueno detenerse en los elementos que los guionistas desplegaron a lo largo de la película como recurso constante: todo elemento expuesto una vez, sirve para resolver algo después. Por ejemplo, sabemos desde los primeros minutos que Shagal está obsesionado por la criada. Mientras se produce el baile, el posadero no resiste la tentación de echarle una “probadita” con sus colmillos a Magda, razón suficiente para olvidar guardar el trineo, el que será utilizado por los protagonistas para escapar.

Otra: al inicio vemos a Alfred haciendo un muñeco de nieve ante la coqueta mirada de Sarah. Minutos después, Abronsius le indica que debe perseguir al jorobado Koukol. Al salir, se esconde detrás del muñeco para no ser observado. Una más: cuando los investigadores llegan al castillo, intentan abrir una losa en el suelo, como las tapas de las alcantarillas, haciéndolo con mucha dificultad y esfuerzo. De pronto, el mismo Koukol abre una puerta y los hace pasar. La losa queda ahí, sin abrirse. Casi una hora de película después, en pleno escape de los protagonistas por los subterráneos del castillo, abren una tapa del techo. El siguiente plano nos muestra a los héroes abriendo la losa que había quedado floja, emergen y logran escapar. Lo mismo para el uso del libro con que Alfred evita que Herbert lo muerda. Esta fórmula de cerrar círculos, es un recurso que se usa habitualmente en la construcción de un guión, pero que Gérard Brach y Polanski (los guionistas) exageraron para convertirlo aquí en un código. Brach fue un guionista francés que tambén colaboró con el francopolaco en “Repulsión” (1965), “Cul-de-sac” (1966), “¿Qué?” (1973), “El Inquilino” (1976), “Tess” (1979), “Piratas” (1986), “Búsqueda frenética” (1988) y “Perversa luna de hiel” (1992).

La Banda Sonora

El músico Krzysztof Komeda junto a Roman Polanski y Sharon Tate, actriz que se convirtió en pareja del realizador después del rodaje de “La Danza de los Vampiros”.

Krzysztof Komeda (Christopher Komeda), nacido en la ciudad polaca de Poznan, ubicada entre Varsovia y la alemana Berlín [2], fue un notable pianista y uno de los precursores del jazz en la Europa del este. Desde muy joven colaboró con Roman Polanski en los cortometrajes “Dwaj ludzie z szafa” (Dos hombres y un armario – 1958); “Gdy spadaja anioly” (Cuando bajan los ángeles – 1959); “Le Gros et lemaigre” (1961); y “Ssaki” (Mamífero – 1962). Luego siguieron el largometraje “Nóz w wodzie” (Cuchillo al agua – 1962); el corto “La Rivière de Diamants” (1964) [3]; y un nuevo largo, “Cul-de-Sac” (1966). Más tarde, y ya dentro de la industria estadounidense, Komeda compone “La Danza de los Vampiros” y luego la música para “El Bebé de Rosemary” (1968).

Lejos de componer para una parodia, Komeda parece haber trabajado para un serio film sobre vampiros. En el escalofriante inicio de la pieza principal, se mezcla un coro de voces femeninas y masculinas con el clavecín, hasta la entrada de la batería tocada con plumillas, donde todo se aquieta y se disfruta, introduciendo el jazz en un mundo habituado a lo clásico. El resultado es alucinante: una mezcla de música de cámara con sonidos propios del jazz y algún retoque de sinfonismo. Algunos la ningunean comparándola con las piezas que Morricone compuso para películas Spaguetti-Western. Si es así, se trata de un elogio. En adelante, la presencia del tarareo de los coros (no hay letras) es predominante, tanto en las románticas escenas, como en las de terror.

Carátula y contraportada de la banda sonora de “La Danza de los Vampiros”.
Tema principal de “La Danza de los Vampiros” por Krzysztof Komeda.

Cuando Alfred va escondido en el trineo de Koukol, el uso del contrabajo es notable. Otra pieza que es inolvidable es la mutua y tímida seducción entre Sarah y Alfred, la que se alarga hasta que ella está tomando el baño. Y no puedo dejar de mencionar el canto de Sarah que Alfred escucha en el castillo. También se da espacio para la música enfática, tan propia de la comedia, pero por sobre todo de los dibujos animados. Como el acompañamiento musical de los pasos que da Alfred en las cornisas del castillo para ir en ayuda del viejo Abronsius que se ha quedado atascado en la ventana de la cripta.

Personajes entrañables

Para desdicha de algunos colegas “especialistas” en cine, yo creo que “La Danza de los Vampiros” es una obra cinematográfica espectacular. De gran fotografía (Douglas Slocombe – “Jesucristo Súperestrella”, “El Gran Gatsby”, “Indiana Jones: los cazadores del arca perdida”, “Indiana Jones y el templo de la perdición”, “Indiana Jones y la última cruzada”, entre otras), música y sonidos precisos y un guión técnicamente redondo, todo en función de dotar de humor y terror a una historia muy simple. Pero es también una película de personajes entrañables. Abronsius es un héroe curioso, intelectual, aunque desordenado. De apariencia einsteiniana, es más bien el antecedente preciso del Dr. Chapatín (de ahí lo sacó Chespirito, es mi apuesta). De modales dignos de “Los Tres Chiflados”, como ponerse la ropa sobre el pijama y solo las partes que están a la vista. Nunca tiene miedo. Y sólo piensa en su obsesión: sus teorías científicas.

El Profesor Abroncius y su ayudante Alfred.

Al otro lado está Alfred, su ayudante, un aspirante a sucederlo, pero dueño de una torpeza absoluta y miedoso. El mayor contraste con el profesor es su juventud, no sólo en apariencia externa, sino también en el descontrol hormonal. Mientras Abronsius sólo una vez muestra alguna tendencia sexual al espiar por el telescopio más de lo debido a Shagal — que se introduce en la pieza de la criada — , Alfred sólo piensa en “amor”, tanto en su fijación en los pechos de Magda, hasta su único motivo en la expedición: Sarah. Para él las teorías del profesor hace rato que ya no existen. Son dos compañeros que comparten una misma aventura, pero con dos motivaciones distintas.

El Conde de comportamiento político, su hijo gay, el Jorobado, un vampiro judío, la esposa celosa, la hija sensual y la criada de escote infartante, completan el cuadro de una película inolvidable.

Koukol (Terry Downes).
El posadero Shagal (Alfie Bass).
Magda (Fiona Lewis), Rebecca (Jessie Robins) y Shagal.

[1] La “Hammer Films” es una productora de cine británica fundada en 1934 responsable de piezas clásicas de terror como “La Maldición de Frankenstein” (1957), con Peter Cushing como el doctor y Christopher Lee como el monstruo; “Drácula” (1958), dirigida por Terence Fischer; “La Momia” (1959); o “Las dos caras del Dr. Jekyll” (1960), entre muchas otras.

[2] Krzysztof Komeda murió en 1969, a los 38 años, en un accidente automovilístico.

[3] “La Rivière de Diamants”, de 1964, forma parte de un largometraje titulado “Les plus belles escroqueries du monde”. Realizada en pleno apogeo de la Nouvelle Vague, la obra está compuesta por 5 episodios: “L’Homme qui vendit la Tour Eiffel”, dirigida por Claude Chabrol; “Le Grand escroc”, por el maestro Jean-Luc Godard; “La Feuille du Route”, por Ugo Gregoretti; “Les Cinq Bienfaiteurs de Fumiko”, por Hiromichi Horikawa; y “La Rivière de Diamants”, dirigida por Roman Polanski.

Tráiler de “La Danza de los Vampiros”.

Más información

Site de cinéma consacré à Roman Polanski
Roman Polanski Vision
Roman by Marta
Sitio Oficial de Krzysztof Komeda
Cuando Roman encontró a Krzysztof Anémic Cinéma (blog de Carlos Tejeda)


por Denis Eduardo Leyton
(publicado en marzo de 2006
)

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