La decisión del decuriónLas doce estrellas
Doce días y sus noches estuvo al ras, semienterrado por la arena, hasta que le encontró una patrulla romana. No entendían lo que decía en sus aparentes desvaríos pero se apiadaron de aquel pobre ser humano medio desnudo y tiritando de manera irrefrenable debido al fresco relente de la mañana, aún era joven para morir así.¿Quién era este hombre?, ¿le habrían castigado y abandonado en las arenas tal vez una tribu de beduinos? Lo más probable. La ley del desierto. El decurión no se anduvo con contemplaciones en cuanto la patrulla llegó con él a la fortificación, le metieron en una mazmorra y le cargaron de cadenas. Alguien le reclamará o conseguirá hablar con él en esa jerigonza que utiliza más propia de los salvajes de las montañas al otro lado del río que de seres civilizados.− ¿Sigue delirando, Triarius Silvinus?−Solo habla esa lengua de pastores, manípulo.−Según tu experiencia con esa gente de las montañas ¿qué deberíamos hacer con él? Por su aspecto podría ser un buen príncipe en nuestra centuria. Sondéale, sottovoce; que no se entere la guarnición.−Necesita beber, es un camello beduino y tiene vacía la joroba.−Pues llévale un barreño y algo que pueda masticar. Mañana a primera hora le sacaremos al patio, a ver si ya coordina o se ha perdido definitivamente en las sendas de la locura por este desierto horrible que ellos llaman Gehena.−Vale.
Noche en la fresquera del calabozo tendido sobre un jergón; puede ver las estrellas por un ventanuco, el agua de una jarra le da nuevos bríos y aclara sus ojos paulatinamente; ha tenido que lavárselos varias veces pues estaban ocluidos por las arenas y el polvo del desierto cercano pero cada vez que se limpia las legañas nota cómo cambia su visión, de interior a exterior de un modo extraño; su lengua, que parecía una sandalia de camellero, ya es capaz de moverse con naturalidad y ser capaz de pronunciar palabras en todas las lenguas que conoce. Su cabeza poco a poco va volviendo al estado natural del que disfrutaba antes de internarse en el desierto.Una voz.Escuché una voz; como Abraham, como el gran Moisés. Él también ha oído Una Voz.¿Y después qué? Me duermo.Atento, son romanos, legionarios, haz lo que te digan. Saldrás de ésta. Ya sabes cómo son de rígidos y susceptibles; si hoy toca ser cordero mañana serás carnero. Ya sale el sol.El destacamento forma para la instrucción diaria y cuatro patrullas a caballo parten siguiendo la orilla del río e internándose en el desierto para vigilar a los beduinos y atisbar la llegada de caravanas por este paso del río Jordán.− ¡Tú, vago! Levanta, el decurión quiere verte ahora mismo; según lo que le digas te cortaremos el cuello o te dejaremos en libertad, ¿entiendes lo que te digo?−Mejor hábleme en griego, es difícil para mí entender algo en vuestra lengua.− ¿Hablas griego, cabrero? Mejor, por el decurión te lo digo, es macedonio. Anda, ven, quizá no seas tan piojoso como aparentas.
A la sombra, vigilando el patio de armas, sentado en una silla, vigilante como un águila se encuentra el decurión Aulio Pentax.
−Acércate, ¿es verdad que hablas griego?−Desde niño, noble decurión.− ¿Qué hacías en el desierto, tú solo?, ¿me lo puedes explicar?, ¿cómo llegaste a ese rincón perdido donde te encontró mi patrulla? Por ese lugar no suele pasar ninguna caravana, ¿a quién esperabas?−A Dios, y Su Revelación.−Qué dios, ¿Marte?, ¿eres zelote? No respondas, todos los sois. ¿Qué no?, ¿por qué estabas en pleno desierto medio enterrado y casi muerto?−Yo busqué y encontré. Abandoné la caravana con la que venía de oriente hace ya catorce días.− ¿Una caravana?, ¿hace catorce días?, ¿el nombre de su jefe?−Sun Shilin Chung, el gran mercader de sedas.−Bueno, ya tenemos algo cierto y comprobable. Darle agua fresca y que beba todo lo que quiera. Pero, repito, ¿qué hace un zelote en una caravana de mercaderes de seda?−No sé qué es lo que llamas zelote, noble decurión.− ¿Qué no sabes…? Tú eres israelita, no lo puedes negar.−Judío, de la estirpe del rey David.−Para mí es lo mismo, ¿qué hacías fuera de la ruta de Damasco?, ¿doce días?, ¿doce días tú solo en el desierto? ¿Por qué?−No podía entrar en la tierra de Israel sin purificarme adecuadamente.− ¿Purificarte? Haberte lavado en el río como hacen todas las caravanas al pasar. ¿No vendrás con alguna enfermedad del lejano oriente?−No, estoy seguro. Han sido cuatro meses de viaje y volvía bien de salud. Marché de casa con catorce años en una caravana y regreso ahora para reencontrarme con mi familia. No sé apenas nada de mi pueblo y reino, ¿sigue gobernando el gran Herodes?− ¿Antipas? Sí, buen amigo del emperador. Vive muy bien en su nueva capital.− ¿Antipas? Será su hijo, ¿dónde se encuentra esa nueva capital?−No intentes engañarme, Tiberiades, a las orillas del gran lago.− ¿Qué lago es ese? En Galilea solo hay el lago Merom y el Mar de Genesareth.− ¡Ves!, ya has confesado ser zelote. Esa charca inmunda que llamáis mar es el lago del emperador Tiberio, que guía nuestras águilas imperiales para imponer la paz al mundo, ¡¡azotes!!Tras los diez azotes de rigor el zelote parece haber perdido su seguridad interior, se trastabilla pero mira las cosas con ojos de águila, de águila atada a una columna.Añora volar.Pero casi a rastras lo devuelven a la celda. Como un niño que no entiende nada de la malicia humana y contra todo y todos choca y se lastima se deja arrastrar y tirar en el frío suelo; queda acurrucado, llevándose un dedo a la boca.¿Y esto por qué si soy hombre de paz?Por su carnalidad, ni ven ni sienten más allá de lo que sus órganos corporales les muestran y fácilmente se dejan llevar por sus instintos animales y las emociones que les son propias.¿Y qué puedo hacer?¿Qué haría un cordero rodeado de lobos?Pero, ¿no me irán a comer, supongo? No tienen aspecto de caníbales, ni les recuerdo así.En cierto modo sí lo son, tú dales de comer. Que coman de ti.¿Qué coman…? ¿Con un dedo valdría?Y sobraría. Dales de tu ser eterno y rebosarán. Permanece calmo y háblales.Sentado en el suelo de la celda el zelote moja sonriente los chuscos duros como piedras que el rubio le ha llevado y se los lleva a la boca con el deleite propio de quien ha probado las más excelsas delicias romanas.Receloso, el legionario de piel morena alarga una mano.− ¿Me dejas probar ese pan borracho?−Pues claro, hermano.Y se lo lleva a la boca.La sonrisa que le llegaba de oreja a oreja se convierte en una o de sorpresa inigualable y después su boca se abre y muestra sus límpidos dientes al soltar una carcajada que debe resonar hasta en los oídos de sus ancestros mauritanos.Su compañero, el rubio, un tipo muy alto y de complexión tremenda y quijada de burro le mira asombrado y toma también un trozo de pan en vino empapado.−A este negro un día lo mato.Y se lleva el pan a la boca.¡Crank!No es vino, no es pan.Estoy viendo los valles de mi tierra patria, estoy viendo a mis abuelos correr a caballo por los altos puertos y al fondo las altas torres nevadas, estoy viendo la estela de mi raza y tribu. En una esquina tiene una cruz grabada.Este hombre es un santo.Que los dioses nos perdonen.Voy a llamar al decurión en cuanto este puto negro deje de reírse, lloverán maldiciones sobre todos nosotros sí le hacemos más daño.El último rey de los cántabros. Mi padre me contaba de niño como fue aquella guerra, Júpiter Bodón no quiera que este santo siga un camino equivocado por causa nuestra. Tengo que avisar al decurión.Casi a la carrera se acerca hasta su despacho pero al escuchar Aulio el relato de su fornido legionario se enfurece rápidamente y ordena que lleven inmediatamente a su presencia a ese ladino zelote.− ¿Qué es lo que has hecho con mis hombres? ¡Eh!, ¿encantamientos?, ¿les has hecho magia?, ¿acaso eres un mago llegado de oriente? ¿Magia caldea? Dime.−No señor, no soy mago ni practico magia alguna.− ¿Qué no? ¿Tú sabes lo que hacemos en Roma con los magos? ¡Los quemamos vivos! Voy a ordenar que empiecen a preparar la leña para ti. ¿Qué dices ahora? ¿Cómo hiciste eso del pan y el vino?−No lo sé, señor decurión. Ocurrió.− ¿Ocurrió? ¡Sacarlo al patio y darle otros diez latigazos! A ver si así averigua cómo ocurren esas cosas. Y después lo encerráis en la cochinera, ya veremos si mañana se encuentra más explícito. ¿Y ahora qué?, ¿te dan miedo los cerdos? Ojalá te coman y me ahorre la leña. Azotarle y que no vuelva a ver a este tipo.
Pero apenas entrar en la cochinera los cerdos se acercan a lamerle las heridas.No parece que quieran comerme.Pues entonces aprende y disfruta con ellos.
El día transcurre plácido en el acuartelamiento sin novedad sobresaliente, la instrucción diaria, los cambios de guardia, las comidas, el regreso de las patrullas. La mayor parte de los legionarios son griegos y hacen burlas y chanzas con el detenido en su lengua materna.¿Por qué le tenemos custodiado?¿Qué ha hecho?Es el que encontraron en el desierto.No le hacen cargar con cadenas pero la guardia no le quita ojo y tampoco Silvino que viendo la caída de la tarde llama a su lado a los encargados del calabozo.− ¡Tú, rubio! Pandourado, ven, escucha, es por el judío, el decurión no ha decidido si quemarle o…−¡¡No!! Es un santo. Desgracias, eso no, dejarle ir. Perdón, manípulo.− ¿Crees que es un hombre santo?, vale, habla con él, custódiale hasta que Aulio decida, a ver qué le sonsacas antes de que anochezca.La noche se acerca rápida y el legionario libre de otras ocupaciones charla animoso con el judío interrogándole sobre sus viajes por tierras orientales mientras beben una jarra de vino.− ¿Qué adoran a Mitra los soldados partos? Yo he conocido zoroastrianos, buena gente, pacífica.−Es un culto con muchas similitudes pero los mitraicos no son tan, ¿cómo te diría?, estáticos. Estólidos. Son gente de acción. ¿Y tú?, ¿qué culto sigues?−El del Imperio, no me queda otra.− ¿De dónde eres?, ¿del occidente?−Sí, muy al occidente, allí se termina el mundo. Conmigo hay un grupo de gente ástur y galecios.−Recuerdo oír hablar de niño sobre unas guerras en el fin del mundo, ¿cómo era?, ¿Roma contra los…?−Cántabros. Soy uno de ellos.−La gente más feroz del mundo.−Sí, lo eran, mis abuelos. Mi padre apenas llegó a combatir debido a su juventud. Nos derrotaron y ahora formamos parte de sus legiones.− ¿Cómo es tu pueblo?−Era, era un pueblo, bueno, algo queda. Las tribus, el territorio agreste, las altas torres, la guerra, el rey.− ¿Tenéis un rey?−Solo he oído contar de uno, el último. Nunca debimos permitirlo, fue el fin.− ¿Por tener un rey?, ¿era un pueblo sin rey?−Sí, eso eran los cántabros, la gente más ferozmente libre del mundo. Pero comenzó la guerra con Roma, llegaron sus legiones, pusieron el cerco al territorio, así que los jefes de tribus se reunieron y decidieron que era necesario un mando único y que habría que elegir un rey.− ¿Elegirlo?, ¿cómo hacen los romanos con los cónsules?−No, nosotros no somos unos afeminados, te contaré. Corocotta, el último rey. Cuando los cántabros, rara vez, necesitaban un rey, por un peligro mortal e inevitable se llamaba a concejo y se pedían voluntarios.− ¿Se pedían voluntarios para ser vuestro rey? Nunca oí tal cosa y mira que he viajado por oriente durante años. Sigue, sigue.−Claro, voluntarios, pues no cualquiera podía ser rey de los cántabros. Tan solo se le elegía para la guerra mientras esta durase, con las paces se tenía que volver a su choza a cuidar de sus cabras.−Corocotta, cuéntame, ¿cómo fue elegido?−Siguiendo la tradición. Se subía a un monte donde crecen abundantes esos espinos largos, los de grandes púas, y tenían que bajar desnudos al valle atravesando por el matorral. No pongas esa cara, judío, gobernar un pueblo trae consigo muchos sinsabores; tan solo era la primera de las pruebas; a ver quién llegaba primero al valle.− ¿La primera?, ¿había más?−Eso es, al llegar al valle les esperaban los aguerridos formando un pasillo por el que tenían que intentar avanzar.− ¿Y eso?−Al pasar se les pegaba con todo, puñetazos, patadas, cabezazos.− ¿Por qué?−Eso es lo que recibirás, rey, de los hombres bajo tu mando.− ¡Pero matarían a todos los voluntarios!−Corocotta lo consiguió.−Y subió al trono.−Trono no, la piedra, se pudo sentar sobre la Piedra de La Piedad para recibir sus atributos reales.− ¡Uff!, cuenta. ¿Y cuáles eran los atributos?, ¿un cetro de oro?−Una caña de carrizo para apacentar su pueblo, un manto púrpura para pedir la protección de los dioses y un casco de púas clavado en la cabeza para que cargara con los enfados divinos por las malicias humanas.− ¿Y no murió después de tales sevicias?−No, dirigió la guerra durante doce años; pero terminó cayendo en las altas torres y con él todas las tribus cántabras.−Ya, ya, entiendo. Algo recuerdo haber oído contar a los legionarios de niño. Los hombres más feroces, ¿eráis caníbales?−No nos comemos a nadie, no somos cerdos. Nos gustan los caballos, las montañas, y la libertad.−Pero tú eres legionario.−No me quedó otra, me moría de hambre. Mis padres me dejaron desfallecido a la puerta del acuartelamiento de la Legio VI; unos años de instrucción, ganar peso y fuerzas, y aquí me tienes…podría estar en Roma peleando con los gladiadores.−Ya, eres muy fuerte, ¿cuándo volverás a casa? A tus montañas.−Seguramente nunca. En ocasiones nos llegan rumores de que nos van a enviar de la “pacífica” Palestina a Germania boscosa, a matarnos con los suevos. Y tú, ¿por qué has vuelto a tu patria?, ¿nostalgia?−Posiblemente, y que he aprendido tantas cosas que serían muy buenas para mi familia y pueblo.− ¿Magia?− ¿Magia?, los romanos por lo que veo están obsesionados con los caldeos… ¡pero si solo son cuatro abuelos haciendo sacrificios en los templos! Matamos la gallina, abrimos la gallina, miramos como tiene las tripas… ¡este año habrá buena cosecha!−Mira, no te pases con el vino que los romanos hacen algo parecido, ¡y a ellos no les parece magia! Observa, ahí viene el negro, este también se ríe mucho con estas cosas.− ¿Por qué le insultas? Sois inseparables.− ¡Eh! No es un insulto; sí, me ha salvado el culo docenas de veces. Pero si ni siquiera es un negro de verdad, ¡es oscurito!, a ver ese vino.Otra jarra de vino mientras se hace de noche y los dos legionarios tienen que custodiar al detenido de nuevo al calabozo. Aulio dice que decidirá mañana, ha hecho un sacrificio a las águilas y los dioses de Roma y esperará auspicios nocturnos para decidir qué hacer con este hombre extraño que canta con los cerdos y se ríe con sus carceleros.Los dioses nos traerán su inspiración en la ensoñación. Júpiter y Marte como buenos padres a un lado, Juno y Venus, buenas madres, al otro decidirán su destino. Está en sus manos.Hay que dormir, legionarios.Ya cantará el gallo con lo que sea.La noche es fresca al borde del desierto, se acurrucan las gallinas y los cerdos, roncan atronando las paredes del recinto los legionarios, y el judío en el calabozo repite en su cabeza una y otra vez la frase de despedida del cántabro.¡Tu destino está en las estrellas!
El primero en levantarse es el panadero, preparar las tortas y el desayuno del destacamento y trajinando en la cocina, mirando por un ventanuco para tomar el fresco lejos de los fuegos, es el primero en verlo. Sale corriendo a trompicones para despertar al decurión y tras él a todos los legionarios que salen al patio para verlo.
−Silvino, tráeme al judío; los dioses han hablado.Al poco traen al detenido sujetándole por los brazos sus guardianes cántabro y mauritano. Sus caras son sombrías, ambos creen que toca a degüello y después enterrar sus restos. Pero Aulio, con un gesto de cuestor les despide dejando al judío en el centro del patio de armas. Toda la guarnición está en pie pero no la pían ni los pájaros; aún es de noche cerrada. No hay entrechocar de armas pues no se ha tocado alarma pero la expectación y el asombro es enorme, Aulio, con los brazos en jarras, concita toda la atención cuando se dirige al judío, le grita un par de frases en romano, oraciones a los dioses como protección personal, pero después cambia al griego para que le entiendan todos los presentes.−Al anochecer pedí un presagio a los dioses para decidir sobre tu vida, judío; pues bien, los dioses se han expresado alto y claro. Eres libre, puedes salir por la puerta e irte ahora mismo.El detenido no dice nada, no se mueve, no se mueve ni una hoja en tan extraña calma y expectación. No sabe ni cómo salir del acuartelamiento y está medio desnudo. Aulio vuelve a alzar la voz:−Eres un protegido de la diosa Ceres y no habrá romano que te ponga jamás la mano encima. Grande es el presagio, grande será tu genius. Vete.−Ignoraba, decurión, que estuviera protegido por una diosa romana, ¿cómo lo sabes?, ¿qué debo hacer?−Mira al cielo. Esta noche han aparecido doce estrellas en círculo perfecto sobre La Espiga de Ceres, ¿cuándo se vio algo así?−Pero yo soy judío.−En territorio romano los amos son los dioses de Roma. Tus carceleros te acompañarán a la puerta. Recuérdame y recuerda lo que he decidido esta noche, yo, Aulio Pentax. Según nos comportemos todos, tú y nosotros, los romanos, tendremos por delante doce siglos de bonanza y buenas cosechas o doce siglos de calamidades. Mírame bien, yo no te olvidaré ni ninguno de mis hombres; si extrañas tus pasos, si te haces zelote y te vuelves contra nosotros lo ocurrido en estos días en el acuartelamiento te parecerá una comedia griega; no nos guardes rencor, nosotros te sacamos del desierto. Ahora vete en paz y disfruta de la paz romana, nunca la alteres.El judío es acompañado hasta la puerta y el cántabro antes de despedirle le echa un viejo capote por encima a la vez que le indica para alcanzar sin pérdida el paso del río Jordán.−No pases frío y ve con tu pueblo, hombre santo. Pide por todos nosotros. Y le indica al círculo de estrellas que ya se va desvaneciendo pues comienza a amanecer.El hombre no dice nada, sigue extrañado, y camina algo inseguro. En su cabeza intenta asimilar ese signo celeste con las visiones que ha tenido esta noche mientras intentaba dormir: un carnero defendiendo a sus ovejas y corderos de los ataques de los lobos, un carnero que aún es un cordero.Fin