La delgada línea roja (The thin red line, Terrence Malick, 1998)

Publicado el 19 marzo 2014 por Juanjo85

Reflexión sobre el sinsentido
La delgada línea roja pasa por ser, a mi juicio y junto con El nuevo mundo (The new world, 2006), la mejor aportación de Terrence Malick- profesor universitario norteamericano (de filosofía, cum laude por la reputada Universidad de Harvard, nada menos) y también escritor y ocasional cineasta- al cine. Firmó dos interesantes trabajos en los años 70, Malas tierras (Badlands, 1973) y Días del cielo (Days of heaven, 1978), y tras ésta, desapareció del panorama cinematográfica para regresar 20 años después (se tomó su tiempo, quién sabe si porque no pudo o no quiso materializar ningún proyecto, pero se nota su naturaleza de cineasta outsider: no ha tenido que sacrificar ni un ápice de su personalidad, visualmente arrolladora, además de la narrativa, por la industria) con esta recreación de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico (ese episodio de la guerra, en Guadalcanal, con las fuerzas aliadas luchando contra el imperio japonés, ha sido quizás bastante poco tratado en el cine, más centrado en el conflicto en Europa). Sus dos últimas propuestas han sido la largamente esperada, incomprendida y extraña aunque también excelente El árbol de la vida (The tree of life, 2011) y la intimista y reciente To the wonder (2013).
Malick consiguió reunir para este trabajo a un reparto coral de auténticas campanillas, masculino en su totalidad, tanto de conocidas estrellas como de actores de reconocido prestigio en su faceta de secundarios. A saber: Jim Caviezel (La pasión de Cristo), Sean Penn (Pena de muerte), John Travolta (Pulp fiction), Nick Nolte (Aflicción), George Clooney (Abierto hasta el amanecer), John Cusack (Con Air), Adrien Brody (El pianista), Woody Harrelson (Vaya par de idiotas), Nick Stahl (Terminator 3), Jared Leto (El señor de la guerra y reciente y merecido ganador del Oscar por Dallas buyers club), John C. Reilly (Boogie nights), Elias Koteas (Zodiac) y John Savage (El cazador). Como curiosidad, gran parte del material que los actores habían rodado acabó eliminado en la sala de montaje, como el de George Clooney, que sólo aparece unos 3 minutos al final, además de otras célebres estrellas, de mayor o menor reconocimiento hoy en día (Billy Bob Thornton, Martin Sheen, Gary Oldman, Bill Pullman, Jason Patric, Viggo Mortensen y Mickey Rourke) que vieron su aportación directamente eliminada (la duración original del filme superaba las 5 horas).
Habiéndose vendido como un simple film bélico- y más cuando compitió en la carrera de los Oscar de aquella temporada con toda una obra maestra incontestable del género como fue Salvar al soldado Ryan (Saving private Ryan, Steven Spielberg, 1998)- resultó el fenómeno cinematográfico de prestigio de aquél año, ya que nadie esperaba que Malick creara la poesía que creó de las imágenes que filmó. La delgada línea roja narra el desgaste mental que supone la guerra en los soldados en la forma de bellos paisajes.
Parte importante de lo que narra Malick reside en la mirada de los personajes, especialmente en la del soldado Witt (James Caviezel), eje central del relato, desde cuando, al principio de la película, juega con los miembros de una tribu indígena en una isla donde ha desertado, un sitio virgen de maldad humana y en absoluta paz- tanta paz que hasta parece que está soñando, gracias al efecto que Malick produce con sus imágenes- mientras escuchamos de fondo la preciosa música de Hans Zimmer aderezada por los coros de los lugareños hasta, por ejemplo la primera conversación que mantiene con su superior, interpretado por Sean Penn, al cual le advierte que ha visto “otro mundo”.
La mirada también sirve a otros personajes para enfatizar lo que más quieren, por ejemplo la mirada de Elias Koteas hacia sus hijos antes de volver a casa (“sois lo que más quiero. Vivís dentro de mí. Os llevaré conmigo vaya donde vaya”: la familia como metáfora de la unidad, en este caso perdida), y un coronel (Nick Nolte) dice a un capitán (John Cusak) que “eres como un hijo para mí”. La aparición del personaje de George Clooney, en las últimas secuencias, nos lo explica: “somos una familia. Yo soy el padre, de modo que el sargento Welsh es la madre, lo que os hace a todos vosotros los hijos de esta familia. Sólo puede haber un cabeza de familia y ése es el padre. El padre es la cabeza y la madre el cuello”.
La alusión a un Alma Suprema (quizás Dios, tema metafísico ya presente en su posterior El árbol de la vida, además de esos bellos planos del bosque soleado - marcadísimos los rayos del sol que se filtran- del film que nos ocupa) aparece literalmente: “quizá todos los hombres poseen un alma gigante de la que todos forman parte”, dice la voz en off de Witt, para finalizar: “todos luchando por salvarse, como trozos de carbón tomados del mismo fuego”.
Hay un tercer nivel a través del cual Malick expresa su interés en el Alma Suprema. Se trata de un nivel que ya no pertenece a la narración, sino a la forma de narrar: la coralidad. Como bien subraya la convención del cine bélico, La delgada línea roja posee varios personajes, pero se palpa el esfuerzo en hacer notar –aunque sea brevemente– a por lo menos una decena de voces, lo cual es de agradecer, ya que esta opción ayuda al espectador a no depender de un solo personaje (curiosamente el más central de todos era uno de los rostros menos populares, al menos por aquella época: hace ya 13 años de su estreno), y a identificarnos o a odiar una especie y no a un individuo. A modo de simbolismo, refuerza el planteamiento de un mismo universo que se nutre de distintas almas y también nos recuerda que en la guerra el individuo ya no importa, que cualquiera puede morir y la manada seguirá su curso. (“¿Has visto un montón de gente muerta? Son como perros muertos”): la guerra acelera y multiplica ese proceso mediante el cual la gente se vuelve llanamente carne, despojando al individuo de su significado y de su alma. (
La delgada línea roja resulta a todas luces un espectáculo hermoso y grandioso, anti-belicista por sus continuas reflexiones sobre la muerte, el sinsentido de la guerra y la maldad del ser humano, con una sorprendente capacidad para meterse al espectador en el bolsillo gracias a la poesía visual (creada gracias a la cinematografía, la música y los movimientos de cámara de Malick) que ideó su purista y perfeccionista creador. Adquirió rápidamente y con absoluta justicia la consideración de clásico contemporáneo. Dejo dos temas de su banda sonora, el primero (justo arriba) unos coros preciosos y el de abajo el tema principal (muy emotivo) compuesto por Hans Zimmer.