Revista Opinión

La democracia en el siglo XXI será distinta, mas limpia, ciudadana y severa

Publicado el 20 octubre 2015 por Franky
La democracia en el siglo XXI, el siglo de Internet y de la opinión pública, no puede ser la misma que la del siglo XIX y XX. Si la sociedad y los ciudadanos han cambiado, la democracia debe hacerlo también. Hay millones de ciudadanos en todo el mundo, apoyados por pensadores y activistas, que luchan ya por imponer una democracia auténtica y por eliminar el remedo degradado de democracia que está vigente en gran parte del mundo. Sin embargo, los partidos políticos, que se han apoderado del Estado y se sienten muy a gusto en el sistema actual, se han atrincherado y bloquean toda evolución o cambio. La consecuencia de esa grave obstrucción es la rebeldía de los ciudadanos contra la clase política, algo que ya se vive en muchas sociedades, entre ellas Grecia y España. --- La democracia en el siglo XXI será distinta, mas limpia, ciudadana y severa El mundo ha cambiado profundamente. Estamos en el siglo de las comunicaciones y de la interacción entre los humanos, pero los políticos siguen comportándose y gestionando el poder como lo hacían cuando ni siquiera existía el teléfono. El siglo XX fue el siglo del Estado y de los políticos, pero el XXI será el de los ciudadanos y éstos se harán oír, quieran o no quieran los poderosos, por las buenas o por las malas.

Decía Voltaire: "Prefiero obedecer a un hermoso león nacido mas fuerte que yo que a doscientas ratas de mi misma especie", una frase con la que expresaba que los humanos tenemos una fe inmensa en los que son capaces y rechaza el dominio de los mediocres y los sinvergüenzas, que en muchos países, gracias a la organización y fuerza de los partidos políticos, se han apoderado del poder y del mismo Estado, imponiendo un sistema podrido, vulgar, sin grandeza y propio de auténticas ratas.

El siglo XXI está siendo y será el de la rebeldía ciudadana contra los mediocres y sinvergüenzas. El ser humano cree que no debe delegar su voluntad política a nadie, pero estaría dispuesto a delegarla en personas inteligentes, honradas y capaces, siempre que se dieran las condiciones adecuadas, nunca en idiotas elevados hasta el gobierno por partidos políticos que no son otra cosa que grandes falanges organizadas, donde los mediocres, muchos idiotas y los sinvergüenzas hacen carrera y se tornan importantes, en contra de las leyes de la misma naturaleza.

Las condiciones que exigen la verdadera democracia y el ciudadano para delegar su voluntad política es que el poder esté eficazmente limitado, vigilado y controlado y que los que gobiernan puedan ser revocados cuando su labor sea dañina para el bien común. Los políticos podrán gobernar en nombre del pueblo, pero deberán hacerlo con sus poderes limitados, bajo vigilancia y sometidos a controles estrictos y necesitados de permanente consenso.

La única forma de obtener legitimidad en el mundo actual es consiguiendo el consenso popular. Si ese consenso no existe y si, por el contrario, grandes sectores de la población están en contra de un gobierno, aunque éste haya sido elegido por cuatro o cinco años, ese gobierno debe dimitir y convocar elecciones porque al haber perdido el apoyo de las mayorías, carece de legitimidad para gobernar.

La democracia en estos tiempos tendrá dos vigas maestras: la primera es la necesidad de contar con los ciudadanos y con el consenso permanente y la segunda es que las leyes y normas deben reformarse para que la democracia sea inviolable y los políticos y sus partidos no puedan pervertirla y degradarla, como han hecho hasta ahora con demasiada frecuencia y facilidad.

Estas son las esencias de la nueva democracia en el siglo XXI: gobiernos que necesitan de la adhesión ciudadana continua y que si la pierden, deben abandonar el poder, además de un sistema inviolable para que queden garantizadas la participación ciudadana en las decisiones, la igualdad ante la ley, el control de los políticos y de sus partidos, mayores exigencias a los representantes y cargos públicos y una envoltura ética que cobra todo lo público.

Nunca como ahora fue cierta aquella sentencia de Rousseau en el "Contrato Social": "La soberanía, al no ser otra cosa que el ejercicio de la voluntad general, nunca puede ser delegada". Los ciudadanos y no los esclavos tendrán cabida en este siglo porque la política es demasiado importante para que la gestionen los políticos. El ciudadano será vigilante, responsable, cumplidor, exigente y participativo, sin renunciar nunca a la capacidad de retirar su apoyo a los que en su nombre gobiernan, lo que hará que los sátrapas y rufianes dejen de tener sitio en la política, una tarea que volverá a ser noble y cargada de prestigio porque estará al servicio del bien común y no como ahora, que sirve muchas veces a los intereses mas oscuros, sucios y detestables.



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