La democracia interna de los partidos

Por Felipe @azulmanchego
LOS DIRIGENTES POLÍTICOS, todos sin excepción, son firmes defensores de la libertad de expresión. ¡Faltaría más a estas alturas de la película!. La cuestión, y no precisamente baladí, es cómo compaginar ese innegable derecho de los militantes con el respeto debido a lo órganos internos.
Viene todo esto a cuento de la maniobra del Partido Socialista de Madrid (PSM) para expulsar al concejal del Ayuntamiento de Madrid Alejandro Inurrieta tras las "perlas" incluidas en su blog. Uno de los "delitos" del edil fue "menoscabar la imagen de los cargos públicos o instituciones socialistas" con frases como "munícipe vacío de contenido", en alusión al líder de los socialistas madrileños, Tomás Gómez, o aquella otra en la que se quejaba de que la dirección regional "navega sin rumbo, sin criterio, y lo que es peor, sin cerebro".
Y yo la verdad, por más vueltas que le doy, no lo acabo de entender. Debe ser que como no estoy metido en la dinámica interna de los partidos, pues no me entero. Intuyo, en cambio, que el duro correctivo que se quiere aplicar a Inurrieta, el más grave que se puede infligir a un militante, es para evitar que otros, los llamados críticos, sigan su ejemplo vía blogs, teletipos o declaraciones varias.
Hasta donde me alcanza la memoria, que tampoco es mucho, le he escuchado decir cosas mucho más fuertes a otros, por ejemplo a Joaquín Leguina, sin que nunca nadie se haya atrevido a meterle mano. Una vez más, es obvio que resulta muy fácil ser fuerte con los débiles, al fin y al cabo, y lo digo con todo el respeto del mundo, Inurrieta era un perfecto desconocido en su actividad municipal.
En el PSOE no sobra nadie por muy desafortunadas que puedan resultar algunas expresiones y salidas de pata de banco. Para decir amén y sí bwana a todo ya hay ejemplos sobrados en otros partidos donde, por cierto, la libertad de expresión interna tampoco figura entre sus principios. Entiendo que el reforzamiento de la democracia interna y la posibilidad real de poder criticar, incluso fuera de los órganos internos, puede acabar con la fortaleza de los partidos, pero también cabe el riesgo de que la "partitocracia" acabe con la democracia.