La depilación con rayos X

Publicado el 05 junio 2017 por Tdi @RLIBlog

En 1895, Röntgen descubrió los rayos X. Un año después, el austriaco Leopold Freund, fundador de la radiología médica y la radioterapia, lo usó para eliminar una gran cantidad de pelo que le había crecido a un paciente en la espalda. Tras 12 días de tratamiento, 20 horas de exposición, se le cayó el pelo irradiado. El informe del caso en 1901 desencadenó el interés en el uso estético de los rayos X.

Aunque en 1909 ya se informaba de quemaduras, dermatitis y tumores por el uso de esta radiación, su uso se extendió rápidamente para tratar un amplio abanico de condiciones, como eccemas, acné o lupus vulgar. Además, era una alternativa más barata, indolora y rápida a la electrólisis para eliminar permanentemente el cabello. Para paliar los efectos perjudiciales, se redujeron los tiempos de exposición, se usaron pantallas y nuevas técnicas. Aunque esto redujo rápidamente los daños, los efectos a medio y largo plazo permanecían. Es decir, aunque se disminuyera la exposición por sesión, la radiación necesaria para eliminar el pelo era la misma, pudiendo producir cambios en la pigmentación, grosor, enrojecimiento, telangiectasa, dermatitis y brillo en la piel. Estos efectos secundarios se llegaban a tolerar frente al beneficio obtenido.

Én 1908, Albert Geyser demostró el uso de su tubo Cornell de rayos X, bautizada en honor a la universidad homónima, en un encuentro de la Sociedad de Terapia Física de Nueva York. Allí mostró su tubo de vidrio de plomo que, anunciaba, evitaría los efectos perjudiciales de los rayos X. Además, aunque inicialmente se mostraba crítico en su uso para la eliminación del vello, tras la Primera Guerra Mundial, mostró su cambio de opinión en el Journal of Cutaneous Diseases, aceptando que todo tiene su peligro.

Su hijo Frank Roebling Geyser siguió sus pasos y decidió comercializarlo. En 1920, un negocio de Filadelfia anunciaba usar su método, pero fue en 1924 cuando Roebling Geyser presentó su patente en los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Alemania. Esta sería la base de la formación de Tricho Sales Corporation.

Esta empresa producía y alquilaba (nunca vendía) los tubos de Cornell, así como también entrenaba a sus operarios, que no requerían conocimientos médicos. Los anuncios mostraban sus bondades, pero no mencionaban los rayos X.

Las máquinas eran fáciles de operar. Tan solo debían de seguir una serie de recomendaciones para minimizar los daños, como el uso de filtros para eliminar la radiación menos penetrante o un temporizador para evitar un tiempo excesivo de exposición.

Durante un tiempo, todos eran éxitos. Era una mejor alternativa para la depilación que la electrólisis y el radio, e informaban de miles de casos tratados exitosamente. Sin embargo, en 1926, Ida E. Thomas denunció a Frank Geyser en el Tribunal Supremo por el engrosamiento y las arrugas en la piel producidas por su tratamiento de 1920 a 1922. En 1925, su cara estaba hinchada y su piel dura y quebradiza. Pidió recuperar los 739 dólares del tratamiento, además de 100.000 dólares en daños (1.391.700,75 dólares teniendo en cuenta la inflacción). Fue el primer caso de muchos.

En 1929, la Asociación Médica Estadounidense condenó el tratamiento Tricho por las "queratosis precancesoras y otros efectos adversos". Geyser negaba tal posibilidad, amparándose en su éxito como prueba de confianza en su método. Al año siguiente la empresa quebró y cesó su actividad en 1932. Sin embargo, el uso de rayos X para la depilación continuó.


J.M. Marton, cuyo negocio ya operaba en 1914, ofrecía el mismo servicio, aunque a diferencia de Geyser, no tenía ningún titulo médico conocido en ninguna institución reputada. Como Tricho, tampoco hacía alusión a los rayos X, sino a los rayos Epilex o Rœntgen. Fue igualmente denunciado, pero sobrevivió trasladándose y cambiándose de nombre. De esta manera, usó nombres como Marton Laboratories, Dermic Laboratories, Dermic Institute y Hair-X Laboratories en los Estados Unidos y Canadá, hasta que él y sus socios hasta que las autoridades acabaron con sus negocios en Cleveland en 1948.

La falta de interés de muchas autoridades de salud pública, la ausencia de ordenanzas al respecto, el que aún no se hubieran mostrado los efectos a largo plazo y la naturaleza clandestina de estos negocios entorpecía su detención. Incluso cuando se ordenaba su cierre, las multas eran pequeñas y tampoco se confiscaban los equipos. Por lo tanto, tanto los negocios como los equipos seguían activos durante años. Los operarios se limitaban a actuar mecánicamente, ignorando el peligro de los tratamientos. Incluso cuando conocían los daños, seguían su labor por el dinero.

Las autoridades se vieron obligadas a actuar en torno a los años 40, cuando se cumplían los 21 años del intervalo medio entre la exposición a los rayos X y la aparición del cáncer de piel. Como se tardaría mucho en cerrar estos establecimientos porque eran llevados por propietarios individuales y se nutrían del boca a boca, se informó de la peligrosidad de esta terapia en periódicos, libros y revistas.

Afortunadamente, esa misma década se popularizó la diatermia o termólisis, que a pesar de describirse como un rayo, era más seguro. Sin embargo, los efectos de la radiación ionizante seguirían viéndose años después de acabar con su negocio. El peligro del uso inconsciente o execrable de la radiación ionizante no era una desconocida. En este mismo blog ya se habló del uso del radio en los relojes y bebidas energéticas que, desgraciadamente, acabaron con el mismo resultado.

Fuente: Cosmetic and skin

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