Todos nos sentimos tristes algunas veces. En esos momentos, lo cierto es que no nos apetece hablar con nadie, no queremos dedicarnos a las cosas que nos gustan, nos sentimos apáticos y faltos de energía, etc. En definitiva, nos sentimos mal.
Por lo general, este estado de tristeza es transitorio. Al poco tiempo volvemos a encontrarnos mejor, vemos el sentido a las cosas que hacemos y casi se nos olvida esa sensación anterior. Pero entonces, ¿por qué esto no les sucede a las personas con depresión? ¿Por qué esa tristeza que debiera ser pasajera, parece quedarse ahí para siempre para martillearnos una y otra vez con pensamientos negativos?
No han sido pocos los investigadores que se han dedicado a “desmenuzar” los componentes de la depresión tratando de hallar una explicación a todo esto. El comprender por qué la depresión tiende a regresar en ciertas personas, incluso a pesar de estar bien durante años, es un enigma que cada vez parece más claro. Trataré de resumir de un modo breve y comprensible los avances a este respecto.
Lo primero que hemos de saber es que en el proceso depresivo, al igual que en el resto de las patologías, se encuentran involucrados cuatro componentes esenciales: pensamientos, emociones, comportamientos y el propio cuerpo. Todos y cada uno de ellos influyen en los demás y viceversa. Por poner un ejemplo, al pensar que soy un incompetente y que no valgo nada (pensamiento), me siento triste y decepcionado conmigo mismo (emoción), seguramente acabe llorando y con dolor de cabeza (cuerpo) y no salga ese día a la calle (comportamiento).
El principal problema es que nos cuesta un verdadero mundo asumir que uno de esos componentes puede “alterarse” o cambiar sin una razón aparente. Así, al sentirnos tristes comenzamos a preguntarnos “¿por qué me siento triste?”, “esto no es normal, si hoy he estado bien”, “seguro que me pasa algo”, “¿será por qué no se estar sólo?”, “la verdad es que sí, cada vez que no tengo a nadie me encuentro muy triste”, “soy una persona muy desgraciada e inmadura”.
Toda esta cascada de pensamientos acaba arrastrando a uno y a otro de los componentes que he comentado, haciendo que acabemos metidos en casa, llorando y autodestruyéndonos. ¡Y todo eso tan sólo por que nos sentíamos tristes! Con este ejemplo (y los que padecen o han padecido depresión saben que no he exagerado en él), he querido poner de manifiesto que un simple hecho aislado como puede ser sentirse triste y que es algo completamente natural y pasajero a la vez (es imposible sentirnos felices todo el tiempo, ni el Dalai Lama lo conseguiría), acaba por quitarnos hasta las ganas de seguir adelante. Todo este proceso puede tomar direcciones de todo tipo, desde pensamientos negativos que nos hacen no salir de la cama, hasta un nudo en la garganta que nos hacer pensar que volvemos a estar “como siempre”
Y ahí está la clave. Al tratar de luchar por comprenderlo todo y de decirnos a nosotros mismos que tenemos que salir de esto como sea, no hacemos sino caer más al fondo de una espiral que parece no tener fin. Y lo malo es que esta interpretación surge en muchas ocasiones de manera inconsciente, fruto del recuerdo de vivencias anteriores. Ejemplo: “como cuando era pequeño llegué a creerme que era un inepto, que no podría conseguir nada en la vida y me sentía muy triste y desdichado en aquel entonces, hoy, que en realidad soy otra persona pues cuento con muchos más recursos, cuando me siento triste por cualquier motivo me vienen instantáneamente a la cabeza las mismas ideas negativas: soy un fracaso, no se qué hago aquí, sólo estoy para fastidiar.
Todo esto esta cada vez demostrándose con más precisión, en lo que a correlatos psicofisiológicos se refiere, puesto que las conexiones que se dan en nuestro cerebro son tan fuertes que un suceso A y un pensamiento, emoción o comportamiento B pueden quedar unidos sin que apenas lo hayamos percibido.
En posteriores artículos trataré de profundizar más sobre este asunto. Por ahora, a todos aquellos que lo estéis pasando mal, os invito a reflexionar al respecto…
foto|Ambro