La desapercibida maravilla de la chimenea de la Bòbila Almirall

Por Ireneu @ireneuc

Chimenea Ca l'Almirall

Resulta curioso constatar como nuestros ojos, acostumbrados a una cotidianidad que en vez de enseñarnos nuestro entorno nos lo oculta, no es capaz de ver las pequeñas -o no tan pequeñas- maravillas que nos rodean en nuestro día a día. Reinventando el viejo dicho del ojo, la paja y la viga, somos capaces de desplazarnos a la otra punta del mundo a admirar minucias cuando delante mismo de nuestras narices tenemos auténticas obras excepcionales y no sabemos ni que las tenemos. De esta forma, masías, calles, fachadas, monumentos, árboles, fábricas, fuentes, chimeneas son ignoradas por una mirada doméstica que no es capaz de darles la más mínima importancia. Y hablando de chimeneas, si pasa por Terrassa, mire un poco a las alturas, ya que una vieja chimenea tiene el honor de estar en el Libro Guinness de los Records: La chimenea de la Bòbila Almirall.

Marià Masana i Ribes

Durante la segunda mitad del siglo XX, las poblaciones que se encuentran en la periferia de Barcelona sufrieron un fuerte movimiento migratorio de personas que provenientes del resto de España. El país estaba prácticamente hundido después de la Guerra Civil y junto a la dura posguerra y el régimen dictatorial de Franco, la gente tuvo que marchar de sus lugares de origen, donde no había ninguna posibilidad de tirar adelante. Las poblaciones barcelonesas empezaron a asumir una cantidad ingente de personas para las cuales no había sitio material de acogida, por lo que se empezaron a crear nuevos barrios y produciendo a su vez una gran demanda de material de construcción.

Ca l'Almirall en activo

Esta demanda hizo que las canteras de arcilla roja de la zona vivieran un momento de prosperidad, habida cuenta que las tejerías dedicadas a la producción de ladrillos -llamadas "bòbiles" en catalán- que estuvieran más cerca de los puntos de consumo, harían su particular agosto. En esta situación, en Terrassa, la Bòbila Almirall decidió construir dos nuevos hornos para cocción de ladrillos, los cuales estarían pensados para consumir unas 10 toneladas de carbón diarios. Para tales hornos, se necesitaba una gran capacidad de aspiración para extraer los humos producidos, por lo que hacer una gran torre era imprescindible.
La obra se encargó a Marià Masana Ribes, un contratista bastante atrevido que no dudó en hacerse cargo del diseño y la construcción de la nueva chimenea de la fábrica de ladrillos, la cual, inaugurada en julio de 1956, tendría unas dimensiones y unas cifras impresionantes.

Remate de la chimenea

La chimenea, con una altura total de 63.25 metros y 570 toneladas de peso, fue construida en forma troncocónica sobre un pedestal poligonal de unos 9 metros de altura. Este pedestal se hallaba asentado sobre unos cimientos de 6 x 6 metros y 5 metros de profundidad que acogían los tubos de escape provenientes de los hornos. La chimenea tiene un diámetro en la base de 3.98 metros y en la parte de arriba de 2.19 metros y fue construida con 780 hileras de tochos rojos trapezoidales unidos con mortero. La boca de la chimenea está rematada con un trípode metálico destinado a soportar el pararrayos. Sin embargo, la característica principal de esta chimenea fue la instalación de una escalera exterior que lleva hasta la parte alta, y que fue la que hizo ganarse su presencia en el Libro Guinness de los Records en el año 1991, al documentarse como la chimenea con escalera de caracol más alta del mundo.

Proceso de construcción

La escalera, de 217 escalones hechos en cemento armado y protegida por una baranda metálica, está encastrada en forma de espiral en el tronco de la chimenea y culmina en una plataforma de cemento a la cual se accede desde una escalera de gato. Esta plataforma, de unos 70 cms de ancho, da toda la vuelta al contorno de la chimenea permitiendo admirar el paisaje de la zona. Fue precisamente en esta plataforma donde, con un par de bemoles, Masana junto a 6 personas más de la cuadrilla constructora, decidieron desayunar el día en que dieron por finalizadas las obras.

Prensa de la época

La chimenea de la Bòbila Almirall funcionaría durante unos 12 años hasta el fin de la explotación de la tejería, la cual, debido al crecimiento desenfrenado de la ciudad de Terrassa, pasó de estar en la periferia a estar prácticamente en pleno centro urbano. Mariano Masana, por su parte, murió de accidente de motocicleta en 1960 a la edad de 33 años.
Las chimeneas industriales están consideradas como elementos patrimoniales de las ciudades donde están ubicadas, para dar testimonio del pasado económico e industrial de estas poblaciones. En Terrassa hay catalogadas 25 de estas chimeneas, testigos inertes de la anterior potencia industrial de la villa, y una de ellas, la de la Bòbila Almirall, ha merecido estar en lo alto del podio mundial por méritos propios y de la gente de todo origen y condición que levantó con sus manos, no solo esta monumental pieza, sino todo un país.

Una maravilla desapercibida


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