Si en un inicio, los juegos perversos de banqueros sin escrúpulos minaron la solvencia del sistema, ahora es el momento de la deuda soberana. Perplejos por haber asumido niveles de riesgo más que elevados, sin temor alguno, ahora la falta de confianza está socavando la credibilidad de gobiernos de todos colores, reprochandoles su descuidada manera de gestionar. El problema es que algunos países se encuentran en una situación de la que les va a ser difícil salir. Tal y como preconiza la Escuela de Economía Austriaca, respecto a los límites máximos que puede soportar el endeudamiento de un país, antes de llegar a un punto sin retorno. Límites que se encuentran al superar el 73 % del Producto Interior Bruto (PIB) o al rebasar más del 230 % del total de las exportaciones.
Este panorama lo estamos viviendo ya con los problemas de países como Grecia y Portugal, que al tener una moneda común se convierten en un problema de todos los socios. Sin embargo, no podemos tapar un agujero de la deuda buscando más crédito. No solucionamos el problema, sólo se pospone.
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