En nuestra época, en que la vida se vive al ritmo de los media, la desinformación es el más peligroso de los males para la democracia. La información, pasada rápidamente en el telediario del mediodía, será quizá desmentida en el telediario noche. Esta realidad virtual, realidad del instante, no permite una comprensión del suceso en su globalidad. Nos proporciona una imagen, una información que debemos compilar con las imágenes e informaciones ya recibidas en el pasado. De estos cabos de información, apilados los unos a los otros, es de los que obtenemos nuestro conocimiento del mundo. Este conocimiento nos parece de una verdad irrefutable, ya que las imágenes estaban allí para apoyar la información. Cuanta más imagen haya acompañado un tema, más importancia tomará éste último, y menos podrá cuestionarse su veracidad. Los poderes políticos, e incluso los lobbies industriales, se apoyan sobre este razonamiento para manipular la opinión.
Pero a fuerza de ver el mundo a través de la pequeña pantalla, de intentar comprenderlo, mediante una información que nos aporta sin que nos demos cuenta, lo contrario de lo que esperábamos de ella (es decir, una desinformación, resultante de la saturación de información o de la sub-información), nos encontramos, frente a frente, con una realidad virtual.