La despolitización y el cantar del gallo

Publicado el 29 octubre 2018 por Jcromero

La retórica es un arte, la demagogia un engaño. La capacidad para convencer, emocionar o persuadir se vuelve un peligro cuando se usa para someter, humillar o enmascarar la verdad. Todos conocemos a personas capaces de convencer con su oratoria, a políticos y periodistas diestros en una ingeniería semántica que difumina la realidad trastocando el significado de las palabras o dopando el lenguaje con eufemismos y otros recursos para tergiversar y confundir.


Los vástagos de aquella ideología que preconizaba el fin de las ideologías, usan con frecuencia el término despolitizar. Advierten sobre la necesidad de despolitizar la educación, la sanidad o la economía y pese a los riegos para la democracia y la ciudadanía, mucha gente acepta su discurso. ¿Recuerdan quien dijo aquello de: "Hagan como yo, no se metan en política"? Pues eso.

La estrategia consiste en manipular la incertidumbre de la gente. Y es que la semántica, aunque parezca inofensiva, es un arma cargada de intenciones. Proyectan la impresión de que todo lo que suene a política es detestable. Abogan por la despolitización desde un relato banal y contradictorio donde las ideas y proyectos dejan de tener relevancia para otorgársela a las anécdotas, chascarrillos y provocaciones. Tienen esbirros infiltrados en todos los centros de poder. Por supuesto, tienen medios y son tan osados como implacables en su obsesión por difundir la idea de la política como algo sucio, como un terreno abonado a la corrupción y al engaño. Inducen a pensar que si la política es algo sucio -confundiéndola con la politiquería o partidismo-, su antítesis debe ser algo positivo. Ocultan que aquello que se despolitiza queda fuera del control democrático. Además, lo tienen claro; quienes no aceptan sus diatribas forman parte de un rebaño, la parte de la chusma que deben doblegar hasta ponerla a su servicio.

Esta táctica pretende sacar fuera del ámbito democrático asuntos de crucial relevancia bajo el argumento de una supuesta eficiencia y el latiguillo de no politizar. Transmiten la sensación de que la política es algo nocivo y para ello se esfuerzan en caricaturizar y denigrar el debate político, llevándolo al terre­no de la chirigota sin gracia, de la bronca tabernaria y la estulticia suprema. Osados acólitos del egoísmo social de Ayn Rand, van por la vida sin complejos usando un lenguaje violento, ofensivo, excluyente y autoritario de Trump, Salvini o Bolsonaro.

Pretenden controlar los resortes necesarios para dejar indefensa a la ciudadanía y pervertir el concepto de democracia hasta reducirla a simple etiqueta sin valor ni significado representativo. Buscan la indiferencia de la gente, que la ciudadanía no se interese por los asuntos colectivos, que actúe de manera autómata sin pensamientos que le distraigan del objetivo productivo y de la sumisión debida. Usan su palabrería como ansiolítico para atemperar el nervio social y circunscribir el papel democrático de los ciudadanos a los periodos electorales y al espacio virtual. Ocultan que detrás del intento de desprestigiar la política se esconde un entramado de intereses políticos y económicos.

Si los ciudadanos tuviéramos la implicación y el pensamiento crítico necesario, si fuéramos independientes, que no neutrales, si no desdeñáramos el privilegio democrático de ser dueños de nuestro destino colectivo, otro gallo cantaría.