En lo que se refiere al juicio de los rebeldes catalanes, claros violadores de la Constitución y golpistas frustrados, tuvieron que haberlos juzgado e inhabilitado rápidamente para que no pudieran presentarse como candidatos a las elecciones europeas. Pero la Justicia española, lenta, se sentía tan segura que afrontó el reto y perdió. Es cierto que la sentencia de Luxemburgo no afecta a la condena de Oriol Junqueras, que sigue siendo un delincuente condenado por sedición y malversación, pero representa un tirón de orejas y una humillación para España y sus instituciones.
El día que España tenga una Justicia independiente y justa, sin jueces afiliados a partidos, que no margine al ciudadano, que no tenga dos varas de medir, que sea rápida, que no castigue al hombre más que a la mujer y que no permita la obscena impunidad de los políticos, entonces seremos respetados en Europa y el mundo. Mientras eso llegue, nos tratarán como lo que somos: una falsa democracia en manos de corruptos y falsos demócratas con alma de tiranos.
Muchos españoles se han sentido humillados por la desautorización de la Justicia y hasta hay llamamiento a un Brexit español, bajo el argumento de que esa Europa que acoge y ampara a golpistas delincuentes como Puigdemont carece del minimo respeto a España.
Es cierto que Europa nos desprecia y que España, en manos de sátrapas, carece de peso y prestigio, pero esta historia nos la hemos buscado nosotros mismos y, como muchas otras, acabará beneficiando al delincuente. Pero la clave es que hacemos las cosas mal y que nuestra democracia no es homologable, por mucho que lo afirmen y reiteren. El poder de los partidos es excesivo, la marginación del ciudadano es intolerable, la manipulación y el atontamiento de las masas desde el poder son propios de tiranías repugnantes y la falta de controles, frenos, cautelas y contrapesos es escandalosa, permitiendo son ese sistema alterado y degradado que los partidos y los políticos ejerzan una auténtica dictadura, incompatible con la democracia, que es un sistema ideado, precisamente, para controlar las evidentes tendencias de los gobiernos a acumular poder y a gobernar sin obstáculos.
Puede que esta historia termine liberando a Junqueras y a sus compañeros delincuentes de la cárcel que merecen, pero España ya estaba a punto de consentirlo cuando ha dejado la política penitenciaria en manos de la Generalitat de Cataluña, que es un gobierno hostil y antidemocrático. Por mucho que los nacionalistas, borrachos de odio, griten que los presos tienen que salir de la cárcel, todos sabemos quién es Junqueras, quien es Puigdemont y que calaña tienen los de su tropa de delincuentes malversadores golpistas.
Son auténticos enemigos de España que España, torpe y en manos de políticos descerebrados y estúpidos, no sabe como neutralizar. Los partidos constitucionalistas se vuelven cobardes o traidores y no se atreven a cambiar las reglas para que los que odian a España y procuran su ruptura queden ilegalizados o desarmados de poder. No solo no condenan a esa genere repugnante que no cesan en su intento de destruir España sino que el mismo gobierno se sienta con ellos a negociar y a pactar, lo que provoca desconcierto y sorpresa en el extranjero y dentro de la España decente que queda en pie.
Desde los años 80 están provocando víctimas con sus políticas nacionalistas y sectarias. Depuran profesionales que se sienten españoles o hablan la lengua común de España, han empujado a miles de catalanes al exilio, han fracturado a miles de familias, han oprimido a millones de catalanes, han engañado a millones de seres mintiendo y manipulando la Historia, han convertido a millones de niños en adoctrinados llenos de odio a España y todo eso lo han consentido a alentado los dos partidos políticos principales de España, el PSOE y el PP, dos formaciones que, por sus delitos y abusos, merecen ser precintadas tanto quizás como los mismos radicales del independentismo.
En España hay demasiados verdugos y demasiadas víctimas, demasiados cobardes, demasiados vagos y mediocres viviendo del Estado, demasiadas violaciones a la Constitución, casi siempre perpetradas por las élites políticas. Mientras eso siga así, ¿Cómo nos atrevemos a exigir el respeto de Europa, si nosotros mismos no respetamos la decencia, los valores, el honor y la democracia?
Hagamos bien las cosas, instituyamos de una vez la democracia, un sistema desconocido en esta España nuestra, y veremos como entonces somos respetados.
Francisco Rubiales