La destrucción de un imperio

Por Desdelaterraza
   Creso era rey de los lidios. Gobernó su pueblo, en la península de Anatolia, unos cinco siglos antes de Cristo. Nada más llegar al poder inició una serie de campañas para someter a los pueblos griegos de Asia. No tardo mucho en conseguirlo. Efesios, dorios, licios, frigios, bitinios y otros muchos pueblos cayeron bajo su férula. Sometidos también los jonios, pensó entonces extender sus conquistas a las islas que éstos habitaban. Preparaba una escuadra con la que invadir las islas jónicas, cuando llegó a Sardes, la próspera capital de su reino, un griego que le anunció que aquellos isleños a los que trataba de invadir estaban preparando a su vez un gran ejército de diez mil jinetes dispuestos a lo mismo sobre su reino. Creso creyó al griego y ordenó paralizar la construcción de las naves y concertar una alianza con los isleños.
   Tiempo después Creso, viendo el creciente poder de los persas, puso su mirada en el Oriente. Para asegurarse el éxito quiso conocer la opinión de los oráculos. Despachó enviados a muchos de ellos con instrucciones de traer informes por escrito de lo que él mismo estaba haciendo el centésimo día tras su partida. Al regreso de todos los comisionados, resolvió Creso que sólo el oráculo de Delfos era capaz de vaticinar su futuro con garantías, pues sólo este oráculo había logrado saber que Creso, pasados los cien días desde que marchasen los delegados, había partido por la mitad una tortuga, un cordero y puestos en un caldero los había puesto a cocer.
   Mandó entonces Creso nuevos enviados a Delfos. Debían preguntar si su reino emprendería una expedición sobre Persia y si contaría con el apoyo de algún ejército aliado. La respuesta no pudo complacer más a Creso: le decía el oráculo que si procedía a la invasión de Persia destruiría un gran imperio y le aconsejaba buscar el mejor y más fuerte aliado de entre los griegos para ello. Así lo hizo y firmó alianza con los lacedemonios.

Delfos


   Para asegurarse aún más, envío unos nuevos comisionados. Cuando llegaron a Delfos, interrogaron a la pitonisa si sería duradero el imperio de su señor sobre la Persia del vencido Ciro. Otra vez fue grande la satisfacción de Creso al conocer la respuesta, pues le advertía que cuando un mulo fuese rey de los medos, abandonase aquel reino, cosa que juzgaba imposible pudiera suceder.
   Decidido, pues, Creso a conquistar la Capadocia, llegó al río Halis, la frontera de sus reinos. La dificultad para cruzar aquel río de caudalosa corriente y sin puentes con los que ganar la otra orilla era grande, pero la solución la dio Tales de Mileto, presente en aquella marcha, quien ordenó que río arriba del campamento lidio se cavara un canal que discurriera por la retaguardia de las tropas lidias y que más abajo, se uniera de nuevo al cauce del río. Quedó así dividido en dos ramas el río con su caudal igualmente dividido y vadeable en ambas ramas.
   Ya en Capadocia, los lidios de Creso sometieron la región de Pteria, mientras Ciro, reuniendo su ejército, salió a su encuentro. La batalla se prolongó durante todo el día. Cuando cayó la noche sin que ninguno de los dos bandos hubiera vencido, se retiraron y Creso, en inferioridad numérica, decidió regresar a Sardes. Con ayuda de los espartanos y los egipcios, con los que había llegado a una alianza también, volvería en la primavera para hacer cumplir los vaticinios del oráculo.
   Más no contaba el lidio que Ciro, al que llamarán el Grande, cruzase el río Halis, y ante Creso en su propia capital, se dispuso a la lucha. A la temible caballería lidia de Creso, Ciro opuso los camellos, usados para el transporte de vituallas, que dispuso en primera línea, delante de la infantería, y tras ésta la caballería. Cuando se produjo el choque entre ambos ejércitos, los caballos lidios, al sentir la presencia de los camellos, de los que temen hasta su olor, se encabritaron, descabalgando a sus jinetes. La lucha, que fue feroz, se entabló entre las fuerzas de a pie, y los lidios acabaron retrocediendo y  refugiándose tras las murallas de Sardes, que fue finalmente tomada y Creso cautivo. Se había cumplido el oráculo: había sido destruido un gran  imperio, el suyo.
Nota: No supo entender Creso que aquel mulo al que se refería el oráculo no era otro que Ciro, hijo de una meda y de un persa.