Resulta curioso, como poco, que el capítulo más discutible, también como poco, de un libro termine por ser aquel que más satisfactorio te resulta, aquel del cual extraes más conclusiones. Esto me ha pasado con el, por otra parte, excelente trabajo de Asier Aranzubia con Alexander Mackendrick para la basal Cátedra. El ensayista dedica todo un bloque, el central de una obra dividida en tres, a demostrar la autoría, la categoría de autor, de Mackendrick. ¿Para qué? ¿Hace falta todavía dignificar a un gran cineasta en base a su supuesta autoría? ¿No es suficiente con que sea un gran cineasta? ¿No ha acreditado esto
Aranzubía analiza al forma minuciosa, concienzuda, y hasta brillante en su capacidad de penetración en el (los) corpus de la obra de Mackendrick, sus motivos temáticos (la capacidad demoledora de la inocencia y de lo azaroso, la mirada infantil, la ambivalencia, la ironía como estilo…) y sus constantes formales (la invisibilidad de la cámara, la geometría del espacio, la herencia del cartoon,…) hasta determinar que, efectivamente, Mackendrick es un autor y uno rotundo y descomunal además. Si me tengo que poner ácido diría que es un derroche de páginas para exponer algo que ya se sabe de antemano es un autor- y cada vez debería importar menos -¿lo despreciamos si no lo fuese?-.
Aranzubía realiza en este libro un relectura, un avance válido, de la endemoniada política de autores y desde un rincón ahora hago un propia, más agresiva, que no es más que una prolongación de esta con un cambio de palabras, pues estas tiene peso, significan cosa diferente, aunque sea de forma sutil: las personalidades contra los autores. Partiendo de esta proposición anti-sistema bien puede ampliarse la noción misma de “sistema”, abracando el de estudios, industrial, la coyuntura, socioeconómico, y el de representación , semiótico-formalista,. La personalidad emerge de y contra estos contextos, independientemente de lugar, tiempo o espacio. Se debate, los pelea y los personaliza, violenta los códigos, los redefine, emplea las armas del enemigo, incluso pudiendo parecer lo mismo es diferente si lo miras de cerca. Y más si lo comparas con su alrededores. Se distingue por oposición: se es personalidad contra los impersonales. Siguiendo hasta el absurdo la teoría de los autores nos
Volviendo al libro, que bien lo merece, se puede decir que si esta parte es la más discutible y así y todo permite semejantes disquisiciones cuál no será la calidad del resto: un retrato soberbio, magníficamente escrito en tiempos de demasiado juntaletras que da perfecta idea de la vida y obra de una personalidad que, en su cine, representa la perfecta síntesis de forma y fondo , y que , en su vida aparece como un ejemplar de admirable coherencia el cual tuvo el valor de retirarse cuando ya no lo soportaba más. Quizás la industria venció a Mackendrick, pero
El propio Aranzubía tiene la irónica lucidez de abrir el libro apelando a ese doloroso, no por recurrente menos cierto, lugar común que es (fue) la ausencia editorial de un director como el reivindicado, un autentico maestro secreto, un verdadero creador de culto (ahora mismo casi ve por fin si obra completa comercializada en DVD en España, obra de solo nueve trabajos, todo un alarde editorial por lo tanto) de inusitada dureza para consigo mismo. La primera aprte del volumen la ocupa un recorrido biográfico (pero no solo) del cineasta desde su infancia norteamericano-escocesa forjadora de un carácter particular, extranjero casi pro definición, altamente irónico y agudo, tan ambivalente como su mismo cine, abierto siempre a cambiar el punto de vista, jugando con la percepción del espectador, con sus esperanzas respecto ala bondad o maldad de unos u otro personajes. Especialmente interesantes, e iluminadoras, resultan sus experiencias como publicista y animador (el cartoon
Si bien es la tercera parte del libro la dedicada a explorar críticamente, puntillosamente además, cada esquina de sus nueve películas, el juicio crítico atraviesa todo el libro, para bien, y complemente el perfil biográfico ennobleciéndose, además, con contantes citas, no invasivas, a otros estudios anteriores y en especial a los diarios de clase del propio Mackendrick, una joya del pensamiento directo, práctico y nada banal de un director fascinante, mucho más de lo que el mismo pensaba, desde luego muchísimo más de lo que el mismo decía.