La deuda interna (de Marruecos)

Publicado el 25 marzo 2019 por María Bertoni
La ficción de Zineddaine se proyectará el miércoles 27 de marzo a las 21:15 y el domingo siguiente a las 21 en el Centro Cultural San Martín, en el marco del octavo LatinArab. El film tuvo su première nacional y mundial en diciembre pasado, en el Palacio de los Congresos de Marrakech.

La relación entre saber y poder constituye el eje central de La sanadora, ficción marroquí contemporánea que protagonizan la curandera Mbarka, su hijo adoptivo adolescente Abdú y el joven punga Chaayba. El grado de (des)conocimiento de cada personaje condiciona su presente en la periferia de una ciudad minera y el vínculo que los une, histórico o circunstancial según el caso.

En esta entrevista concedida a Camille Bigo para la edición magrebí del Huffington Post, Mohamed Zineddaine explicó que su film más reciente es la adaptación de la novela de un amigo, amalgamada con anécdotas de la propia infancia. El realizador también contó que caracterizó a la sanadora en cuestión a partir del recuerdo de una prima de su padre y de una abuela.

La primera mujer era soldado, vigilaba presas, ejercía mucha influencia sobre su comunidad, precisó Zineddaine antes de comentar que nunca se habituó a la “faceta oscura” de esa tía. Una incomodidad similar provoca el personaje a cargo de la magnífica Fatima Attif cuando llega al barrio a bordo de un vehículo no identificado, o cuando prepea, acosa, sanciona al pensionista –antes que hijo– que encarna el hermoso Ahmed El Moustafid.

Mbarka y Abdou representan los extremos de una cadena de mando que sufre alteraciones irreversibles cuando Chaayba irrumpe en escena. La sanadora pierde control; el adolescente reconoce con mayor claridad su necesidad de emancipación.

Mientras retrata a los integrantes de este triángulo atípico, Zineddaine ofrece postales de una ciudad todavía aferrada a viejas creencias y a la vez atravesada por cierto afán modernizador, al menos en términos arquitectónicos. Desde esta perspectiva, La sanadora parece invitar a descubrir o revisar –parafraseando el título de la película que el jujeño Miguel Pereira dirigió en 1988– la deuda interna de Marruecos.

Una joven vagabunda deambula por el mismo barrio periférico que los protagonistas. El realizador la convierte en testigo silencioso de algunos de los sucesos que tallan los (des)encuentros entre Mbarka, Abdou y Chaayba. Los espectadores nos identificamos con la mirada atenta de la linyera pero, a diferencia de este personaje, vislumbramos una tragedia.