—Esto —dijo el hombre, mostrándome las tres joyas, todas con una gema titilante— se carga. Mediante un proceso alquímico transfiero mi memoria a ellas. Cuando muero, renazco; y cuando he renacido, al tocar estas piedras las vacío, recupero mis recuerdos. Están programadas para que así suceda. Es complicado. En todo caso, años después vuelvo a transferir.
»Creo que el problema es que no puedo seleccionar lo que transfiero; toda mi memoria pasa a las piedras de aquí. Entonces se mezclan los recuerdos de distintas vidas. Recuerdo haber tenido veinte años cinco veces, cada vez con una cara diferente. Cinco veces. ¿O son seis?
Parecía desconcertado. Malêk —así te llamas todas las veces, aunque nazcas con otros nombres— se quedó mirando las joyas, pensativo, y tuve la sensación de que se había perdido en alguna parte. Me pregunté si ella, la muchacha que aguardaba a su lado, también lo notaba, si sufría por su estado.
—Te afecta —comenté, y el hombre dio un respingo y me miró.
—Sí. ¿Me he perdido?
—Sí.
Sonrió. Tuvo el valor de hacerlo, aunque sus propios recuerdos estaban consumiendo su capacidad de pensar correctamente. Su cerebro era incapaz de soportar semejante carga; tarde o temprano no solo afectaría a su memoria y atención, sino también a su motricidad.
Al final, Malêk, habrías sido incapaz de mantener tu corazón latiendo.
Pero eso ya lo intuías. No tuve que decírtelo.
—Por eso he pensado que quizá me hace falta algo… —continuó el hombre—. Algo un poco más selectivo, más duradero, y menos dañino.
—No debí haberos dicho que escribía libros.
Esa vez lanzó una risilla. Tendió su mano, cogió la de su amante. Se la estrechó, no buscando consuelo, sino dándolo.
—Nos harías un gran favor —aseguró Malêk—. Creo que no necesito saberlo todo. Necesito lo más importante, solo eso. Lo que nos define.
—No será lo mismo —le advertí—. Podrás leer el libro y sentirlo como una buena historia, o no, pero cabe la posibilidad de que no te sientas parte de ella.
Aunque esa posibilidad era bastante pequeña, si lo pienso bien; el alma de ese hombre ya era receptiva a memorias antiguas, las anhelaba. Quién sabe. Cuando todo acabe, cuando mueras y regreses, y en lugar de unas gemas cargadas recibas un libro… creo que recordarás del mismo modo.
Memoria residual, se le llama. Sobre todo porque os interesa aquello que es más importante, los recuerdos que marcan la vida de una persona.
—Está bien —suspiré—. Escribiré vuestro libro de recuerdos selectivos.
Malêk rio, el muy idiota. Bueno, supongo que siento cierto afecto por vosotros dos, porque mirad lo que estoy a punto de hacer: perder tiempo con mi Harie.
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