"CRÉEME QUE HE HECHO todo lo que podía hacer y que no he podido dar más de sí". De esta forma, poniéndose la venda antes de la herida y temiéndose lo peor, se sinceraba Trinidad Jiménez nada más votar en su Agrupación de Moncloa. Horas después, alguien resumía la victoria de Tomás Gómez frente al aparato del PSOE con un escueto y rotundo "me encanta que el pez chico se coma al grande". Y ha sido precisamente esa aureola de rebeldía la que puede explicar en parte la victoria del de Parla. No es de extrañar que "las bases" corearan anoche en Callao "se va a acabar, se va a acabar la dictadura de Ferraz".
El principal objetivo de un partido político es ganar las elecciones y gobernar, qué duda cabe, y hacia ese anhelada meta han de dirigirse todos los esfuerzos, en el bien entendido de que la victoria de anoche sólo valdrá si sirve de trampolín para llegar desde Callao hasta la Puerta del Sol. Apenas 457 metros, según recuerda Antonio Miguel Carmona, escudero de Gómez, una distancia que puede ser insalvable si, bien el PP o el propio PSOE, enfilan sus baterías hacia el antiguo edificio del Palacio de la Prensa, sede del PSM. Aunque es consciente de ello, Tomás Gómez debería estar muy atento a los francotiradores que, convenientemente agazapados en cavernas y rotativas, aguardan una señal para apretar el botón de los torpedos.
De momento, y como no quiero ser agorero, el hecho cierto es que hoy empieza una nueva etapa en el PSM y que, sin lugar a dudas, Tomás Gómez está mucho mejor situado que cuando el propio Zapatero pensó en él como secretario general. La creciente popularidad de Gómez y esa aureola de rebelde preocupan en el PP, por más que en el partido de Esperanza Aguirre se empeñen en negar la evidencia menospreciando su triunfo. El PP se cubrió de gloria diciendo primero que este asunto de las primarias no interesaba a nadie, es evidente que sí, y ahora relativizando la victoria con el débil argumento de que a Gómez sólo le han apoyado 7.000 madrileños de un total de 6,3 millones de ciudadanos.
Recapitulamos. Lo ocurrido con estas primarias nos deja múltiples lecturas y ninguna buena para un José Luis Rodríguez Zapatero en horas bajas. La fuerza de los votos, es decir, la libre decisión de los militantes pesa más que las maniobras de los despachos por más que la ministra hubiera sido una magnífica candidata. Esa es, precisamente, una de las grandes paradojas de todo este proceso: Gómez gana el pulso con un discurso, en ocasiones cambiante e impreciso, pero propio, que fue el mismo camino emprendido por un entonces bisoño Zapatero cuando fulminó el oficialismo que pudo representar el aspirante José Bono. Dicen que gana la democracia y que pierde el aparato. ¡Toma democracia!