En el momento de nacer, nuestro cerebro todavía no está del todo desarrollado. Tampoco podemos valernos físicamente por nosotros mismos ni ser autosuficientes a nivel emocional. De hecho, pasarán algunos años más hasta que podamos tener uso de razón. Y otros tantos para ser conscientes y capaces de autoobservarnos, pudiendo así conquistar nuestro diálogo interno. Hasta entonces, somos dependientes de nuestros cuidadores.
Esta situación de extrema dependencia y vulnerabilidad provoca que se active nuestro instinto de supervivencia: el ego. Dado que solemos considerarlo "el malo de la película" en general se nos invita a que lo matemos... Sin embargo, nuestro proceso de sanación y transformación para reconectar con nuestra verdadera esencia no pasa por demonizar ni destruir el ego. Más bien consiste en comprehender cómo funciona y de qué manera nos manipula. Principalmente porque solo así podremos aceptarlo, integrarlo y trascenderlo, liberándonos de su nociva influencia psicológica.
Y entonces, ¿qué es el "ego"? Se trata de una palabra latina que significa "yo". Es un mecanismo de defensa que vamos desarrollando inconscientemente para poder sobrevivir al abismo emocional que suponen los primeros años de nuestra existencia. Así es como intentamos desesperadamente protegernos del angustioso dolor que nos causa experimentar la herida de separación. Al desconectarnos del ser esencial ⎯y por ende, del estado oceánico en el que nos sentimos fusionados con la vida⎯, el ego viene a ser un parche que nos permite ir tirando.
Este yo ilusorio cuenta con ocho características principales. La primera es que es "ignorante". El ego ignora una verdad fundamental: que lo que en realidad somos es el ser esencial del cual perdimos el contacto al nacer. No en vano, desde el día en que nacemos somos condicionados por nuestro entorno social y familiar. Y por medio del sistema de creencias limitantes que vamos adquiriendo, acabamos construyendo una mentalidad prefabricada. Cuando estamos identificados con el ego, obviamos algo muy obvio: que nuestra percepción no es neutra ni objetiva, sino que es totalmente subjetiva. Es entonces cuando confundimos la realidad ⎯lo que es⎯, con la distorsión que hacemos de la realidad en base a las lentes egoicas desde donde la percibimos.
El segundo rasgo de este mecanismo de defensa es que es "egocéntrico". Desde nuestra más tierna infancia nos convierte en el centro de nuestro diminuto universo. De ahí que nos lleve a utilizar los pronombres "yo", "mi", "me", "conmigo", "mío"... Bajo el embrujo de este yo ilusorio, esperamos que se sacien nuestras necesidades, se satisfagan nuestros deseos y se cumplan nuestras expectativas. Y por supuesto, que todo el mundo nos beneficie y que nadie nos perjudique. Cuando estamos cegados por el ego no vemos a nadie más que a nosotros mismos. Esta es la razón por la que nos tomamos todo lo que sucede como algo personal.
La tercera característica principal es que es "infeliz". Cuando estamos identificados con el ego nos es imposible comprehender que todo lo que necesitamos para sentirnos en paz reside en nuestro interior. Tampoco sabemos que el único amor que necesitamos es el que podemos potencialmente darnos a nosotros mismos. Esta es la razón por la que creemos que el bienestar y el afecto han de venir de fuera. Del ego también surge el apego. Es decir, la creencia de que alguien o algo externo es la causa de nuestra felicidad. De ahí que este yo ficticio nos convierta en mendigos emocionales, esperando que los demás nos amen para volver a sentirnos completos. Sin embargo, nada ni nadie pueden llenar el enorme vacío que sentimos cuando estamos desconectados de nuestra verdadera esencia. Por eso siempre deseamos más de lo que tenemos, manteniéndonos en un estado de insatisfacción crónico.
ADULTOS INFANTILES"El nivel de sufrimiento en tu vida es proporcional al tamaño de tu ego."
(Eckhart Tolle)
El cuarto rasgo de este instinto de supervivencia es que es "infantil" en el sentido más peyorativo de la palabra. ¿Qué sucede en general cuando no le das a un niño lo que quiere? Que rompe a llorar desconsoladamente, gritando y pataleando como si fuera el fin del mundo. A pesar de su mirada dulce y angelical, los críos pueden actuar como auténticos dictadores, tratando a sus padres como si fueran sus súbditos. Del mismo modo, cuando estamos identificados con el ego en demasiadas ocasiones los adultos nos comportamos como niños pequeños, sufriendo por no conseguir lo que queremos.
El quinto atributo de este escudo protector es que es "reactivo". De hecho, cuando vivimos identificados con el ego somos presos de un encarcelamiento psicológico. Cada vez que sucede algo que atenta contra nuestra supervivencia física o emocional, reaccionamos impulsivamente. Nosotros no elegimos reaccionar. Por el contrario, la reacción se dispara automáticamente, provocando que nos perturbemos a nosotros mismos tomándonos un chupito de cianuro. De este modo, al no ser dueños de nuestras reacciones emocionales, nos convertimos en esclavos de nuestras circunstancias.
El sexto rasgo es que es "victimista". Cuando estamos tiranizados por el ego estamos convencidos de que los demás son la causa de nuestro sufrimiento. Esta es la razón por la que cada vez que nos perturbamos tendemos a victimizarnos, a quejarnos y a culpar siempre a algo o alguien externo de nuestro malestar. En ningún momento asumimos nuestra parte de responsabilidad. No se nos ocurre pensar que la causa real de nuestro sufrimiento no tiene tanto que ver con el hecho, sino con la reacción egoica que se desencadena mecánicamente frente al hecho. Por eso en general queremos cambiar a los demás y a la realidad, creyendo que así lograremos ⎯por fin⎯ sentirnos bien con nosotros mismos.
La séptima característica principal es que es un "farsante". El ego es un falso concepto de identidad, un yo ilusorio creado por conceptos, pensamientos y creencias de segunda mano. Al estar enajenados de nuestra verdadera identidad ⎯el ser esencial cuyo contacto perdimos al nacer⎯, creemos que somos nuestra "personalidad". No es casualidad que esta palabra proceda del griego "prospora", que significa "máscara". Así, el ego es un disfraz con el que conseguir que algo de lo de fuera ⎯lo que sea⎯ resuelva nuestro conflicto interno, aplaque nuestro miedo y apacigüe nuestro dolor. Sin embargo, lo único que sí consigue es que nuestra vida se convierta en una farsa representada en ese gran teatro llamado "sociedad".
El octavo atributo es que es "inconsciente". Mientras estamos identificados con el ego no nos damos cuenta de que estamos identificados con el ego. Somos inconscientes de todos estos patrones y mecanismos de defensa, incluyendo nuestra propia inconsciencia. Lo cierto es que tampoco queremos saberlo, pues implicaría hacer lo que más tememos: cuestionar los pilares sobre los que hemos construido esta identidad prefabricada. De hecho, al ego no le interesa para nada que seamos conscientes de su existencia. Principalmente porque sería el principio del fin de su dictadura. Por eso hace lo posible para mantenernos dormidos, enajenados y desempoderados.
En definitiva, "el ego es la mente no observada que dirige nuestra vida cuando no estamos presentes como observadores". Es entonces cuando nos percibimos ⎯equivocadamente⎯ como un yo separado de la realidad que observamos. Ser conscientes de cómo opera este dictador interior es el primer paso para salir de la ilusión, la trampa y el engaño a los que nos mantiene sometidos. Saber cómo funcionan sus diferentes mecanismos es lo que nos permite dejar de identificarnos con él. De ahí que para despertar sea fundamental darnos cuenta cuando este impostor se apodera de nosotros. Esencialmente porque no somos la charla que oímos en nuestra cabeza, sino el ser que escucha esa charla. Del mismo modo que no podemos luchar contra la oscuridad, es imposible combatir el ego y vencer. En este caso, la batalla se gana encendiendo la luz.
*Fragmento extraído de mi libro "Las casualidades no existen. Espiritualidad para escépticos".
Fuente: https://borjavilaseca.com/la-dictadura-del-ego/?mc_cid=5922eb0968&mc_eid=fd8d89f4a0