Revista Arte

La diferencia entre el realismo y el impresionismo fue la esperanza, la sutil, luminosa e increíble esperanza.

Por Artepoesia
La diferencia entre el realismo y el impresionismo fue la esperanza, la sutil, luminosa e increíble esperanza.
La diferencia entre el realismo y el impresionismo fue la esperanza, la sutil, luminosa e increíble esperanza.
Van Gogh siempre había admirado en Millet su manera de componer precisa, natural, humana, sencilla, destacando la fragilidad pero también la fortaleza de la vida humana. Millet había sido un pintor realista. A partir de 1840, Millet abandonaría la pintura clásica y tradicional para acercarse a la desgarradora muestra de la verdad más cruda de la vida. Esta había sido iniciada en el Arte más por la crítica social que por una estética detallista vibrante. Honoré Daumier, un pintor satírico y decidido, iniciaría la senda de la expresión realista en donde lo que se transmite socialmente es más relevante que lo que se expresa con color. El realismo artístico no tiene nada que ver con el Realismo como movimiento pictórico promovido en Francia a mediados del siglo XIX. Una cosa es pintar la naturaleza como ésta es y otra cosa es pintar un cuadro como la sociedad humana es. Lo primero siempre había tratado de alcanzarse en la pintura a lo largo de la historia, lo segundo fue un prurito social y muy humano que buscaba sorprender y criticar al mundo. Era otra visión de la vida y del mundo que nunca antes se había plasmado en un lienzo artístico.  Con su pintura, Millet no buscaba pintar con realismo detallista la verdad de la representación física, buscaba el sentido real que no se veía sino que se sentía ante la crudeza irremediable de una vida tan ingrata. Cuando en el año 1850 crea su obra El sembrador no retrata la naturaleza, no define así un paisaje somero con las luces y las sombras de una perspectiva natural. No hay en su obra un cielo de fondo que contraste con credibilidad estética la exposición natural de un ser humano desarrollando ahora una tarea agrícola. No veremos tampoco el retrato perfilado con esmero de la silueta, rotunda también, de un ser humano trabajando. Pero, sin embargo, todo eso está ahí, equilibrado no por la norma estética sino por la realidad profusa de un sentimiento desgarrador. Porque vemos ahora el esfuerzo, la soledad, la dureza aprensiva, el dolor transmitido apenas por el rostro invisible de un ser deliberado así ante la vida.

El mínimo color acompaña ahora el sentimiento que transmite y no la realidad de sus tonos naturales. Es tanto el sentimiento de desolación humano que la verdad natural no corresponde con el mundo. Porque aquí no se compone la naturaleza sino al hombre. Sólo a él; no hay otra cosa que acompañe ahora al sentimiento desgarrador de una expresión crítica determinada, de un sentido vital que un ser humano sea capaz de disponer ante la realidad inevitable de una vida demoledora. Sin embargo, Millet no compuso a un ser vulnerable en su obra realista, a un ser indeciso, sufrido, lento o desesperado que soporta la realidad con el añadido indecente de una reacción indolente. No, compuso un robusto ser que, decidido y dirigente, camina seguro ante el escenario tan oscurecido de su vida. Hay una lucha comprometida, hay una fuerza interior que deslizaría toda representación cruda de la vida que el pintor se permitiera componer en su obra. Es una huida a la vez que una aceptación, es una expresión de la realidad que no expresa solo realidad sino congoja también. Pero no lo vemos siquiera porque el rostro del ser humano que Millet expone no dejará que sea del todo visible todo aquello en su lienzo. El sentimiento, por tanto, no es explícito, es transmitido aquí por la fuerza de la obra de Arte y no por el detallismo realista de unos matices estéticos tradicionales. El detallismo realista había sido en el Arte glosado por las tendencias clásicas desde el Renacimiento. El Romanticismo lo había fracturado, lo había marginado a las orillas infectas de la representación sin sentimiento. Por eso cuando los pintores franceses a partir de 1850 se plantean componer la realidad, no se fijan en lo que ésta había sido antes sino en lo que ahora supone para la realidad social del mundo. El sembrador de Millet reivindica al ser humano ante la realidad del mundo tan desoladora. Aquí es esta realidad ahora la que importa y no la otra. 

Treinta y ocho años después de Millet, Vincent Van Gogh crearía su obra El sembrador (después de Millet). ¿Qué había cambiado en todo ese tiempo? ¿Había dejado el ser humano de padecer la desolación de su destino en el mundo? No, en absoluto. El mundo disponía de las mismas realidades sociales tan crudas como antes. Pero, sin embargo, la pintura sí había cambiado radicalmente. A pesar del elogio que Van Gogh tuviese siempre de la obra y el Arte de Millet, el pintor holandés, a diferencia del francés, expresaría lo mismo pero de una forma ahora totalmente distinta. En su creación, Van Gogh compone también a un ser humano decidido, solitario, caminando seguro ante la realidad de un trabajo duro y despiadado. Pero ahora, al contrario que Millet, en su obra semejante sí hay un paisaje profundo y determinante aquí, un protagonista añadido al personaje retratado que caminará obstinado y seguro. Ahora el cielo, aunque reducido en tamaño frente a una tierra poderosa, dispone aquí de la grandiosidad estética precisa para poder expresar ahora todo diferente. El sentimiento de antes, aquella emoción tan cruda y realista que Millet había tratado de expresar en su obra de Arte, ahora era transformado en Van Gogh radicalmente. Había otra cosa más añadida, había algo nuevo que Millet no supo, no quiso o no pudo componer entonces. Algo que cambiaría el sentido de la admiración del pintor holandés ante la pintura realista de Millet. Eso era ahora aquí la esperanza, una cosa que Millet no expresaría en su terca visión realista de la verdad del mundo, por otra parte ésta indiscutible del todo en su obra. Pero que el pintor postimpresionista no rechaza para nada, sigue admirando y sigue componiendo la misma crítica función social ante un mundo desolado. Sólo añade algo que su pintura descubre fascinante ante los colores, ante la luz y ante la vida. Es ahora una esperanza deslumbrante, una que daña la vista incluso, que la tuerce ante la fuerza poderosa de un fulgor tan determinante. No dejará de sembrar el sembrador por eso, no dejará de caminar decidido, no dejará incluso de padecer la soledad de su trabajo impenitente. Pero, a cambio de la magnitud oscurecida y engrandecida de un ser solitario, lo que Millet había tratado de representar en su obra realista, ahora Van Gogh decide que sea el mundo aquí quien lo acompañe, que no sea el mundo ajeno a su vida, sino que sea el sentido más compartido que ésta tenga, ese mismo que ahora, de tan poco realista o crítico que sea, comparta aquí, sin embargo, la misma suerte o el mismo destino, tan esperanzado, por su parte.

(Óleo El sembrador, 1850, del pintor realista Millet, Museo de Finas Artes de Boston; Pintura El sembrador (después de Millet), 1888, del pintor postimpresionista Van Gogh, Museo Kröller-Müller, Holanda.)


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