La diplomacia cultural de China: poder suave de alcance global

Publicado el 17 mayo 2016 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

Uno de los elementos que guían la conducta de las personas es la percepción que tenemos de nosotras mismas y de nuestra posición en el mundo, relativa a las posiciones de las demás. Lo mismo pasa con las naciones, cuya percepción sobre la propia cultura y la de los demás es un elemento que guía la conducta de los Estados a los que pertenecen. Sin embargo, la dimensión cultural de las relaciones internacionales no ha cobrado importancia hasta hace bien poco, estando la agenda pública tradicional marcada por asuntos esencialmente militares o económicos. Hoy hablamos de una “sociedad global” con recursos, intereses y amenazas globales que hacen a los estados cada vez más interdependientes; es por ello que la cooperación y el entendimiento mutuo son más importantes que nunca. La cultura ha cobrado una especial relevancia, al ser un medio para presentarse al mundo y comprender a los demás, pero también para afirmar poder y prestigio. A través de la cultura una nación proyecta una imagen al mundo, pudiendo moldearla en función de sus intereses dentro de un margen de coherencia con la realidad.

Por su importante peso demográfico y su desenfrenado crecimiento económico durante las últimas décadas, China ocupa hoy primeros planos en la escena mundial. Y precisamente, China es un país que ha comprendido muy bien la importancia estratégica de la diplomacia cultural en su política exterior, ya que a partir de una imagen que combina tradición milenaria y modernización al más puro estilo liberal, está contribuyendo a crear condiciones favorables para su buen posicionamiento en el mundo.

Treinta siglos de influencia cultural en el mundo (y hermetismo hacia el interior)

La influencia de la cultura china se extendió por Asia y el mundo mucho antes de que su Gobierno decidiera incorporarla como activo a sus relaciones exteriores: unos treinta siglos antes. La historia del “Imperio del Centro” está marcada por una tradición intelectual milenaria, irradiada en el primer milenio a.C. a los países vecinos. Inventos como la brújula, el papel, la pólvora, la imprenta, la porcelana y la seda, se difundieron por Asia antes de llegar a Occidente a través de los viajeros medievales. La antigua filosofía china, la medicina tradicional, las artes marciales, la caligrafía y la pintura se dieron a conocer mundialmente por medio de misioneros, comerciantes y enviados diplomáticos, sobre todo a partir de los Tratados Desiguales (mediados del siglo XIX). La diáspora china, a partir de finales del siglo XIX, ha popularizado en muchas capitales de Europa y América el arte mobiliario, la gastronomía, el deporte y las fiestas del calendario chino.

Zhao Mengfu (趙孟頫, 1254-1322), Yuan Dynasty (1279-1368). A través de China Online Museum

Sin embargo, China no siempre permaneció en fase de esplendor en términos de influencia cultural. A pesar de ser la civilización más avanzada, hacia el siglo XVIII algunos estados europeos ya habían alcanzado a China y eran más capaces que ésta de proyectar poder alrededor del mundo. Esto probablemente se debió a la creciente introspección de China: creían que no había nada más que aprender fuera de sus fronteras. Así, aunque China descubrió el hierro y la pólvora siglos antes que nadie en Europa, los chinos no consideraron las diferentes maneras en las cuales podían utilizar estas invenciones. Más aún, aunque la marina china y su flota comercial estaban extremadamente adelantadas, nunca fue a conquistar océanos más amplios, aparentemente contenta de permanecer siendo el centro de la civilización mundial.

China comenzó a quedarse detrás de Europa a mediados del siglo XIX. El creciente poder de las potencias europeas acabó materializándose por primera vez en las Guerras del Opio (1839-1842 y 1856-1860), por las que China perdió el control de sus fronteras a manos de los británicos y los franceses, y cuyos mercaderes empezaron a imponer los términos del comercio chino con el mundo exterior. Más potencias pronto se unieron a Gran Bretaña y a Francia, y para el final del siglo XIX China había sido desmembrada en múltiples esferas de influencia. De los estados asiáticos tan solo Japón fue capaz de resistir el ataque de las potencias industriales europeas. Desafortunadamente para China, Japón comportaría igual que el resto y buscaría también su propia esfera de influencia en el país. China no recuperó las riendas de su destino hasta el fin de la II Guerra Mundial, cuando los nipones se retiraron del país, pese al comienzo de la guerra civil entre los comunistas y las fuerzas del Kuomintang.

La victoria de los comunistas en el conflicto marcaría el inicio de una nueva  época de cambio político y social en China en la que el Partido Comunista comienza a monopolizar el poder. De la Revolución Cultural a Tiananmén, todo el pensamiento estaba subordinado a los planes primero de Mao y después de Deng Xiaoping, los grandes arquitectos de la estructura moderna de poder político y cultural en China. Esta época estuvo marcada por un fuerte aislacionismo del mundo exterior.

A partir de las reformas económicas de los setenta –descentralización, liberalización y apertura a inversiones extranjeras– se suceden años de crecimiento sostenido, convirtiéndose en una potencia regional y global e incorporándose a numerosos espacios multilaterales como la ONU, la OMC, la ASEAN o la OCS (Organización de Cooperación de Shanghái). Esta emergencia sin igual hizo necesaria una nueva estrategia de política exterior en la que la diplomacia cultural ha desempeñado un papel muy importante; y aunque su modelo de crecimiento económico de los últimos 30 años parece estar agotándose, dicha estrategia continúa prácticamente intacta. No obstante, no hay que olvidar que lo percibido desde el exterior está en constante dinamismo.

Chinatown de Liverpool, un ejemplo de la presencia de la cultura china en las ciudades occidentales. Fuente: Wikipedia

La doctrina del encantamiento: de la proyección de una imagen a la realidad

La llegada de Hu Jintao al poder en 2004 marcó el inicio de una nueva etapa en la política China, en la que se introdujo el concepto de poder suave (soft power) en el discurso del Gobierno para equipararlo al poder económico y militar (hard power) como activo en sus relaciones exteriores. Desde entonces, la diplomacia china estará guiada por la necesidad de proyectar una imagen atractiva y amistosa al mundo que ahuyente posibles recelos ante una hegemonía amenazadora. Efectivamente, hay teorías que predicen que el auge expansivo del gigante asiático provocará inevitablemente conflictos a escala regional e incluso mundial, como ocurrió con otras potencias emergentes y carentes de suficiente espacio vital en el pasado. Por “conflictos” se entiende también la formación de bloques militares o el surgimiento de carreras armamentísticas.

En respuesta a esta posición, académicos y especialistas chinos apoyados por el Gobierno de Hu Jintao desarrollaron la teoría del “ascenso” o “desarrollo pacífico”, que presenta a China como una potencia emergente no amenazante, que no busca desafiar el statu quo sino la construcción de un “mundo armonioso” en el que su desarrollo está ligado por una ecuación win-win al desarrollo del resto del mundo. En su momento, China comprendió que para lograr un desarrollo económico sostenido y asegurar una respuesta a sus demandas internas relativas a su crecimiento demográfico y la modernización del país, necesitaba de un ambiente externo pacífico que vea en China no una amenaza, sino una fuerza benigna, cooperativa y dispuesta a participar responsablemente dentro de la comunidad internacional. Los conceptos de “desarrollo pacífico” y “mundo armonioso”, de inspiración confuciana, sirven a una táctica que algunos autores han denominado “ofensiva del encantamiento”, cuya finalidad es mejorar la imagen de China en el exterior, eliminando prejuicios y temores que le impidan consolidarse como potencia regional y global.

Para ampliar: Libro Blanco sobre el Camino del Desarrollo Pacífico de China, Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Popular China.

La tesis del “ascenso pacífico” ha sido sólo en parte coherente con la forma y el contenido de la política exterior china. El país ha desactivado potenciales conflictos regionales y ha apostado por el multilateralismo en el plano global, beneficiándose en su imagen internacional del desgaste que ha sufrido por EEUU dada su política en Oriente Próximo desde principios de siglo. En su época de crecimiento económico sostenido, que sólo se ha frenado en este año 2016, se aseguró sus abastecimientos por vías diplomáticas y evitó presiones y enfrentamientos en la rivalidad por los mercados internacionales. Además logró un apoyo significativo de otros estados de la comunidad internacional en temas tan delicados como el de Taiwán.

Sin embargo, la política exterior china no está libre de contradicciones que han levantado y siguen levantando importantes recelos en el mundo exterior. En primer lugar, su posición tradicional como líder del mundo en desarrollo contrasta con la encendida defensa de la globalización económica. Por otro lado, junto a las expectativas positivas que ha estado levantando como gran mercado y tierra de nuevas oportunidades, el agotamiento de su modelo de crecimiento despierta ahora el temor a la caída de los precios y el repentino parón de sus importaciones, sobre todo en América Latina, donde la capacidad de compra de la economía china impulsaba su crecimiento.

Por otro lado, los votos por la coexistencia pacífica se compadecen mal con las fuertes inversiones realizadas en la modernización de las fuerzas armadas y su involucramiento en varios conflictos geopolíticos.

Para ampliar: El Collar de Perlas de China: geopolítica en el Índico, Fernando Arancón en El Orden Mundial

Continúan preocupando las repercusiones del crecimiento desordenado sobre el medio ambiente. Las declaraciones sobre el “socialismo armonioso” chocan con las noticias sobre la fiebre consumista, el urbanismo desatado, las grandes fortunas y desigualdades de renta. La política de internacionalización de sus empresas, que ha culminado con intentos de compra de grandes compañías extranjeras, se ha topado en algunos casos con los recelos de las autoridades económicas occidentales. Aunque se conocen el esfuerzo inversor en I+D y los progresos realizados en educación y ciencia, el historial de violaciones de la propiedad intelectual e industrial sigue lastrando la imagen de las manufacturas chinas.

Por otro lado, el régimen de partido único y las graves carencias en la situación de los derechos humanos, con especial mención a la cuestión del Tíbet y a la censura en los sistemas de comunicación e Internet, están sujetas constantemente al escrutinio internacional y son cuestiones que China deberá mejorar si quiere convencer y aumentar su capacidad de influencia en el mundo.

La balanza china de intercambio cultural

Lo cierto es que China no necesita hacer grandes esfuerzos para despertar el interés por su cultura más allá de sus fronteras, ya que cuenta con una importante reserva de activos culturales, tradicionales y contemporáneos, relativos al arte, el deporte, la literatura, el cine, la fotografía, la música, la danza o la gastronomía. Cientos de Festivales, Ferias, Semanas, exposiciones,  encuentros y visitas repartidas a lo largo del mundo y de los últimos años han dado a conocer las particularidades de la cultura china, así como han inspirado la fusión con otras manifestaciones culturales del mundo.

La ceremonia del té, tradicional en China, ha acabado exportándose a otros lugares del mundo Imagen de la película “La casa de las dagas voladoras”, por Zhang Yimou (2004)

Sin embargo, la estrategia de diplomacia cultural china todavía arrastra ciertas desventajas. Una importante singularidad del modelo chino de diplomacia pública reside en que se ha desarrollado a partir de la tradición de propaganda política propia de un régimen de partido único. A diferencia de los ejemplos occidentales en los que se inspira, emana de un poder fuertemente centralizado y discurre por canales estrechamente controlados por las autoridades, dejando apenas espacio a la iniciativa de otros agentes. Esta característica explica en buena medida su eficacia, pero al mismo tiempo plantea dudas sobre sus debilidades en términos de credibilidad y confianza.

Si bien la cultura proporciona cierto poder blando, las políticas internas y los valores la limitan, sobre todo en China, donde el Partido Comunista teme conceder total libertad intelectual y aún se resiste a influencias externas. Mientras éste aprende a moverse desde la propaganda hasta la “comunicación estratégica”, todavía está perdiendo la batalla por “los corazones” de la gente –especialmente en Occidente, pero cada vez en más partes del mundo, incluidas partes de la propia China– en términos morales.

En resumen, a la gran potencia económica le falta todavía mayor equipaje de prestigio e influencia, de poder de atracción. No ha llegado aún a un lugar destacado en los índices de recursos de poder blando con los que cuentan Estados Unidos o Europa –que cuentan con “marcas nacionales” como Hollywood o Broadway, grandes eventos deportivos, superestrellas o celebrities–. Pese a ello, la puesta en escena de las Olimpiadas de Pekín, la Expo de Shanghai, la apertura de Institutos Confucio, el creciente interés por aprender mandarín o la popularidad de los programas de CCTV y las películas taquilleras pueden haber desencadenado importantes cambios al respecto. Sólo el tiempo dirá si el gigante asiático logrará sobreponerse a los retos que se le plantean a su diplomacia cultural.