No es extraño que un tipo como Trump presuma de llamar perras a las mujeres y de tener un encanto incontenible que las pone en sus brazos. Es un tarado insoportable, capaz de estar a favor de todas las fobias: homofobia, xenofobia. Lo grave no es que haya un loco misógino, sino que le puedan votar cerca del 50% de los ciudadanos del que dicen ser el primer país del mundo.
Hay otros ejemplos que pueden servir para explicar que avanzamos poco, si es que lo hacemos, en la lucha contra la violencia de género. Desde luego, las religiones son activos desencadenantes de discriminación activa. La católica, ahí la tienen, no permite que las mujeres puedan actuar en los oficios, salvo de forma pasiva, y desde luego las encasilla en el escalafón, destinándolas a ser las servidoras, no ya de dios, que según su creencia sería lógico, sino de los sacerdotes, los machos de la secta. Y ahí siguen.
Y qué decir de los musulmanes, donde la mujer está destinada a tener un papel social muy inferior al varón, quedando relegadas en todas las decisiones importantes, incluso de las suyas propias. Las obligan a ser vírgenes, antes del matrimonio, so pena de lapidación –no es el caso de los varones que pueden llegar a practicar la poligamia sin ningún prejuicio--, a estar condenada a cuidar del varón y de los hijos, a vestirse con el velo y a depender de forma absoluta de su padre, su marido o su hijo, dependiendo del caso, aboliéndole su libertad y dejándola al amparo de un “ser superior” que le dirige cualquier aspecto de su vida.
En Irán, por ejemplo, no dejan entrar a ninguna mujer que no tenga cubierto todo el cuerpo, salvo la cara (menos mal que las dejan respirar). Y este precepto sirve también para las mujeres que visitan Irán. Me duele y me jode que suceda, pero si yo fuera mujer jamás iría a Irán, donde me dicen cómo debo vestirme para poder entrar en el país.
De hecho, la campeona de ajedrez de USA, ha decidido no participar en el campeonato del mundo femenino que se celebrará en Teherán el año que viene, porque de hacerlo debería colocarse un hijyad y acudir donde las mujeres viven subyugadas por los hombres y tratadas como ciudadanos de segunda clase. Lo grave es que ninguna de las federaciones nacionales de los 131 países que participan se ha opuesto a que Teherán, con sus restricciones, sea la sede del campeonato. Y es que la gran mayoría (más del 90%, de los componentes federativos son hombres.
Y España tampoco es una excepción. Seguimos sin poder parar esa sangría terrorista que condena a muerte a más de 60 mujeres todos los años (en los últimos trece años han sido asesinadas 860 mujeres, más de los asesinados por ETA en 51 años). No hay decisiones políticas que permitan bajar esta cifra, donde los recortes de los últimos años también han afectado a los recursos de la lucha contra esta lacra. La política también se mueve despacio, muy despacio, a la hora de tratar de solucionar este terrorismo.
La solución debe empezar en las escuelas, la educación igualitaria es absolutamente imprescindible, no puede haber ni hombres, ni mujeres –que también las hay--, que no sientan este problema como suyo, y la colaboración de toda la sociedad es importante. Si no vamos todos en el mismo barco, los Trump, los gobernantes islamistas, las religiones, los machistas recalcitrantes de todos los sitios seguirán colocando en la cúspide a hombres por el mero hecho de serlo, que permiten un mundo misógino.
Salud y República