Este término, acuñado por el gran psicólogo social León Festinger, ha ido haciéndose cada vez más famoso a medida que se demostraba experimentalmente su veracidad. Veamos en qué consiste.
La disonancia cognitiva se refiere a ese estado interno de malestar y tensión que sentimos los humanos cuando no parece existir coherencia entre varias de nuestras ideas, o entre aquello que pensamos y aquello que hacemos. Ante esta situación, buscamos aliviar dicha tensión como sea.
El caso más prototípico es el de los fumadores que, aún sabiendo que fumar tiene efectos perjudiciales, tratan de mitigar esta incoherencia mediante una serie de estrategias como pensar que a ellos no les pasará nada, que fumar algún que otro cigarro no tiene importancia o que pronto lo dejarán. Como vemos, lo que realmente existe es un estado interior de desarmonía, el cual de mantenerse resultaría insoportable.
Por poner otro ejemplo, podíamos tomar el caso de aquellas personas que se pasan semanas tratando de decidir qué coche comprarse. Una vez hecha la elección, es posible que se den cuenta de haber pasado algún detalle por alto y de que su nuevo coche presenta algún inconveniente con respecto al que no eligieron. Sin embargo, dado que parece que nos resulta inasumible psicológicamente aceptar nuestro error, rápidamente colocamos algún parche para solucionar el problema: “no tendrá techo solar, pero gasta menos”, “el otro seguro que también daría fallos” o “el que he elegido es una mejor apuesta a largo plazo”.
En el fondo, parece que el ser humano tiene una incuestionable necesidad de justificar sus acciones, ante los demás y ante sí mismo, no pudiendo dejar nada al azar. No es de extrañar que muchas veces se nos tilde de no saber escuchar, pues en ocasiones resulta una auténtica misión imposible el lograr que una persona cambie de opinión o vea las cosas de otra manera, pues siempre buscará ser coherente con sus argumentos.
Finalmente, señalar que las dos formas más frecuentes de reducir la disonancia cognitiva suelen ser, o bien cambiar nuestra idea sobre algo, o bien cambiar nuestra conducta. Así, si por ejemplo solemos votar siempre a un partido político, pero este año nos gusta más el programa electoral de otro, podemos optar por cambiar nuestro voto (algo que raras veces ocurre) o autoconvencernos de que algún fallo tendrá ese programa, ya que todos prometen más de lo que cumplen.
Desgraciadamente, todo parece encaminado al mismo fin: la dificultad autogenerada para permitirnos cambiar.
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