La distancia entre el verso y la memoria. A propósito del poemario homónimo de Octavio Vinces

Publicado el 02 noviembre 2011 por 500ejemplares

El rigor altivo de la matemática
que interroga a la realidad de la que se desprende,
palidece, una vez compaginados el arte
y la vejez

Octavio Vinces
La distancia

Decía el periodista y narrador colombiano Héctor Abad, que para él la ficción era una forma de mala memoria, dado que el recuerdo y la ensoñación, al final del día, eran conceptos bastante similares. Existe, en ese sentido, un espacio en donde ambos planos, la imaginación y la memoria, coliden y se encabalgan, y ése no es otro que el espacio poético, puesta en abismo de la palabra a la luz de una sensibilidad todo menos objetiva o científica: la del inexorable paso del tiempo, condición humana por excelencia. Quisiera aproximarme, teniendo en mente esta breve reflexión inicial, a La distancia (Lima: Tranvías Editores, 2010), el primer poemario del también novelista peruano-venezolano Octavio Vinces, en el que la pregunta sobre la permanencia y sobre una cierta levedad del existir —¿La insoportable levedad del ser?― surca los tres conjuntos poéticos que componen el libro, con el espíritu resignado pero reflexivo de quien observa la propia vida desde lejos. Una sensación que recuerda, lejanamente, al fatal abandono del cuerpo de los versos de Pizarnik, “Explicar con palabras de este mundo / que partió de mí un barco llevándome”, aunque estructurada, en el caso de Vinces, a través de un yo poético mucho más sosegado: “…y ante todo esto, ¿qué es el grito / sino ilusa esperanza / frente a la sordera?” (39). La de Vinces es una mirada desencantada ante el retorno de lo real —“Desencanto del adulto que descubre / que la estatua se ha encogido” (32), dirá al rememorar la Plaza Tiuna de Caracas―, elemento que cobra particular fuerza en la primera parte del poemario, titulada “Vientos de Belgrano” y dotada de un mayor aliento narrativo, una mayor oralidad escritural, y cuyo eje es la rememoración de la juventud y la ciudad paterna. Un reencuentro que avizora la inminencia del viaje, el emprendimiento del recorrido vital. Así, “No puedo evitar pensar que esta vez no debería marcharme de nuevo” (8), dirá el poeta al visitar la calle de sus padres, confrontando el hecho de que sólo queda apenas un hálito de su propio pasado, un viento de la memoria que no tarda en esfumarse. Esta rememoración prefigura, también, las impresiones que se abordarán en la tercera parte del libro, “Viajes e impresiones”, pletórica de referentes geográficos concretos, fragmentos puntuales de vida, y que culmina con la “Llegada a Ítaca”: poema de la imposible vuelta al hogar, en el que se plantea el dilema de la permanencia, pero también del verbo que se hace y se deshace, se inventa y se destruye como el tejido de Penélope: un destino  que, según Vinces, tan sólo el amor y la palabra llegan a compartir. Lo bello, para el poeta, que se ubica junto a Cernuda y Rilke, “…sólo puede amarse con olvido en lugar de permanencia” (15).

El capítulo intermedio, titulado “La invención de Ungaretti” parece hacer de estas impresiones una suerte de arte poética. La referencia que el título hace tanto a la novela de Bioy Casares como al célebre poeta italiano, anuncia el poblamiento de estos versos por las diversas quimeras de la memoria, a semejanza de lo que ocurre con los hologramas de la máquina soñada por el novelista argentino. Semejante artificio, sin embargo, persigue la contemplación insomne de las “apariciones” de lo vivido, ante lo cual la poesía deviene médium, canal para manifestar los vientos provenientes del pasado: “…tu alma habita en las palabras (…) / Cada aparición tuya se me hace leve pero inabarcable / Cada aparición tuya me atraviesa como una saeta helada” (25). No se trata, sin embargo, el lamento adolorido por la irrepetibilidad del ser, sino más bien de la contemplación de los “fulgores momentáneos” de la palabra, de esa preñez del pasado que Vinces vislumbra en el quehacer poético, y que le conduce hacia su propio reflejo desgastado: “una pobre visión anegada en el charco del cual / es reflejo” (36).

De ese modo, asediada desde adentro por la memoria, la poesía de Vinces entraña una conclusión adusta pero serena: La distancia es ese fantasma con el que dialoga la vida, ya sea la distancia entre los ojos del poeta en el presente y las imágenes evocadas del pasado, o entre el recuerdo y la palabra que lo evoca; un abismo sobre el cual la rememoración —buena o mala: ficción o testimonio― tiende un puente ilusorio, en un viaje de retorno a la nada que termina con una mueca de melancolía: “Las últimas palabras dichas / son un remedo / del pasado” (24). Los versos de Vinces, de ritmos a menudo contradictorios, convergen en una discreta y desencantada renuncia, pero no como quien quema los barcos en que vino, sino como quien los despide en completo silencio antes de darles la espalda.

Gabriel Payares

Ilustración: “Domain Field”, Antony Gormley