No habrá final feliz. Luis Suárez no pudo ser defendido ante esta poderosa corporación llamada Federación Internacional de Asociaciones de Fútbol, porque los dirigentes que lo intentaron eran parte del grupo de conspiradores que hace pocos meses derrocó al presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), Sebastián Bauzá, y provocaron el enojo de la FIFA. Los abogados de Nacional y Peñarol y el grupo Tenfield tiene fuerza como para arreglar los asuntos en casa, incluso en la Conmebol (a pesar de Figueredo), pero no en la FIFA, donde mandan las empresas no los clubes.
No habrá final feliz. Todo el trabajo que Luis Suárez había realizado durante un año para recuperarse de una anterior sanción en Europa. Todo su maravilloso desempeño en el Liverpool, que lo constituyeron en botín de oro y mejor jugador de la Premier League. Todo su esfuerzo para recuperarse de esa operación de meniscos que casi lo deja fuera del mundial. Toda lo extraordinario de sus goles ante Inglaterra, para eliminarlos (justo a ellos). Todo el despliegue táctico y la marca del equipo contra Italia. Todo, todo eso, se atragantó en un mordisco.
No habrá final feliz. Todos los medios de comunicación británicos que responden a los intereses de los adversarios del Liverpool esperaban la oportunidad de volver a crucificarlo. Debieron admitir que fue el mejor de la temporada. Debieron destacar sus marcas históricas de goleo. Debieron aplaudirlo en su digno llanto en la derrota. Debieron, incluso, increpar a Paul Dummett, el jugador galés del Newcastle que le lesionó la rodilla. Debieron creer que Luis Suárez no llegaría al Mundial, que no sería el verdugo que enviaría a casa a Inglaterra... Eso no lo perdonaron.
No habrá final feliz. La Brazuka del Mundial de Fútbol Brasil 2014 ya quedó manchada de sospechas. No importa si Uruguay gana o pierde con Colombia y luego llega a enfrentarse o no con Brasil (que tiene que vérselas con México) en cuartos de final para recordar el Mundial del 50, para permitir al local vengarse del Maracanazo o volver a sufrir aquella humillación. A la celeste, a la que algún cronista definió como un boxeador veterano que aún grogui puede meter un golpe de nocaut, le acaban de amputar uno de sus puños y ni la victoria ni la derrota serán lo mismo.
No habrá final feliz. El Comité de Ética que ejecutó a Luis Suárez es lo que quedó luego que su presidente, el futbolista Frank Beckenbauer fuera suspendido por 90 días por la FIFA a sólo 24 horas de iniciado el mundial. El Káiser alemán era uno de los que decía no estar implicado en las denuncias de corrupción que confirmaron la existencia de sobornos en la elección de Qatar como sede de la Copa Mundial del año 2022. Un tema sobre el que la petrolera BP, las trasnacionales Budweiser, Adidas, Coca-Cola, Visa y Sony, presionaban a la FIFA... para que hablara o para que callara.
No habrá final feliz. Luis Suárez no podrá girar en torno a la cancha del Estadio de Maracaná como el Jonathan E. que James Caan interpretaba en la película Rollerball. No será el héroe que venció a todos los que querían matarlo, para ir a anotar el último tanto y decretar la derrota de la Energy Corporation, la empresa que financiaba a su equipo, el Huston, en aquel deporte al que le habían ido cambiando las reglas de juego para transformarlo en un mortal entretenimiento de masa, en el circo televisivo de millones de telespectadores consumistas, manejado por una corporación mundial.
No habrá final feliz. La distopía que una y otra vez ensombrece la carrera futbolística de Luis Suárez le niega sus sueños. Su lucha parece condenada al fracaso. Su vida, a la tragedia... Fue el mayor goleador europeo, pero en el Ajax holandés no vale. Se integra a la Premier League, pero en un equipo en la mala. Su enojo lo lleva a ser sancionado. Vuelve, para ser el mejor jugador, pero no logra el título. Es el goleador continental, pero compartiéndolo con su rival, Cristiano Ronaldo (otra víctima del sistema). Lo lesionan. Logra recuperarse y brilla, pero se hace sancionar en su propia impotencia.
No habrá final feliz... No lo habrá mientras Luis Suárez no logre encontrarse consigo mismo y sus demonios. No lo habrá mientras sigan siendo un bien de consumo, mientras los busque la mediatez de los medios de comunicación, mientras los utilicen como modelo las transnacionales, mientras sean peones en el ajedrez del negocio del fútbol. No lo habrá mientras crean que su condición geográfica los obliga a una actitud mística en la que corren el riesgo de pensar que la diversión de un juego y la competitividad de un deporte, son concepto de patria o nación...
Pero puede haber otro final. Si el juego vuelve a ser juego. Si lo que ocurre en la cancha queda a juicio o perjuicio de los árbitros. Si las reglas de juego no se modifican en la Federación. Si la tecnología ayuda pero no se impone sobre la imperfección humana. Si al campo de fútbol no ingresan los intereses económicos y políticos de quienes hacen de esto un negocio, Si la pelota y la camiseta, ya manchadas por la explotación laboral de quienes hoy las fabrican, vuelven a ser instrumento y emblema de un deporte. Si la utopía de la gloria vuelve a ser el horizonte.
Tomado del blog de El Muerto