La diva del romanticismo, María Malibrán (1808-1836)

Por Sandra @sandraferrerv
María Malibrán fue una de las primeras grandes divas de toda la historia del Bel Canto. A pesar de su breve carrera, escasos ocho años, el público de medio mundo cayó rendido a sus pies así como los principales nombres de la música de su tiempo como Rossini, su gran admirador, Liszt o Mendelssohn. María Malibrán, una de las principales voces del romanticismo, escandalizó al mundo conservador de su tiempo manteniendo un romance con Charles-Auguste de Bériot, quien le dio su único hijo, estando casada con un hombre más de veinte años mayor que ella y quien le hizo creer que era un multimillonario y terminó intentando vivir de los cuantiosos ingresos de su mujer. 

Una familia dedicada a la música María Felicia García Sitches nació el 24 de marzo de 1808 en París en el seno de una familia dedicada al mundo de la música. Su padre, Manuel del Pópulo Vicente García, era un aclamado tenor de la época para quien el compositor Giacomo Rossini había creado el personaje de Almaviva en El barbero de Sevilla. Su madre, Joaquina Briones, era también cantante. Su hermano mayor era barítono y maestro de canto mientras que su hermana pequeña, Pauline García-Viardot, fue también una diva del bel canto.

Cuando María llegó al mundo, sus padres acababan de llegar a París desde la España asediada por las tropas napoleónicas. Aún no pudo conocer la belleza de la capital francesa, en la que triunfaría años después. Tres años más tarde, la familia de María volvía a trasladarse, esta vez a Nápoles. Fue allí donde se estableció un estrecho vínculo entre ellos y Giacomo Rossini. La pequeña cantante María García tenía seis años cuando hizo su primer debut artístico cantando junto a su madre y su padre. Ya entonces su padre fue consciente del talento de la pequeña y empezó a aleccionarla con rigor y a veces incluso con excesiva disciplina para una niña.

Poco tiempo después, cuando se trasladaron a Londres, María fue internada en un colegio religioso en Hammersmith donde estuvo hasta que cumplió los dieciséis años. A partir de ese momento, Manuel del Pópulo sería su único y rígido maestro. Nada le importaba ver llorar a su hija mientras ensayaban durante horas bajo una presión que María tuvo que soportar y que le valió adquirir una técnica vocal admirable.

El 5 de junio de 1825 el Royal Theatre de Londres sería testigo de aquel talento modelado por Manuel. María García se ganó el respeto del público y de la crítica en su papel de Rosina en El barbero de Sevilla. Tenía tan sólo diecisiete años y empezaba una carrera inigualable en el mundo del bel canto. María continuó actuando en Londres hasta finales de aquel mismo año cuando su familia decidió cruzar el Atlántico y poner rumbo a los Estados Unidos. 

La Signorina

En un país en el que no existía una amplia tradición operística, el talento de María García no pasó en absoluto desapercibido. De hecho, llamada cariñosamente por el público neoyorquino "La signorina", María se convertiría en la primera gran estrella del bel canto en América.

Convertida en una de las voces más representativas del romanticismo, María García decidió que debía dar un paso en su carrera y en su vida personal. En lo profesional, sentía que debía alejarse del excesivo control paterno. Para ello decidió buscar un marido en lo que se entendía entonces como el natural paso del padre al esposo.

Un aparentemente multimillonario banquero de origen francés de cuarenta y tres años llamado Eugene Malibrán sería el escogido. Pero poco después de que María García se convirtiera en María Malibrán, en 1826, se dio cuenta de que el príncipe azul no era tal y mucho menos poseía toda la fortuna que aseguraba tener. María quiso divorciarse de Eugene pero no lo consiguió y se encontró sola en la Gran Manzana sin sus padres que habían marchado a México. Incapaz de convencer a su marido de una separación amistosa, María decidió volver sola al viejo continente. 

La conquista de Europa

María Malibrán llegó a París en 1828 donde gracias a la ayuda de la Condesa Merlín, se introdujo en los círculos artísticos de la capital francesa y consiguió actuar en la Ópera de París. De nuevo en un papel de Rossini, Semiramide, María Malibrán triunfó ante los parisinos.

María Malibrán vivió entonces su época dorada. Adorada por el público y admirada como un símbolo de los amantes del romanticismo, aquella hermosa mujer independiente, que no había dudado en dejar a su marido, enamoraba a todo aquel que contemplaba sus altas dotes dramáticas mientras se deleitaba con la belleza de su voz.

La nube en la que vivía María se completó con el romance vivido con un violinista belga llamado Charles-Auguste de Bériot pero su felicidad se vio enturbiada con la súbita llegada desde Norte América de su marido del que no dudó en huir acompañada de su amante. 

La siguiente etapa de su carrera artística fue la conquista de Italia y de sus grandes templos líricos. Todos, sin excepción, se rindieron a sus pies.

A punto de terminar el año 1832 María Malibrán, acompañada de de Bériot, volvió a París para dar a luz al que sería su único hijo. Aquello fue demasiado para una sociedad que, a pesar de admirar a la diva, le costó aceptar que hubiera tenido un hijo con su amante mientras aún permanecía casada con Eugene.

Pero a María no le importó lo más mínimo y tras el parón maternal viajó a Londres donde volvió a cosechar grandes éxitos, volvió a Italia para dejar sin habla a la Scala de Milán y regresó a París para poder, al fin, casarse con su amante. Corría el año 1836 y María consiguió desligarse legalmente de su primer marido.

Tras una breve luna de miel en Bruselas, la pareja y su hijo viajaron a Londres donde María iba a continuar actuando. Pero una aparatosa caída de un caballo durante una cacería la dejó seriamente debilitada. Desde entonces y hasta el final de sus días, María Malibrán estuvo obsesionada en negar la flaqueza de un cuerpo que no la pudo seguir durante mucho más tiempo en el frenético ir y venir de un escenario a otro de Europa.

Al final, en Manchester, durante un ensayo, María se desmayó y tras unos agónicos días de fiebres y grandes dolores, todo unido a un nuevo embarazo, dejaron a la diva del bel canto sin la voz que la había encumbrado a lo más alto.

María Malibrán fallecía el 23 de septiembre de 1836 con tan sólo veintiocho años de edad. A su funeral asistieron miles de personas que no podían creer que aquella joven hermosa de talento inigualable hubiera dejado de existir.