[COLUMNA PUBLICADA EN PUBLIMETRO COLOMBIA, EDICIÓN DEL 3 DE FEBRERO DE 2012]
No soy homosexual y eso quizá me descalifique para hablar con precisión sobre esa esfera en la que tantos somos tan ignorantes. Sin embargo, no por ello dejo de habitar este planeta y entender que el mundo cambió y que los fantasmas que asolaban el pasado, deben ser solo eso, fantasmas.
Las declaraciones del dirigente deportivo Álvaro González esta semana causaron revuelo y con toda razón. “No hay peor enfermedad, si se puede llamar así, con el respeto del que la sufra, que el homosexualismo”. El testimonio desató una inmensa ola de repudio en muchos círculos por la agresividad contra una comunidad cada vez más visible como la LGBT. Los medios han hecho y desecho con esta historia y González está en el ojo del huracán.
Y no es para menos. A estas alturas del momento histórico, del desarrollo del pensamiento, del respeto a la diversidad, de los alcances delas minorías, las palabras de una anacrónico González nos devuelven a una época de la Inquisición. Las brujas de hoy parecerían ser los homosexuales para un hombre como González y para muchos que hoy califican de “enfermedad” una orientación sexual.
Lo curioso es que la defensa de los implicados también me resulta anacrónica. Los árbitros han salido a los medios a decir que nunca habían oído eso de que se necesitara ser homosexual para pitar un partido de fútbol en la liga profesional. Algunos han dicho que tildarlos de homosexuales los ha perjudicado muchísimo y que es una infamia que los traten de gays. Es decir, haber insinuado que en su gremio se necesita ser gay resultó una injuria terrible.
En un artículo de Thomas Beltrán para PUBLIMETRO, Luis Alberto Mancera, que preside uno de los cuatro colegios de árbitros de Bogotá, salió con un par de perlas todavía peores que la de González: “Respetamos lo que piensa cada uno pero no queremos que en esta profesión exista una persona de otro sexo”, a la que aderezó con “Nuestro colegio no lo aceptaría porque sería una razón para que hayan problemas de indisciplina y por eso preferimos no aceptarlos”… Lo de Mancera, además de cavernícola, es ilegal porque limita las posibilidades de muchos ciudadanos que pueden y tienen el derecho a aspirar a una designación como árbitros. Están prohibidas en Colombia todas las formas de discriminación.
Pero el tema desborda el campo del fútbol. En todos los campos se sataniza tanto a las otras orientaciones sexuales que las palabras “normal” y “anormal”; “sano” y “enfermo” afloran con mucho desparpajo para referirse a unos y a otros. Siento que sería tan injusto solicitar a alguien que demuestre no ser homosexual como pedirle que pruebe ser heterosexual. Ningún cargo debería discriminar de esa forma tan prejuiciosa y ningún género debería ser objeción para acceder a una posibilidad.
La misma Ley de Cuotas que ha abierto posibilidades a inmensas minorías en muchos países, incluyendo Colombia, y ha sido un avance en materia de acceso al trabajo para miles de personas que con gran talento profesional, con el tiempo tiende a convertirse en otra tara para la meritocracia. Con tal de dar un porcentaje de sillas en una organización, a veces se tiende a que mucho talento pase inadvertido. Una medida como esas debe tener una vigencia de unos 20 ó 30 años como para que se asiente en la cultura la idea de la equidad en las oportunidades y luego sencillamente se entienda que el género no debe ser objeción.
Hace unos años (2006) escribí en mi blog que declarar a la zona de Chapinero como ‘distrito gay’ con el objetivo de reconocer y recompensar a una minoría que ha sido vulnerada tiene nobleza en el fondo, pero también es un desatino filosófico: Estimular lo que se quiere combatir: la discriminación. A eso se le llama ‘Discriminación positiva’ para proteger los derechos, en este caso, de una minoría. Pero declarar este distrito manda un mensaje subliminal perverso: ‘Si eres gay, solo aquí estás protegido’. El Estado debe garantizar seguridad para todos los ciudadanos de todas las orientaciones en todos los rincones de su geografía.
La aceptación de la diversidad supone una mayoría de edad mental y la sociedad requiere crecer en la tolerancia y en el respeto a todas las formas de concebir las relaciones y la vida misma.