Camaradas,
El jueves 31 de julio ha amanecido nublado. Tras desayunar, a las 08:00 de la mañana, los divisionarios se han dirigido a pie al campo de instrucción de Kramerberg, adonde han llegado al cabo de una hora, y donde cada unidad ha ocupado el lugar asignado bajo una débil llovizna. En el campo un altar orlado en rojo y gualda y escoltado por cañones. A su espalda, mástiles con las banderas falangistas, tradicionalistas y germanas y una compañía de honor de la Wehrmacht y su banda. En las tribunas, entre otras, hay representaciones de la prensa y de Falange Española en Berlín, y micrófonos, cuyos cables van a parar a un camión de radiodifusión de una compañía alemana de propaganda. Al pie se encuentra el General Agustín Muñoz Grandes, con su Estado Mayor, y el General Conrad von Cochenhausen, Jefe de la XIII Región Militar Alemana.
Acabada la misa, en medio de un silencio absoluto, Cochenhausen ha pronunciado la fórmula del juramento en alemán; que, acto seguido, ha repetido en español el Coronel Jose María Troncoso Sagredo:
¿Juráis ante Dios y por vuestro honor de españoles absoluta obediencia al jefe del Ejército Alemán Adolf Hitler en la lucha contra el comunismo, y juráis combatir como valientes soldados, dispuestos a dar vuestra vida en cada instante por cumplir este juramento?
Un grito de “¡Sí, juro!” ha salido al unísono de más de 16.000 gargantas, resonado en las tribunas y en todos los rincones de Alemania donde hay conectado un receptor de radio. Juramento que, de inmediato, ha sido rubricado por Muñoz Grandes y sus jefes de regimiento ante Cochenhausen, con la mano derecha extendida sobre la espada que, en posición horizontal, les ha sido presentada a cada uno por instructores alemanes.
Tras el juramento, el General Muñoz Grandes ha pronunciado las siguientes palabras:
¡Voluntarios españoles!¡Soldados de honor de mí Patria!
En uno de los momentos más felices de nuestra vida y ante las gloriosas banderas de Alemania y España, habéis jurado morir antes de tolerar que la barbarie bolchevique prosiga aquella obra de odio y destrucción que ensangrentó nuestra Patria y que hoy, criminalmente pretende imponer a toda Europa.
Estas, sólo éstas, mi General, son las ilusiones que el Ejército español, enriquecido con la potente savia de la Falange, ha traído a vuestras tierras.
Decidle al Führer que estamos listos y a su orden, decidle el juramento prestado, y decidle, en fin, que lo que mi pueblo jura, lo cumple.
Frente a esa obra brutal y materialista, que a fuerza de heroísmo está rompiendo el Ejército Alemán en la más grande batalla que registra la Historia, vosotros, voluntarios españoles, lo mejor y más selecto de mi raza, os habéis alzado gallardamente y, abandonando cuanto os era más querido, las aulas de vuestras universidades, vuestros talleres y vuestros campos, anudando el corazón y dejando a vuestras santas madres, os lanzáis resueltamente al combate, en el que seguros de la victoria y en abrazo estrecho con vuestros camaradas alemanes, no aspiráis a conquistar riquezas ni botines y sí sólo a destrozar ese monstruo, azote de la Humanidad, y a que en su propia guarida, allá en las estepas siberianas, al lado de los alemanes, unas modestas tumbas españolas, regadas con sangre joven, fuerte y vigorosa, proclame al mundo entero, con la fraternidad de esos dos pueblos, la pujanza de nuestra raza.
¡Soldados de España! por mejor servir a Franco y con la memoria puesta en los que al luchar cayeron dándolo todo por la Patria, gritad conmigo:
¡Viva el Führer!¡Viva el Ejército Alemán! ¡Viva Alemania!
Tras este discuro, el General Fromm ha clausurado el acto y la División Azul ha desfilado en perfecta formación cantando el Cara al Sol mientras, significativamente, el sol ha comenzado a brillar en el cielo finalmente despejado tras la mañana desapacible. Una semana en el campo de instrucción de Grafenwöhr le ha bastado a la División Azul para incorporarse a la Wehrmacht y deberse a las órdenes del Führer Adolf Hitler y de los altos mandos alemanes.
¡Arriba España!
¡Muerte al Comunismo!