No soy muy dado a confeccionar listas pero ello no significa que no de un vistazo a las que se me ponen por delante: a primeros de este año, es decir, hace unos días, leí atentamente la lista que Roy presentó referiendo sus mejores películas del año pasado y me llamó la atención un título que desconocía, evidentemente de una obra italiana, y me propuse verla a la menor oportunidad.
La pieza en cuestión, una vez vista y buscadas más referencias, resulta que se basa en una novela de la escritora Karin Fossum titulada en el original noruego Se deg ikke tilbake! que, traducido al español, es ¡No mires atrás! (comprobada la traducción literal con google)
Se me ocurrió que, existiendo una novela muy conocida (que yo no supiera de su existencia no significa nada) y editada en libro de bolsillo en castellano, bien podría repetir la experiencia vivida hace casi cuatro años y disfrutar por partida doble de una misma trama, habiendo visto primero la versión fílmica y luego leyendo el original literario.
He de confesar mi decepción que, además, de alguna forma confirma mi sospecha que hay una poderosa mercadotecnia también en el mundo literario decidida a vender la "nueva novela" policíaca nórdica como fuente indispensable de placer para el lector más inteligente, más al día, más en primera línea, más conocedor de lo que hay que leer.
Karin Fossum al parecer escribió su novela No mires atrás en el año 1996, segunda por orden y primera en obtener gran éxito, traducida a muchos idiomas. Es una trama protagonizada por el policía Konrad Sejer que se desplaza de la ciudad a un villorrio en el que una niña ha desaparecido: la niña es hallada pero en su relato de lo que ha hecho durante unas horas, aparece el cadáver de una joven del vecindario.
El lenguaje utilizado por Fossum es vulgar en el peor de los sentidos: el vocabulario es paupérrimo para lo que uno espera de una escritora profesional y los lugares comunes se suceden causando un cierto tedio en la lectura: no hay asombro por la forma y lo que nos va contando tiene algún que otro hueco en la construcción lógica, como si la autora hubiese tenido una idea para iniciar una línea argumental en su historia y luego la hubiera abandonado súbitamente o, peor aún, la hubiera olvidado sin más y tampoco hay una disposición de la trama que enganche totalmente, a pesar que la autora, quizás pensando en sus futuros derechos cinematográficos, incluye una expecie de "flashbacks" que aparecen de forma ociosa y nada constructiva. Fossum apunta soledades y describe tragedias, relata modos de vida y experiencias vitales pero como no alcanza a describir con elegancia ni fuerza los personajes que las viven, padecen o disfrutan, acaban resultando símiles de sueltos en un periódico en el que podemos leer que una niña de quince años, que ya no era virgen, ha sido hallada asesinada y desnuda: circunstancia trágica pero falta de aliento personal. No hay cercanía. No hay detalle. Sólo intriga. N.B.
Las comparaciones son siempre odiosas, pero cuando uno no es un especialista, como es mi caso, cabe perdonar la llamada a la anterior para señalar que, evidentemente, la lectura de la novela de Cormack McCarthy es infinitamente más estimulante que la de Fossum y hay que remarcar que, en ambos casos, se trata de traducciones, porque lamentablemente soy incapaz de leer en noruego y en inglés tampoco entendería todo lo que McCarthy expone.
Volvamos a la que para mí es origen: hace casi cinco años se presentó en la cercana Italia la ópera prima de un nuevo director que en realidad acumulaba bastante experiencia: Andrea Molaioli ha sido monaguillo antes que fraile porque desde mil novecientos ochenta y nueve se ha bregado como ayudante de director y cuando le ha llegado la oportunidad de tomar las riendas y hacer frente a la responsabilidad de dirigir un rodaje, de poner su firma a una pieza colectiva tan compleja como es una película, no le ha temblado el pulso y ha conseguido entrar con buen pie, paso firme y derecho propio en un selecto grupo de cineastas que infunden confianza en el futuro.
Molaioli se apoya en un magnífico guión escrito por Sandro Petraglia que hace suya la trama ideada por Karin Fossum: la mastica, la deglute, la asimila y crea con el mismo esqueleto una historia menos nórdica y más alpina, situando la acción en los bellísimos parajes del lago de Fusine y, así como en Italia la novela de Fossum recibió un título distinto, Lo sguardo di uno sconosciuto, la película que se dispusieron a rodar recibió el título de La ragazza del lago que podría haber recibido una traducción al castellano como el encabezamiento, pero que, listos que son los distribuidores patrios, decidieron remitirse a la novela y dejaron el escueto y poco apropiado de No mires atrás en una nueva muestra de total desconocimiento de lo que tenían entre manos, como se evidencia en el enorme retraso en presentar en la pantalla una película que recibió un montón de premios como ya anticipamos el viernes pasado.
La desaparición de la niña provoca la llegada del Comisario Sanzio (Toni Servillo, enorme) que ya de inicio demuestra un talante muy especial y una intuición reservada a privilegiados al percibir que la aparición de la niña y el relato de su aventura encierra una parte que le obligará a pasar más de un día en el villorrio vecino del apacible lago donde aparecerá el cadáver de una joven y hermosa doncella de apenas dieciocho años.
El guión escrito por Petraglia reparte cuidados y detalles para todos los personajes que irán apareciendo en el curso de las investigaciones del Comisario: el disminuido psíquico Mario (Franco Ravera, robando las escenas en que aparece) es quien provoca todo el alboroto y mantiene una tensa relación con su anciano y paralítico padre (Omero Antonutti, genio y figura) una familia desestructurada por la minusvalía de ambos, una familia más, porque, de hecho, en la película de Molaioli todas las familias que veremos están de una forma u otra rotas, por causas propias o ajenas, pero rotas.
La propia doncella asesinada pertenecía a una familia que tampoco se siente muy unida y en su última actividad como cuidadora de un pequeño, el repentino fallecimiento de éste acabó por romper el matrimonio; la falta de alguno de los componentes de una familia alcanza incluso al Comisario que tiene a su esposa en un sanatorio mental y su hija se resiente de la ausencia materna: hay en todas las familias que vemos discusiones paterno filiales, unas más fuertes que otras, pero la falta de cohesión es generalizada. El Comisario la paga con sus subordinados adoptando una figura encastillada en viejas costumbres autoritarias, como hacerse llevar en coche permaneciendo en el asiento trasero y ordenar a otro que haga salir a la gente del lugar, una transmisión de acciones que implica una orden que proviene de una autoridad que así, queda reforzada estéticamente de un modo antiguo, casi castrense, no exento de una dureza ocasional, como cuando amenaza con pegar un tiro a un can si no se lo llevan.
Aspectos que chocan con los diálogos plácidos, socráticos, que el avezado policía sostiene con sus entrevistados para lograr averiguar quién pudo asesinar a esa bellísima doncella que todos declaran haber querido y apreciado. Mientras tanto, la cámara enfocada por Ramiro Civita se posa tranquilamente en los personajes que van contando su historia, tejiendo sus recuerdos que participan de la corta vida de Ana, la asesinada. Y Molaioli, seguro que el objetivo focal responde a sus deseos, refuerza el sentimiento que introduce suave pero firmemente en el espectador mediante rupturas sónicas superponiendo al sonido de las palabras y del viento la música muy cinematográfica compuesta para la ocasión por Teho Teardo que perfila una banda sonora que hay que escuchar viendo la película porque evidentemente se ha escrito como complemento de la misma,como debe de ser, y no para vender discos después, como no debe de ser y casi siempre es.
Hay una cierta soledad y sentimientos encontrados; desengaños, secretos guardados y horrores descubiertos, verdades a medias y confesiones dolorosas, obstáculos emocionales y mentiras dulces, esperanzadas:como la vida misma, que no es una película y la excede en imaginación: Molaioli se sirve de todos los que participan en su narración cinematográfica para hacer no un policial al uso, no una trama destinada a esclarecer una intriga ni un canto a nada que requiera resonancia mediática: nos cuenta una historia plena de cotidianeidad, vivencias que ocurren a diario, sueños rotos, ilusiones perdidas, esfuerzos por seguir adelante por encima de la contrariedad y una justicia extrema, realizada en silente y secreto sacrificio. Nada que ver con la novela de Fossum, que de verse meramente ilustrada hubiera dado lugar a una serie D (Del montón). La película de Molaioli, vista y meditada, da para una buena sobremesa, porque resulta sugerente, imaginativa y sobrecogedora.
Otra película netamente europea que recupera la mejor tradición del cine negro, aquel cine que bajo la apariencia del entorno criminal ofrecía -y sigue ofreciendo- disecciones sociales y morales apuntando no a problemas profundos pero sí a esas cuestiones que forman parte vital de lo cotidiano de gentes cercanas. Resulta difícil comprender cómo ha tardado tanto en llegar a nuestros cines un producto semejante y además sin mucho ruido, cuando, con toda seguridad, es de lo mejorcito que se ha proyectado en el último año. Recomendado verla en versión original, por supuesto, para gozar de un elenco magnífico.
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