La dura vida del macho dominante

Por Davidalvarez

Ha empezado la temporada de reproducción de las truchas comunes (Salmo trutta) en los ríos del Cantábrico y antes de que las hembras estén listas para la puesta, los grandes machos han empezado a acotar los mejores tramos del río, aquellos que normalmente se sitúan aguas abajo de algún pozo, en tabladas poco profundas con fondos de grava.

A pesar de lo que pueda parecer, los machos dominantes no lo tienen nada fácil y defender su territorio de los machos rivales, y de los pequeños machos precoces que aprovecharán cualquier despiste para fecundar unos cuantos huevos, es una tarea muy dura. Durante estos días, las luchas y las persecuciones son continuas, y no se pueden permitir ni un momento de relax. Cualquier síntoma de flaqueza será aprovechado por los otros machos para desplazarlo y ocupar su lugar.

Por fin todo este esfuerzo ha tenido su recompensa, y una hembra madura acude al territorio del macho. Una vez inspeccionado el lugar, y si lo encuentra de su agrado, comenzará a cavar un hoyo en la grava mediante potentes golpes de su cola y allí será donde deposite los huevos. El macho no se separará de ella en ningún momento, de esta forma intentará minimizar el riesgo de que otros machos se apareen con ella. Este comportamiento se conoce en etología como "mate guarding" y no sólo se produce en las truchas, sino también en muchas otras especies de animales, desde insectos a mamíferos.
Desde que llega la hembra hasta que se produce la puesta pueden pasar varias horas e incluso días. Solo cuando la hembra esté lista y la pareja haya sincronizado sus movimientos, se producirá la liberación simultanea de los huevos y el esperma. Esta sincronización es muy importante, ya que al tratarse de animales de fecundación externa, si se produjera un desajuste en la liberación de los gametos la tasa de fecundación descendería drásticamente. Para estimular a la hembra y prepararse para el momento crucial de la reproducción, el macho hace vibrar su cuerpo frecuentemente junto al de la hembra.

Cada vez que parece que el desove se va a producir y los dos miembros de la pareja están pegados el uno al otro, varios machos acuden para aprovechar el momento e intentar fecundar unos pocos huevos. No solo los otros grandes machos de las proximidades, sino también pequeños machos de poco más de 10 cm que aun no son capaces de delimitar sus propios territorios y que maduran precozmente para aprovechar esta oportunidad. A estos peces se les conoce por varios nombres, entre ellos xirones o vironeros.
No hace falta decir que las irrupciones de estos pequeños piratas no son bien vistas por ninguno de los dos miembros de la pareja. La hembra que ha elegido al mejor macho no quiere que sus huevos sean fecundados por machos de peor calidad, y el macho dominante tampoco quiere que todo su esfuerzo sea en vano y que no sea él el que fecunde los huevos. Por eso, tanto la hembra como el macho, que es mucho más beligerante, los atacarán y echarán nada más que los vean.

Pero ser un pirata tiene sus riesgos, y aunque la mayoría de las veces los pequeños vironeros escapan de las embestidas del dueño del territorio, a muchos de ellos su osadía les cuesta la vida y acaban muriendo entre las mandíbulas del viejo macho.

Todas estas escaramuzas pueden durar varias semanas, en las que las persecuciones y las luchas serán casi continuas. En todo este tiempo, el macho apenas se alimentará y perderá una gran cantidad de las reservas acumuladas en los meses anteriores. Las heridas producidas durante las luchas se acabarán infectando y cubriéndose de hongos, lo que en ocasiones les acarreará la muerte si están demasiado débiles. En otros casos, cuando pase la época de reproducción y el macho se empiece a alimentar, se puede recuperar completamente pudiendo comenzar el ciclo de nuevo al año siguiente.