Hasta los años 80 todos los Juegos Olímpicos tuvieron lugar en países ricos, con la sola excepción de México 68. En los 80, Moscú 80, Sarajevo 84 y Seul 88 comenzaron una tendencia a animar la presentación de candidaturas por parte de países en desarrollo, con el resultado de que después del año 2000 más de la mitad de las candidaturas provienen de estos países. Este hecho, junto con el creciente coste económico del evento, abre la discusión sobre si albergar unos Juegos tiene sentido económico. Baade y Matheson (2016) [1] revisan toda la literatura existente sobre el tema y llegan a varias conclusiones.
El Comité Olímpico Internacional, COI, requiere un mínimo de 40.000 habitaciones de hotel y una Villa Olímpica capaz de alojar a 15.000 atletas y oficiales. Además, la ciudad anfitriona debe tener unas instalaciones deportivas y un sistema de transporte de primera calidad. Una vez que el evento termina la ciudad puede encontrarse con un problema grave de exceso de capacidad en todos esos aspectos. La gestión, la organización de las ceremonias de apertura y clausura, y la seguridad completan la lista de gastos.
El coste total en tiempos recientes varía entre los 3.600 millones de dólares (en precios de 2015) de Atlanta 96 y los 45.000 millones estimados en Beijing 08 para los Juegos de Verano. Los ingresos directos, por otra parte, sufragan solo una parte de los costes (una fracción entre un cuarto y un quinto es lo típico), y para calcular lo que le llega a la ciudad hay que restar un 70% de los derechos de televisión –que suponen casi la mitad de los ingresos- que se queda el COI. Cualquier sentido económico para ser una ciudad anfitriona debe venir de los beneficios indirectos. Estos incluyen los beneficios a corto plazo de los gastos turísticos durante los Juegos; los beneficios a largo plazo o “legado olímpico”, que puede incluir las mejores en infraestructura, el aumento del comercio, inversión extranjera o el turismo tras los Juegos; y finalmente los beneficios intangibles tales como el “efecto orgullo”. Este último efecto ha sido documentado para Londres 12, donde las encuestas mostraron una importante disposición a pagar por albergar los Juegos (3.400 millones de dólares), pero que supone una cantidad todavía lejos del cose estimado de 11.400 millones.
Para estudiar los beneficios a corto plazo debe detectarse, por ejemplo, el empleo por mes en general y desagregado por industrias específicas alrededor de la fecha de los Juegos y considerar ciudades o regiones que puedan servir de control adecuado para poder descontar otras tendencias regionales que pudiera haber. Lo que encuentran varios estudios realizados para diferentes Juegos es que no hay ningún impacto en la creación de puestos de trabajo o en las ventas o que el impacto es mucho menor que las estimaciones oficiales previas a los Juegos. Hay también informes sobre efectos negativos, como el caso de una reducción en el consumo en los Juegos de Sídney 00. Un efecto del 10% de la estimación oficial no está lejos de uno Juegos típicos. Hay varias razones por las cuales no creer las estimaciones oficiales además de la obvia de que quien encarga el informe tiene intereses en las conclusiones. Una primera razón es que estos informes normalmente ignoran tanto los efectos sustitución (un dólar gastado en una entrada por un local es un dólar que no se gasta en la ciudad por esa misma persona), como los efectos tipo desalojo (turistas y personas de negocios que evitan la ciudad durante los Juegos). Este efecto fue considerable en Salt Lake City 02, con una reducción del 9,9% en ocupación hotelera; en Londres 08, donde varias representaciones en el distrito de teatros fueron suspendidas durante esas fechas; y en Beijing 08, con una reducción en un 30% de los visitantes internacionales y del 39% en ocupación hotelera.
Referencias:
[1] Baade, R.A., y Matheson, V.A. 2016. Going for the Gold: The Economics of the Olympics. Journal of Economic Perspectives 30(2), 201–218.
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Hace cinco años en el blog: La economía de la discriminación (7).
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