Dos mujeres tanzanas gestionan, en el año 2010, parte de los fondos con los que participan en un sistema empresarial cooperativo ante la mirada de tres hombres. /Foto: J. Marcos
Prima de riesgo, euríbor, rescate, paro, mercados, bonos, ‘banco malo’. Abrir la sección de economía de cualquier diario produce estupor, indiferencia y, últimamente, pesadumbre. Las fotografías no tienen espacio, los fríos y deshumanizados gráficos sirven de ilustración, y el color salmón es, en muchos casos, el único matiz que permite volar la imaginación. La sensación de escalofrío paraliza si se indaga en los contenidos: una visión neoclásica de la economía, sinónimo paupérrimo de mercado. Y de capitalismo, disfrazado bajo el narcótico de economía de mercado.
“La economía convencional ha limitado mucho el análisis económico a las actividades mercantiles, principalmente a la gran empresa. La economía feminista intenta apartar al mercado del centro del análisis para abrirlo hacia temas como la sostenibilidad de la vida y la importancia de la reproducción social”, inicia la conversación al otro lado del teléfono Yolanda Jubeto, profesora de la Facultad de Economía de la Universidad del País Vasco. “Hay que vincular lo económico con lo social, porque lo social está en el centro de lo económico”, añade. Y ahí el feminismo es pionero.
“La economía feminista ha sido una de las corrientes económicas que con más argumentos ha estado criticando el fundamentalismo de mercado. También ha cuestionado la universalidad del ‘homo economicus’ movido por el egoísmo”, toma la palabra Lina Gálvez, catedrática de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad Pablo Olavide. Una corriente económica que parte de la invisibilidad a la que ha sido sometido el trabajo del cuidado, la reproducción de las mujeres o el trabajo de los pequeños productores y productoras agrícolas y que han hecho posible el trabajo asalariado.
La discriminación y la desigualdad social de las mujeres hunden sin duda parte de sus raíces en la economía practicada de manera mayoritaria, la capitalista. Las estadísticas (entendidas de manera simplificada y universal en el PIB –Producto Interior Bruto-) reflejan poco las distribuciones del tiempo y obvian determinados trabajos y procesos fundamentales para la reproducción social y humana y para el mantenimiento de las condiciones de vida. “Ofrecen una visión desfigurada de la realidad”, concreta en uno de sus textos de Cristina Carrasco, profesora de Teoría Económica de la Universidad de Barcelona. Hablan únicamente de crisis financiera, pero obvian otras como la alimentaria o la de género, entrelazadas a la primera según la economista mexicana Alicia Girón.
¿Tiene la opresión y marginación de las mujeres en un sistema patriarcal una base económica?, preguntamos vía cuestionario a Gálvez. “Sin duda. El patriarcado es un sistema basado en las diferencias de poder entre mujeres y hombres, y por tanto en el dominio de los hombres sobre las mujeres. Gran parte de ese poder se basa en un distinto acceso a los recursos económicos como la tierra, el capital o el empleo, lo que ha limitado enormemente la autonomía y la libertad de las mujeres y las ha llevado a una situación de dependencia. A eso habría que unir el haber asignado a las mujeres casi de manera ‘natural’ los trabajos de cuidados no remunerados que han redundado en esa falta de autonomía y libertad”.
La discriminación más allá de la nómina
Los datos están ahí. Y son fáciles de comprobar. Según un informe presentado recientemente en el Estado español, las mujeres ganan un 15,3 por ciento menos que los hombres. “En ningún caso las mujeres perciben mayor remuneración que los hombres ni por condiciones personales, ni empresariales, ni geográficas, ni de competitividad”, recoge el documento titulado ‘Determinantes sobre la Brecha Salarial de Género en España’, del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad y del Consejo Superior de Cámaras de Comercio. La diferencia de salario es, obviamente, una simple estadística desnuda que no explica la exclusión que practica la economía capitalista ni siquiera la división sexual del trabajo. Es un análisis reduccionista y limitado, pero que forma parte de una estructura consolidada.
Las nóminas hablan exclusivamente del espacio extradoméstico, de lo público, pero ¿qué ocurre detrás de la cortina? Y es que, son de nuevo las estadísticas (esas que copan los titulares) las que corroboran algo de sobra conocido: por cada hombre que abandona su puesto de trabajo por razones familiares (de cuidados obviamente) lo hacen 27 mujeres. Porque los hogares no se reproducen sólo con el salario, hay detrás un trabajo invisibilizado. Y ahí toma cuerpo otra de las reivindicaciones de la economía feminista. Yolanda Jubeto lo explica claramente: “La economía feminista ha hecho mucho hincapié en analizar o en abrir esa caja negra de la familia y de la unidad doméstica, en la que no solamente aportamos fuerza de trabajo y somos consumidoras, sino en la que se crean toda una serie de relaciones sociales económicas en el sentido de que creas bienestar para la gente y contribuyes desde la base a la reproducción social de la economía”. Si sabemos el número de diputadas, ¿por qué no existe ningún indicador sobre el número de hombres que hay como amos de casa?
Para hablar de economía hay que hablar de la reproducción social ampliada de la vida. Los titulares de la prensa ‘salmón’ deben cambiar. Y también su color. Y dejar de hablar de los hogares como centros de consumo, porque también lo son de producción, una producción básica para que el capitalismo funcione y se nutra, por ejemplo, de sus ansiados recursos humanos. Y también habría que hablar de tiempos, y de sus usos… Seguramente la sección de economía de los diarios sería más entretenida y menos frívola.
Gráfico de Cristina Carrasco
La alternativa, por tanto, pasa por repensar los conceptos, las base, ideas y las estructuras. El paradigma, en definitiva. Carrasco considera en sus escritos que hay que romper “los binarismos impuestos y las fronteras forzadas: dicotomías como la división entre lo público y lo privado, el trabajo familiar doméstico y el asalariado, la sostenibilidad del planeta y de las personas, los países del norte y del sur, y un largo etc. que impiden un análisis global no sesgado de la realidad”. Y aquí las palabras de la ciencia económica son otras: empleo, corresponsabilidad, empoderamiento, cuidados… incluso democracia genérica. “Se habla de trabajo, pero se equipara con el empleo. Sólo el trabajo que tiene una remuneración es el que se valora, mientras que el que no pasa por las relaciones mercantiles es tarea doméstica”, explica brevemente Jubeto.
La ‘feminización’ de la pobreza de la crisis
Al principio la crisis pareció dejar nacer una perspectiva positiva, ¡se habló de la necesidad de cambiar el sistema! Pero hace mucho que esa idea ha abandonado los debates mayoritarios. Ahora el empeño pasa por debilitar el sistema público, reducirlo y minimizarlo. “Los servicios públicos son fundamentales para las mujeres porque emplean a muchas y también porque dan servicios asignados tradicionalmente a éstas. Todo esto hace que la carga de trabajo de las mujeres se multiplique en una época de crisis, donde se está poniendo todo el acento en la familia, que es uno de los pilares sobre los que están recayendo la mayor parte de los recortes”, sostiene Jubeto.
De la crisis se puede salir, por una parte, sostiene Lina Gálvez, con una intensificación del trabajo de las mujeres, sobre todo del trabajo de cuidados no remunerado, “lo que limita enormemente su empleabilidad y remarca los estereotipos de género que vinculan a la mujer con el hogar”. Y por otra parte, continúa, con retrocesos en los avances de igualdad tanto en el ámbito económico como en otros ámbitos “como ya estamos viendo en España con menor representación femenina en los órganos de gobierno o la inminente reforma del derecho al aborto”. Incluso, aunque fuera prácticamente una cuestión estética, se ha cerrado la sede de ONU Mujeres en Madrid.
Los resultados no son nuevos: el ajuste estructural practicado de manera casi unánime en América Latina provocó un ciclo de empobrecimiento femenino y una feminización de la pobreza. El espejo está colocado. Y algunas ya se miran. “El trabajador es como un servidor. Se ha trasladado la economía del trabajo doméstico fuera del hogar; es decir, se han feminizado los puestos de trabajo de los varones”, ha afirmado la filósofa Celia Amorós.
A pesar de todo ello las propuestas feministas tienen cada vez más espacios y altavoces. “Se están abriendo muchos foros, plataformas, reflexiones, el 15M en muchas partes del Estado…”, reflexiona optimista Jubeto. “Existe necesidad de ir construyendo una alternativa que nos dé oxígeno, porque el sistema nos está quitando en muchos casos el oxígeno e incluso las ganas de vivir como no tengas un entorno que te alimente, te dé amor y cariño”, añade. Mientras, Lina Gálvez apunta que la economía feminista partía con ventaja por ser una de las corrientes económicas con más argumento y que más tiempo llevaba combatiendo el fundamentalismo de mercado y ahora ha logrado mayor legitimidad: “Muchos colegas comienzan a ser más permeables a nuestras propuestas”.
Las alternativas
Que las propuestas se oigan y calen es uno de los principales avances. Así lo considera Alicia Girón, economista mexicana, quien también habla, por ejemplo, de los presupuestos con enfoque de género. Pero el camino es largo.
“El buscar y tener como objetivo una sociedad más justa y equitativa es uno de los horizontes que buscamos, donde las relaciones sean mucho más horizontales y solidarias. Tenemos que ir creando de manera conjunta esa alternativa y eso exige un enfrentamiento completo con las tendencias actuales”, subraya la profesora de la UPV, quien habla de potencialidades y nuevas ideas, como el decrecimiento. Reducir el consumo, apostar por una cultura de la suficiencia y situar el cuidado de las personas en el centro del sistema sería parte de ese nuevo imaginario.
Según se expone en el libro Más allá del desarrollo, la feminista socialista alemana Frigga Haug propone distribuir el tiempo de vida entre el empleo, reproducción, cultura y participación política. Mientras que en Desiguales. Mujeres y hombres en la crisis financiera, de Lina Gálvez y Juan Torres, se habla de equilibrio de poderes, de acabar con las políticas deflacionistas, de redistribución de la renta, de gasto público, de bancos públicos, de acceso al crédito, de nuevos mercados de trabajo, de conservación de especie humana, de una economía que no sea esclava del mercado, de la no destrucción de los recursos… ¿Y si pintamos de otro color la sección de economía de los periódicos?
Por María Ángeles Fernández Fuente: Pikara Magazine