Es una pena que La edad de la ira sea la adolescencia. Es la edad del inconformismo, del enfado, de la negativa, pero la ira que aparece en la obra de no es el sello identificativo de los jóvenes. Es una imagen equivocada. Para llegar a esos extremos, lo de la obra, antes se ha de pasar por una infancia agobiante, incluso traumática, y entonces la edad de la ira pasa a ser la de toda una vida.
La realidad de esta obra teatral está demasiado forzada. Todo se mueve in extremis. El autor ha pretendido hacer una crítica al sistema educativo y, para ello, lo ha exagerado; además se ha llevado por delante el sistema judicial y los valores de la familia. Todo es hiperbólico. Si pretendía reflejar una determinada clase socio-cultural, vale, pero si no, es excesivo. No todas las familias obvian a sus hijos, algunos incluso tienen confianza y piden ayuda a padres o hermanos. No todos los hijos tienen estos problemas, porque además, eso debe ser cierto, por muchas dificultades que tengan se aferran a la vida con todas sus fuerzas. Y aunque tengan contratiempos no siempre se dejan llevar por lo trágico, al menos no todos. Eso es un tópico
También es hiperbólico el excesivo individualismo que ostentan. Precisamente la adolescencia es una etapa en la que el grupo cuenta más que la propia familia. Todo lo comparten, problemas, pensamientos, opiniones, por eso es extraño que, con esa conciencia de grupo, no lleguen a abrirse del todo.
La edad de la ira es aquélla envuelta en un dolor absoluto, en una completa soledad, "cuando la vida nos golpea no hay nadie más allí"; por eso mismo la afirmación de Marcos resulta sorprendente; tras haber estado deprimido durante toda la obra, tiene un momento en el que afirma sus ansias de superación, "Solo sé que el tiempo no podrá con nosotros. Y ellos tampoco", ansias que se verán desbancadas. Resulta sorprendente porque ese ellos puede que sean los adultos, pero apenas tienen papel en la obra; no sabemos en realidad cuál es ese mundo adulto que tanto daño les hace; como tampoco sabemos cómo se llevará a cabo "una luz cegadora que precede, viva y adolescente al oscuro". No se me ocurre cómo podría ser la luz adolescente. Desde luego, tras leer la obra, nunca la pondría viva.
Pero eso es lo de menos, lo más llamativo es que si sabemos cómo son algunos de los protagonistas, pues no todos tienen el mismo peso y no todos quedan definidos, no es por los diálogos sino por sus pensamientos, por lo que dicen los que ya no están en este mundo o por las acotaciones "(sin decírselo ambos saben que su historia, tal como la conocían hasta ahora, acaba de terminar)".
La obra es una adaptación de la novela, escrita por el propio Nando López; si tenemos un narrador omnisciente nos puede guiar perfectamente por una narración, pero en el teatro son los diálogos, acompañados de gestos los que van marcando el carácter de los personajes, y La edad de la ira adolece de esto; de hecho hay personajes femeninos, Sandra, Brenda y Mari que apenas quedan dibujados, una es víctima de acoso por parte de un profesor, Mari es acosada por su propio chico y Sandra es la fanática de las redes. Pero no sabemos más de ellas ni cuál es su situación real ni, por supuesto, si su actuación sirve de algo en la obra.
Creo que es una obra menor, puede que haya sido una buena novela juvenil pero el teatro tiene otras exigencias. Al menos debería tenerlas.
El sistema estructural es el mismo o parecido al que utiliza en Nunca pasa nada , pero en esta obra da la impresión de que no funciona. No hay denuncia fuerte y los chicos de La edad de la ira no son representantes de la adolescencia. Son demasiado hiperbólicos.