Páginas: 320
ISBN: 9788467033687
Precio: 19,90 €
En estos momentos tendría que empezar mi balance de lecturas de 2011, pero la novela que os comento hoy será una de las que incluya en el ranking y no podía quedarse fuera, así que he decidido esperar un día y darla a conocer en condiciones: La edad de la ira es, para mí, una de las grandes sorpresas de este año. Me acerqué al libro casi por casualidad: su trama me resultaba atractiva, pero no hasta el punto de desear leerlo sí o sí, de modo que durante unos meses quedó un poco olvidado (aunque las referencias que tenía de él eran muy positivas, todo hay que decirlo). Hace unas semanas al fin cayó en mis manos y pude darle una oportunidad, de la que no me arrepiento en absoluto.
La educación secundaria en la literatura: ¿un tema complicado?
Claro está, en esta percepción también influye la manera en la que cada uno haya vivido esa etapa. Yo cursé la ESO y el bachillerato y desde luego no me identifico con ese buenrollismo, lo que no quita que esas novelas y series puedan tener valor por otras razones (no todo es la ambientación ni la credibilidad, aunque a La edad de la ira le dan un gran plus). De todos modos, de una cuestión sí estoy plenamente convencida: hay muchos prejuicios hacia el tema, tanto en lo relativo a los chicos (que si generación botellón, que si falta la mili…) como a los profesores (que si son demasiado blandos, que si han suspendido a mi niño…). Por mi parte, ni creo que todos los jóvenes sean unos despreocupados (a veces lo que hace falta es capacidad para despertar su interés) ni pienso que los docentes sean peores que los de hace unas décadas (de hecho, siento una gran admiración por quienes se atreven a enfrentarse a una clase de alumnos con las hormonas revolucionadas).
Así pues, dejando a un lado la literatura juvenil, muchas veces me he alejado de libros ambientados en un instituto porque no me gustaba lo que encontraba. Y hasta me ponía de mal humor, ya que en cierto modo era como si los autores no se atrevieran a plasmar la verdad o tuvieran una visión distorsionada de la misma. Vuelvo a decir que comprendo que cada uno vea el asunto de una manera, pero digamos que, en pleno siglo XXI, determinados planteamientos resultan un poco caducos en comparación con lo que hay ahí fuera. Quizá por eso la mejor manera de abordar el tema es en manos de alguien que camina por los pasillos de un colegio todos los días y tiene la suficiente madurez para hacer un retrato fiel, esto es, un profesor.
Fernando J. López
Sinopsis
Marcos Álvarez es un adolescente de dieciséis años que acaba de matar a su padre con una máquina de escribir, además de herir gravemente a uno de sus hermanos. Un periodista, Santi, siente un gran impacto al leer la noticia: no conocía de nada al chaval, pero no comprende cómo se puede llegar a ese extremo y decide investigar para intentar reconstruir los días previos a ese fatal desenlace. Como el resto de la familia de Marcos se cierra en banda, no le queda otra que acudir al instituto, donde todos, profesores y alumnos, están consternados por la noticia. Sabían que el chico tenía problemas con su padre; no obstante, nunca se mostró violento y les cuesta creer que haya sido capaz de hacer algo así. A través de los testimonios de varios profesores y las charlas con alumnos, Santi tratará de averiguar si todo ocurrió como dicen los medios.Comentario personal
Fernando J. López me parece valiente por abordar un asunto como este: intentar hallar las causas de un suceso terrible, sin quedarse solamente en la superficie que transmiten los medios. Es increíble la cantidad de noticias similares que leemos en la prensa y, sin embargo, ¿cuántas veces nos interesamos por conocer el trasfondo, las motivaciones del agresor? No, lo habitual es quedarse en el simple «La gente está loca» y cruzar los dedos para que nunca nos pase a nosotros. Ojo, el autor en ningún momento pretende justificar los hechos, sino simplemente conocer, encontrar razones, descubrir si en su día a día se podía entrever algo. A mí me parece un planteamiento interesantísimo.
Con quienes sí habla el periodista son los compañeros de clase: unos defienden a su amigo, otros pierden la lealtad, y juntos conforman un retrato estupendo de la adolescencia española actual: emplean el lenguaje propio de ellos, hay grupos de chonismo y otros más sibaritas a los que les gusta el cine antiguo, algunos tienen blog, no falta el estudiante acosado… En definitiva, variedad y realismo, no se cae en el error de tacharlos a todos de vagos ni tampoco de convertirlos en las almas cándidas que no son (en esto último también me llevo muchas sorpresas en mi vida blogueril, al ver que algunos padres se escandalizan por lo que leen sus hijos cuando la calle está repleta de situaciones peores). Además, a veces también aparecen sus progenitores, lo que ayuda bastante a hacerse una idea más completa de cómo son.
Lo mejor de todo es la cercanía de esta representación, porque el IES Rubén Darío es un centro de Madrid, de España, un instituto de clase media como el que hay en tu barrio o en el mío. Sin bailes de final de curso, sin clases de educación física en las que se ofrecen mil deportes distintos, sin animadoras, sin Kellys ni Michaels (y con Meris, Adrianes y Ahmeds), con botellón, móviles con cámara y mala educación (a veces). Un fiel reflejo de nuestro sistema educativo, de nuestros chicos, de nuestros profesores. Quizá las mentes más conservadoras se escandalizarán ante algunos temas (el libro no se limita a la trama de Marcos, sino que también entra en otras esferas, como la homosexualidad y el racismo), pero yo creo que no se puede pedir más y tenemos que sentirnos afortunados por poder disfrutar de una reproducción tan brillante como esta.
En lo relativo al estilo, Fernando J. López tiene una prosa directa, amena, con lenguaje asequible y cuidado. Cuando conviene, plasma perfectamente la voz de los adolescentes, lo que por desgracia no ocurre a menudo (las novelas en las que todos los personajes se expresan igual abundan demasiado, ay…). La corrección, teniendo en cuenta lo que se ve por ahí, también está genial. Y qué decir del ritmo: con ese misterio y el perfecto entramado de las pistas, el libro no se puede soltar (aunque tampoco es un thriller a lo Dan Brown, entre otras cosas porque ahonda mucho en todos los aspectos).
Conclusión
Sin lugar a dudas, merece la pena leer La edad de la ira. Con un planteamiento atrevido y, en cierto modo, transgresor, el autor nos adentra en las extrañas de los centros de secundaria españoles, sin olvidarse de lo bueno ni de lo malo que hay en ellos. Probablemente muchos temas no serán aptos para personas tradicionales; no obstante, el realismo y el valor que tiene para lanzar su crítica me parecen sus mayores atractivos. Además, lo narra todo de una manera clara y con gancho, es un libro muy cuidado en todos los aspectos. Leedlo, no os arrepentiréis.Mi valoración: 9/10