Dicen que se puede conocer la edad de un árbol contando las anillas concéntricas del tronco. El árbol que había sobre la tumba de mi padre tenía mi edad. Mi madre lo plantó cuando yo vine al mundo, justo el mismo año en el que mi padre murió en un accidente de tráfico. La visión de aquel manzano en la finca me perturbaba. Era como contemplar un árbol genealógico a la inversa, como una esquela de hojas caducas. Cuando cumplí los dieciocho años cogí el hacha y lo talé en finas láminas redondas como vinilos. Coloqué una al azar en el tocadiscos. Para mi sorpresa, el tronco tenía diecinueve anillas concéntricas. En el primer surco pude escuchar las promesas de mi padre y los llantos de mi madre. Cuando la aguja saltó al segundo surco escuché un sonido seco, como de crujir de huesos. U! n leve quejido y el sonido de una azada removiendo la tierra. En el resto de anillas se escuchaba el sonido de los grillos y las plegarias de mi madre. Dicen que se puede conocer la edad de un árbol contando las anillas concéntricas del tronco, aunque para poder verlas, hay que cortarlo. Texto: Manuel Espada