"La edad de Plata fue de Oro", por Enrique Alcatena

Publicado el 06 octubre 2010 por Lanuez
Por una cortesía de nuestro amigo Gabriel Zárate (El lector de historietas) accedemos a este artículo de lujo escrito nada menos que por el maestro Enrique Alcatena , como ponencia del Congreso “Viñetas Serias” realizado hace un par de semanas, su opinión es erudita y da pie para la polémica y reflexión. ¿Qué define una "edad artística", qué la delimita y si habrá nuevas formas de sistematizar su estudio para que sea mas cercano o justo que hablar sólo  de "Edad de oro, plata o bronce"?.






Con ustedes el maestro Quique Alcatena...
LA EDAD DE PLATA FUE DE ORO

El concepto de una Edad de Oro nos llega desde la antigüedad clásica, y tan subyugante es que la cultura occidental no ha conseguido sustraerse a él desde entonces. Hesíodo fue el primero, allá por el siglo VII a.C., en hablar de ella, en sus Trabajos y días, como de una época luminosa y primigenia, regida por el dios Cronos, en la que los hombres eran inmortales y virtuosos, y vivían en feliz armonía. Pero, como todo, esa utopía acabó cuando Zeus destronó a su padre Cronos, dando así comienzo a la Edad de Plata, menos idílica que la anterior. Desde entonces, se han sucedido otras eras, cada una menos lustrosa, más cerril, que la anterior; así la humanidad ha pasado de la de Plata a la de Bronce, de ésta a la Heroica (que cantara Homero en sus epopeyas), y por último, a la infame Edad de Hierro en la que aún vivimos. La misma idea, la caída del hombre desde un pasado sublime, aparece en Platón, en Ovidio y sus Metamorfosis, en Virgilio y sus Geórgicas, y ha sido un tema recurrente de las artes, sobre todo las pictóricas, desde el Renacimiento en adelante.

Es llamativo que encontremos el mismo concepto de ciclos de progresiva degradación no sólo en la cultura grecorromana, sino diseminado por todo el orbe, desde los “soles” de las civilizaciones precolombinas mexicanas a los yugas de la India védica, lo que habla claramente de un arquetipo atávico profundamente arraigado en la psiquis humana, en el spiritus mundi del que hablaba W. B. Yeats, inspirándose en la tradición hermética esotérica. “Todo tiempo pasado fue mejor”, reza el dicho popular; y permítasenos otro lugar común, pero no por eso menos elocuente: “los únicos paraísos son los paraísos perdidos”.
A primera vista, esta farragosa introducción mitológica podrá parecer pretenciosa y divorciada del tema que nos convoca, que no es otro que celebrar un período del cómic norteamericano muy bien delimitado cronológicamente, y el desarrollo que el género de superhéroes tuvo en el mismo. Pero creemos que es válida; primero, porque las expresiones “Edad de Oro del Cómic” o “Edad de Plata del Cómic” son universalmente aceptadas tanto por los seguidores como por los artistas y estudiosos del cómic en los Estados Unidos de América; segundo, porque, en cierta medida, en realidad no estamos haciendo otra cosa que hablar de mitología.
En este caso, no de aquella urdida por Grecia y Roma, y que ha inspirado a los creadores más notables de Occidente, desde Joyce a Goya, de Racine a Velázquez, de Debussy a Shakespeare; sino de una más modesta quizás, a veces ramplona, pero que abreva en la misma sed por lo maravilloso. Al fin de cuentas, el pensamiento mítico es una de las facultades más poéticas y profundas de nuestra mente, y traducir el universo que nos rodea en símbolos potentes y sobrecogedores, un acto de la imaginación que ya realizaban los pintores de las cuevas de Altamira. El mismo acto, natural, seguramente inconsciente, llevado a cabo por Siegel y Shuster cuando concibieron a Superman, o cuando Bob Kane hizo lo propio con Batman, en la segunda mitad de la década del ‘30, inaugurando... la Edad de Oro.
...más allá de lo entrañables que eran los mystery men, de los innegables destellos de originalidad y vigor expresivo, la casi totalidad de la producción de esa década está signada por cierta crudeza gráfica, una narrativa elemental y fórmulas repetitivas (con las notables excepciones del Plastic Man de Jack Cole, el Spirit de Will Eisner y, en menor medida, del Captain America de Joe Simon y Jack Kirby y el Captain Marvel de Bill Parker y C.C. Beck).

No es la intención de esta diatriba subestimar el legado de la “Golden Age”. Fue en ese período, que según los especialistas va desde fines de los años ‘30 hasta principios de los ‘50, que el comic-book se consagró como medio y objeto de consumo, complementando a la más prestigiosa (y redituable, para los autores) comic-strip. La gramática básica de la revista de historietas americana fue definida en esos años, también, así como el predominio del género superheroico. Predominio que de ninguna manera eclipsó a otros géneros que también contaban con el apoyo del público lector, mayoritariamente infantil, como el western, el humorístico, el romántico, el detectivesco, etc. Pero, más allá de lo entrañables que eran los mystery men, de los innegables destellos de originalidad y vigor expresivo, la casi totalidad de la producción de esa década está signada por cierta crudeza gráfica, una narrativa elemental y fórmulas repetitivas (con las notables excepciones del Plastic Man de Jack Cole, el Spirit de Will Eisner y, en menor medida, del Captain America de Joe Simon y Jack Kirby y el Captain Marvel de Bill Parker y C.C. Beck). Este reinado de personajes superpoderosos y encapotados naufragó a principios de los ‘50; de la hecatombe sólo sobrevivieron, a duras penas y muy deslucidos, los mascarones de proa de DC Comics, Superman, Batman y Wonder Woman.

Fueron años aciagos para el género, y para la historieta en general: el macartismo y la caza de brujas también se habían cernido sobre el medio, y tampoco ayudó la campaña de desprestigio que emprendió el bien intencionado pero nefasto Fredric Wertham, quien denunció, en su libro La seducción del inocente, el efecto pernicioso de los modernos medios de comunicación, y particularmente de los cómics, sobre la conducta de los niños, y su directa relación con el incremento de la delincuencia juvenil. Esto motivó la creación de una comisión de investigación del Congreso estadounidense contra la industria del cómic, y la eventual formación del Comics Code, organismo de contralor y censura del material publicado. Los vilipendiados enmascarados languidecieron durante esos tiempos de oprobio, y salvo los tres emblemáticos personajes a los que hicimos referencia, el consenso era que sólo se había tratado de una moda pasajera. Pero las modas van y vienen, sobre todo cuando se conjugan las circunstancias favorables, el azar, y algún que otro visionario talentoso.

Quizá el término de “visionario talentoso” suene demasiado ampuloso si lo aplicamos a uno de los editores más notables de esos años, pero si a alguien le cabe, es a Julius Schwartz. Editor de pulp-magazines, uno de los fundadores del fandom de la ciencia-ficción, agente y representante de escritores del género, algunos de los cuales después desarrollaron una ilustre carrera, como Ray Bradbury o Alfred Bester, este hombre del Bronx dio el puntapié inicial, un poco por casualidad, a la Edad de Plata. A mediados de los ‘50 DC Comics, un poco a la deriva como todas las compañías que publicaban historietas, estrenó un título, Showcase, en el que se presentaban nuevos personajes: la idea era que, de resultar exitosos, éstos serían después promovidos a su propio título. Ninguno había obtenido, hasta el momento, mayor reconocimiento, pero esto cambió dramáticamente en octubre de 1956, cuando, luego de una charla editorial en la que, según se cuenta, los participantes se habían devanado los sesos tratando de adivinar qué concepto concitaría el esquivo y caprichoso gusto de los lectores, alguien tuvo la peregrina idea de resucitar a los superhéroes.
Fin de la primera parte
Segunda parte.
Tercera parte.
Cuarta parte.