Después de recibir la sentencia del Lazarillo me puse manos a la obra para rematar el libro de La domadora. Lo había terminado apresuradamente para presentarlo al concurso y, desde entonces, no lo había vuelto a mirar. ¿El motivo? Me daba pavor descubrir los errores con los que me había atrevido a presentar mi obra delante de un jurado. Cerrar los ojos para no ver los fallos, por pueril que suene, me ahorraría la vergüenza, con sus obsesiones y pesadillas, hasta el momento del dictamen y, a fin de cuentas, era algo que no podía arreglar hasta entonces.
Corregir da pereza, mucha pereza, pero terminar un libro también produce ilusión así que, una vez había tomado la decisión, me puse a ello. Por supuesto había erratas (y no dudo que, aún tras la corrección, no se me haya escapado alguna). Mejoré la redacción de algunos párrafos, o eso pretendí, y añadí algún detalle. Le eché horas, aunque es tal la concentración que el tiempo se pasa sin darse cuenta. El golpe con la realidad sobreviene al levantar la cabeza, cuando una descubre no solo la hora que es sino que, además, está agotada. A veces es un House hipoglucémico el que me saca de mi abstracción al acercarse a preguntarme si esa noche no se cena.
Debía buscar la ilustración de portada del libro. Tenía que ser una imagen lo suficientemente antigua como para estar libre de derechos de autor, lo que suponía un factor limitante, había algunas preciosas que, por desgracia, no cumplían esa propiedad. Encontrarla no fue fácil. Láminas de elefantes había a millones pero ninguna me enamoraba. Finalmente, y gracias a las portadas de viejas revistas, encontré lo que quería: una ilustración vintage del Nature Magazine de Junio de 1932 firmada por Chevez Lange que es la primera que ilustra esta entrada. ¿Verdad que es bonita?
Gracias al iPhoto, al Vista previa y al Painter edité la imagen para adaptarla a los requerimientos de mi portada para la autoedición. Parece complicado pero no es así, con cada programa es fácil realizar algún paso e imposible, al menos para mí, que no soy muy ducha en estas lides, llevar a cabo otros, pero el uno suple los defectos de los otros. Mi técnica se basa en combinar lo que sé hacer en cada uno por el método del ensayo y error, y de estos últimos hay muchos. No obstante, al ser este el séptimo libro que me autopublico, ya tengo algo de manejo (no demasiado pero me apaño).
El texto también necesitaba procesarse para acomodarlo al tamaño del libro, pequeño y de bolsillo, algo fácil de llevar para leerlo en cualquier parte. Eso significaba una nueva revisión del manuscrito con el ineludible hallazgo de nuevos fallos. Por desgracia, los ajustes de última hora pueden alterar la disposición de todo lo demás. Cada capítulo ha de comenzar en una página impar para que así quede a la derecha a la hora de leerlo. Una palabra más, solo una, pero mal medida, sin tener en cuenta el resto, puede aumentar la cuenta en una página y, de ese modo tan tonto, dar al traste con lo ya organizado. Cuando eso se descubre después de cargar el archivo, diseñar la cubierta, escoger las características del libro y revisar las 190 páginas que lo componen, una a una, dan ganas de gritar de rabia.