Así, cada uno de nosotros recibe lecciones de estos tres metros. Nunca saldrá bien educado, ni se hallará en armonía consigo mismo, el discípulo que tome de ellos lecciones contradictorias; sólo se encamina a sus fines y vive en consecuencia aquel que vea conspirar todas aun msimo fin y versarse en los mismos puntos; éste solo estará bien educado.
De estas tres edcuaciones distinttas, la de la naturaleza no pende de nosotros, y la de las cosas sólo en parte en nuestra mano. La única de que somos verdaderamente dueños es la de los hombres, y esto mismo todavía es una suposición; porque ¿quién puede esperar que ha de dirigir por completo los razonamientos y las acciones de todos cuantos a un niño se acerquen?
Por lo mismo que es la educación un arte, casi es imposible su logro, puesto que de nadie pende el concurso de causas indispensables para él. Todo cuanto puede conseguirse a fuerza de diligencia es acercarse más o menos al propósito; pero se necesita suerte para conseguirlo." Rousseau. Emilio.
La educación es un arte y su logro es casi imposible. El Emilio debe ser leído siguiendo esta premisa, si no se hace así, no se entiende absolutamente nada. El libro de Rousseau es una ficción (interesante), pero también son ficciones cualquier legislación educativa, y más lo son cuanto más detalladamente dicen lo que hay que hacer. La diferencia entre el libro de Rousseau y las legislaciones educativas, es que el primero no obliga a nada las segundas sí.
Que la educación sea un arte según los términos de Rousseau significa que es obra humana, y que en la medida que somos causa de ella podemos modelarla, pero además obra humana sobre un material más difícil de moldear que el de las cosas. Las educación que depende de las cosas, quizá sea la más útil de todas por una sencilla razón, porque elimina el pensamiento mágico en mayor medida que en las anteriores. Los materiales de los que están hechas las cosas obligan a familiarizarnos con lo que las cosas son necesariamente. Pero lo que depende de los hombres tiene una trampa que Rousseau no dejará de denunciar, y es que nuestra naturaleza tiende a satisfacer todos los deseos que en mayor o menor grado somos capaces desde que nacemos y mientras las cosas nos ayudan a delimitar nuestros deseos, las voluntades del resto de los humanos nos invitan en la medida que se doblegan a la propia a romper esos límites.
Por esto mismo Rousseau acostumbra a Emilio a relacionarse principalmente con las cosas a entender las relaciones necesarias, y retrasar lo máximo posible la relación entre voluntades, de hecho Rousseau intenta que los más pequeños traten con sus semejantes como si de cosas se tratara (capaces de afecto, sin duda, pero no como sujetos capaces de doblegar).
En nuestra época, y como producto de la gran capacidad productiva, las cosas que nos rodean quedan subordinadas más que nunca al "arte de las relaciones humanas". Rousseau, a pesar de las críticas que ha recibido, está más de actualidad que nunca, porque si algo se necesita es que los más pequeños "no se olviden" de las relaciones necesarias que han de aprender con las "superficies" de los objetos que le rodean. Pero la gran capacidad productiva que resulta en objetos que han de ser consumidos terminan siendo, por el arte humano, por la necesidad de que sean consumidos, en simulacros. Simulacros como valoraciones ínfimas. La expasión del deseo hasta límites infinitesimales. La solución de Rousseau radica siguiendo el modelo que el mismo presupone, el de un tiempo en el que los individuos no necesitaban al otro para sobrevivir, pero si convivían con ellos y lograban una armonía en el que la comunidad efectivamente educaba. Y el arte mismo era la expresión artística en forma de melodías y dibujos que servían para reconocer y renovar lo que son. Retorno a todo lo que hace nación o pueblo, o comunión de voluntades.
Pero la capacidad productiva aumenta cuando los individuos aúnan sus esfuerzos para la producción de cosas y objetos, las melodías y los dibujos se tornan en jingles y imágenes (eikasías platónicas). El lamento de la pérdida de valores se oye en cualquier esquina, y los pedagogos se suman a la producción de jingles e imágenes.
La solución pasa entonces por la cerrazón que la comunión de voluntades supone o la dispersión de los simulacros de valoraciones. El arte humano pretende reorganizar esto, pretende reorganizar la forma de valorar. Pero no hay forma de reorganizar esto más que manteniendo una tensión entre las tres causas de la educación, y en una sociedad compleja no hay forma de que las comunidades pierdan su unidad, y que las valoraciones ínfimas cansen a los individuos.
El primero tiene como ideología toda forma de nacionalismo que se empeña en mantener unidos lo que no lo está, la segunda es llenar el mundo del producto que crea la falsa ilusión y confianza de que los simulacros de valoraciones se tornarán en realdad, es decir, el dinero. Respecto de lo primero la única solución que es factible es reducir la unidad a la que verdaderamente tiene sentido las acciones singulares de los individuos (independencia para todos), respecto de los segundo que nadie se apropie de lo que crea valor, a través del acto humano singular de poner precios, (dependencia entre todos).
La tensión de la modernidad en términos políticos que representa Rousseau y que Kant pretende resolver, encuentra en ellos y en Rousseau como hemos visto una forma de plantear de nuevo el problema para vislumbrar errores del presente.