Intentando ser lo más objetiva posible y sin caer en la esquizofrenia, y teniendo en cuenta que soy funcionaria de la administración local desde hace 21 años (lo cual, reconozcámoslo, es un hándicap para este artículo), voy a incidir en el estilo de las diferentes formas de reivindicación de los trabajadores.
Las más comunes, se identifican con la manifestación, la concentración, la cacerolada, y la estrella de todas, que es la huelga. Ésta última ha sido muy utilizada en años anteriores, y normalmente para conseguir logros laborales importantes. Y prácticamente todas, ejercidas mayoritariamente por los trabajadores de la empresa privada. En estos tiempos de crisis, la huelga deja un vacío demasiado grande en el bolsillo del trabajador y es utilizada como un último recurso.
Al participar en una huelga o en una simple rebelión, siempre subyace un temor, más o menos controlable por quien lo sufre y más o menos justificado en función de quien lo genera. No es lo mismo unirse a una manifestación de los trabajadores de Ford España que hacerlo con los funcionarios de cualquier administración. Y más aún, cuanto más pequeña es esa administración.
En los 21 años que soy funcionaria, he visto ensalzar y destronar a funcionarios en función de quién estuviera al frente de la Alcaldía o de la Concejalía. No importa el partido de que se trate, todos actúan así. Los funcionarios lo aceptamos como parte del juego, nos resignamos a ello, y unas veces lo disfrutamos y otro lo sufrimos. El ciudadano lo entiende menos, y casi nunca se entera.
El argumentario para ello es que el político se fía más si sabe que el funcionario que está al frente es más afín. Puede pasar en todos los terrenos de la vida. Pero eso no justifica que estando más cerca o más al frente, el funcionario sea más competente. No está proporcionalmente relacionado. Y a la vista de la cantidad de asesores que tienen nuestros políticos, está claro que los funcionarios cada vez deben ser menos de fiar, que no menos competentes.
Una de las tantas consecuencias de esto es que se acaba perdiendo la perspectiva y también uno de los mayores fundamentos de la función pública: garantizar que sea quien sea el político que esté al frente, gracias al funcionario que cumpla con su deber, se harán las cosas de acuerdo a la ley. Me ahorro los comentarios sobre esto...
Y vuelvo al inicio de este artículo: las diversas formas de protesta o reivindicación. El temor a verse machacado como castigo a un comportamiento fastidioso del que se pone en la picota o de alguno de sus colaboradores cercanos, y/o sufrir la persecución laboral es una de las razones para utilizar el anonimato. Y también, en muchos casos, para el insulto fácil y grosero, para la calumnia y/o la difamación, o la denuncia de un hecho grave que casi nunca se puede demostrar.
En las manifestaciones, caceroladas, concentraciones, la arenga se fundamenta en la llamada de atención, en el slogan ocurrente o recurrente, hiriente, sarcástico o sencillamente interpretable. En la mayoría de los casos, insultante. Se puede entender, puesto que llegados a ese punto, los nervios, la impotencia o el disgusto ya han hecho perder muchos buenos modales, y también, porque la masa acaba insensibilizándose y necesita fuertes choques para reaccionar.
Por eso, un correo enviado a varios facebook personales, entre ellos el mío, por alguien que se hace llamar "dudas que corroen", planteando una serie de preguntas sobre el funcionamiento interno municipal tras un recorte más en el salario y prestaciones en mi ayuntamiento, me ha llamado especialmente la atención. Obviamente, se teme una represalia, que justificaría el anonimato; se busca la complicidad en la reivindicación; se tiene información dificilmente demostrable; y se sabe que otros también están en el mismo caso.
En su correo privado me contaba que había enviado el mismo correo a otros compañeros, para que se publicase en sus muros. Que necesitaba que se le diera difusión para que los feisbuqueros lo compartieran y pudieran seguir planteando esas cuestiones y conseguir "amigos" que conocieran sus dudas, y que a su vez pudieran compartirlas en el mismo lugar.
Lo difundí, pues podría firmar cada una de sus dudas, pero también lo hice, en gran medida, porque no había palabras mal sonantes ni insultantes, y eso no es lo común en los anónimos. Las palabrotas, tacos, descalificaciones, etc., etc., suelen ser el denominador común de ése que se ampara en el anonimato para dar rienda suelta a la ira o al miedo, y no sabe que la educación puede ser compatible.
No era este el caso. La agresividad que suele respirarse en estos manifiestos es bastante alta. El vocabulario agresivo, inadecuado o cuestionable parece que consigue alcanzar mayores apoyos. Y se olvida que unos planteamientos correctos, por muchísima duda o inquietud que produzcan, pueden formularse con corrección.
Y según mi gusto personal, prefiero seguir a alguien que es capaz de levantar el interés y el apoyo general mediante la ausencia de agresión y violencia. Seguramente será alguien más inteligente que aquellos que arrojan arengas de desagradable lectura o escucha, que distorsionan el contenido del mensaje y cierran la puerta de una posible negociación.
Como dijo en clase un día mi profesor de la Escuela Internacinal de Protocolo, Vicente Cutanda: para negociar con éxito es necesario hacerse respetar, y lo tendrás más fácil si consigues ser un elegante h.d.p...