Paloma, solitaria y aburrida, no logra ningún tipo de empatía con nadie, salvo con Renée, la conserje del prestigioso inmueble parisino en donde vive, que para su sorpresa, resulta ser una mujer brillante camuflada bajo la humilde vestimenta y su oficio de portera y mandadera de los demás.Su manera tosca y huraña al tratar a los exquisitos inquilinos, contrasta con la nobleza de sus sentimientos y la capacidad de análisis que tiene para cualquier forma del arte, hechos que no son más que un triste aliciente para contrarrestar su soledad y la inesperada viudez.
Previo a que se dé ese fantástico encuentro entre Paloma y Renée, suceden dos hechos importantes que conllevan al mismo. El primero tiene que ver con la muerte del crítico gastronómicoPierre Arthens (que viene de la novela anterior Rapsodia gourmet, un detalle estupendo de la intertextualidad manejada por la autora). Dice Paloma en uno de los capítulos presentados como “Ideas profundas”: “¡Alto es el precio cuando se lleva una doble vida! Cuando caen las máscaras, porque sobreviene una crisis –y, entre los mortales siempre hay momentos de crisis– ¡la verdad es terrible! Mirad por ejemplo a Pierre Arthens, el crítico gastronómico del sexto, que se está muriendo… es un malvado de los grandes”; el segundo hecho que en definitiva las pone frente a frente, es cuando un nuevo y misterioso hombre se muda al prestigioso condominio, siendo éste quien con su amplia cultura, descubre las sendas joyas que Paloma y Renée llevan por dentro.
Muriel Barbery endilga a sus personajes características únicas, siendo unas de las principales, una mente prodigiosa y una cultura avasallante. No obstante, la niña y la portera, esconden sus virtudes, tal como si protegieran el mejor de los tesoros. No alardean de sus capacidades sino para sí mismas: Paloma, por la fuerza propia de la incipiente adolescencia, que en momentos pudiera confundirse con arrogancia, simplemente se esconde, y Renée, tras su máscara de conserje, calla o se hace la tarada.
Los referentes culturales de ambas a lo largo de La elegancia del erizo, pasan por artistas como Vermeer, y filósofos y escritores como Propp, Kant, Tolstói y Proust.Días antes de que falleciera Pierre Arthens, éste llama a la puerta para pedirle un favor a Renée y mientras le va dictando las instrucciones, la conserje le encuentra parecido a un personaje de “En busca del tiempo perdido, obra de un tal Marcel”, piensa.
La elegancia del erizo va desarrollándose con frescura a través de una apasionada reflexión sobre la vida y la muerte; la soledad y la amistad, y los placeres más sencillos que pueden hallarse en cualquier detalle por ínfimo que sea.Para Paloma, pasar desapercibida como una niña normal es complicado: “Hay quien podría pensar que resulta fácil hacerse pasar por alguien con una inteligencia normal, como yo, a los doce años se tiene el nivel de una universitaria de una facultad de dificultad superior. Pero no, en absoluto. Hay que esforzarse mucho por parecer más tonto de lo que se es”, y para Renée no es menos cierto la misma situación: “Ser pobre, feay, por añadidura, inteligente, condena en nuestras sociedades a trayectorias sombrías y desengañadas a las que más vale resignarse lo antes posible. A la belleza se le perdona todo, incluso la vulgaridad. La inteligencia ya no se ve como una justa compensación de las cosas...”
Así se va hacia el final esta estupenda novela, con situaciones y momentos que llaman a la reflexión y con un desenlace no menos triste, inesperado y cautivador, justo cuando las cosas se estaban encaminando hacia lo que siempre habían deseado conseguir en aquel condominio frívolo e impersonal Paloma y Renée. La elegancia del erizo es divertida, inteligente y un canto a la buena narrativa. Ojalá que la adaptación cinematográfica le haga honor al texto.