No se le afea el rostro ni el alma a Valeria cuando destila falacias a troche y moche. Con su carita cenceña, delgada como un junco, esa expresión beatífica en su faz, parece más un inocente gorrión callejero que una ladrona fogueada en el arte del escamoteo y el fraude. Por los pueblos castellanos vende ungüentos milagrosos para recuperar el cabello extinguido, un amor perdido o la salud valetudinaria, la que palidece día a día y consume los pellejos para arrimarte peligrosamente a las puertas del final de la existencia. Subida en su carreta, tirada por dos bueyes hastiados de participar en sus delitos por esas interminables travesías, vocifera ella muy grandilocuente, como si los enigmas más irresolubles le hubiesen sido revelados durante una noche pletórica de profecías.
Valeria no se apiada ni de niños ni de ancianos. Los ignaros, zoquetes, crédulos y analfabetos son su carroña predilecta. Huye despavorida Valeria cuando en su camino se topa con gentes de letras precavidas ya de charlatanes, supercherías, facinerosos y falsos aduladores. Moneda a moneda Valeria va amasando una discreta fortuna. Ya desde niña demostró grandes cualidades para la interpretación. Pelucas, postizos, vestidos de alto copete o indumentaria de faena agrícola, Valeria es una experta en deformar la realidad para adaptar su apariencia a las necesidades del trabajo en ciernes. Viaja sin descanso, mutilando personalidades ficticias como si fueran hierbajos silvestres que hubiese que segar. Hoy es Valeria, una muchacha italiana que perdió a sus padres en un incendio pavoroso. Mañana, una huérfana desvalida que sobrevivió a los horrores de una guerra
cruenta más allá de las fronteras de Afganistán. Su imaginación corre pareja a su descaro, para asombro de los pacatos ilusos que se tragan sus patrañas mientras enjugan sus ojos lacrimosos a causa del relato desgarrador que revela sin ambages la embustera. Una vez comulgados sus feligreses, es fácil invocar a la piedad de esos corazones entregados a la misericordia. Le compran remedios para revertir el envejecimiento, defenestrar la desdicha y el mal de ojo o para amasar riquezas en cuestión de días, todo ello embalado con guirnaldas muy festivas, servidas en linimentos o jarabes de dudosos resultados para combatir catarros y anemias.Concluido el festín de artimañas ignominiosas Valeria retorna a su carreta para sembrar nuevas engañifas allá donde le lleven esos bueyes hastiados de su compañía nefaria.