La fierecilla domada
Elisabeth de Baviera
Catalina Schratt nació el 11 de septiembre de 1853 en la ciudad austriaca de Baden bei Wien. Hija de un panadero, desde pequeña sintió una profunda vocación artística. A pesar de que sus padres intentaron en muchas ocasiones persuadirla de lo contrario, Catalina consiguió su sueño y pasó sus primeros años como actriz viajando por Alemania, Estados Unidos, el Imperio Ruso y finalmente Austria. En 1879 se casó con un aristócrata húngaro, Nikolás Kiss de Ittebe, al que le dió un hijo llamado Anton, y del que se separó poco tiempo después. Años antes había debutado en el Stadttheater de Viena con gran éxito. Corría el año 1873 y Catalina había sido invitada a interpretar La fierecilla domada en una función de gala con motivo de la conmemoración del veinticinco aniversario de la subida al trono del emperador Francisco José. Aquella fue la primera vez que se veían. Pasarían diez años hasta su siguiente encuentro público. Fue en 1883, cuando Catalina disfrutaba de gran éxito. El teatro de la corte, el Burgtheater, la había contratado para interpretar una obra llamada Pueblo y ciudad. En aquella ocasión, y como era costumbre entre los nuevos artistas contratados por el teatro, Catalina, junto con el resto de actores, fue presentada a la pareja imperial. Francisco José tenía entonces cincuenta y tres años y Catalina tan sólo treinta pero congeniaron desde la primera mirada. Dos años después, Catalina no sólo tuvo el gran honor de actuar ante la pareja imperial y el zar Alejandro III sino que ella y otros artistas fueron invitados a cenar con tan ilustres invitados. Fue en ese momento cuando Catalina conoció personalmente a la emperatriz Elisabeth. Un retrato muy especialEmperador Francisco José
Hacía mucho tiempo que el amor de novela que había iniciado la relación entre Francisco José y Elisabeth había desaparecido. La joven princesa bávara nunca asumió ni aceptó su papel en la corte de Viena y el amor fue desapareciendo. El enamoramiento que no se preocupó de ocultar Francisco José hacia Catalina no era el primero que sentía el emperador. Había tenido otras relaciones extraconyugales pero aquella joven actriz fue del agrado de Elisabeth para ocupar su lugar en el corazón del emperador y mantenerlo lo suficientemente ocupado como para poder huir de palacio y refugiarse en su poesía, sus viajes y su soledad. La aceptación de Catalina se mostró abiertamente cuando Elisabeth ordenó la realización de un retrato de la actriz. No sólo eso, sino que se presentó con el emperador en el taller del artista cuando se encontraba retratándola. Pero lejos de ser una situación violenta, con ese gesto Elisabeth mostraba a las nuevos amantes su aceptación de los hechos. La compañera del emperador Desde entonces el emperador empezó a frecuentar la compañía de Catalina en su villa Frauenstein, cerca del pequeño pueblecito de Saint Wolfgang, observándola des del patio de butacas del teatro real o en el mismo palacio imperial de Schönbrunn donde era invitada por la propia emperatriz.