El sábado pasado estaba con María José y mi madre en Alcobendas. Me detuve con ellas junto al escaparate de la librería Quevedo para contarles algo que me ocurrió, más bien, que no me ocurrió, hace muchos años. Acababa de salir la obra "Los conjurados" de Jorge Luis Borges, creo que en 1985, y se encontraba allí, ante mí, en el escaparate que a día de hoy sigue igual, pero con otros libros. No compré Los conjurados pensando, como siempre, que ya habría tiempo más que de sobra de adqurirlo en otra ocasión y que, en definitiva, se trataba de un escritor vivo. Así es como me perdí la oportunidad de tener una primera edición de Borges, que poco después fallecería para ser inmortal. Lo que no hice, sin embargo, fue perderme el festín de buena parte de su Biblioteca Personal, que apareció en los quioscos a finales de los años 80. De entre todos aquellos prólogos debo destacar el que dedica a la Eneida. Hoy sólo presento aquí el texto. No voy a comentar nada, pero debéis saber que este prólogo da para un libro. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE El prólogo a la Eneida escrito por Jorge Luis Borges: Publio Virgilio Marón: La Eneida Una parábola de Leibniz nos propone dos bibliotecas: una de cien libros distintos, de distinto valor, otra de cien libros iguales todos perfectos. Es significativo que la última conste de cien Eneidas. Voltaire escribe que, si Virgilio es obra de Homero, éste fue de todas sus obras la que le salió mejor. Diecisiete siglos duró en Europa la primacía de Virgilio; el movimiento romántico lo negó y casi lo borró. Ahora lo perjudica nuestra costumbre de leer los libros en función de la historia, no de la estética. La Eneida es el ejemplo más alto de lo que se ha dado en llamar, no sin algún desdén, la épica artificial, es decir la emprendida por un hombre, deliberadamente, no la que erigen, sin saberlo, las generaciones humanas. Virgilio se propuso una obra maestra; curiosamente la logró. Digo curiosamente; las obras maestras suelen ser hijas del azar o de la negligencia. Como si fuera breve, el extenso poema ha sido limado, línea por línea, con esa ciudadosa felicidad que advirtió Petronio, nunca sabré por qué, en las composiciones de Horacio. Examinemos, casi al azar, algunos ejemplos. Virgilio no nos dice que los aqueos aprovecharon los intervalos de oscuridad para entrar en Troya; habla de los amistosos silencios de la luna. No escribe que Troya fue destruida; escribe Troya fue. No escribe que un destino fue desdichado; escribe De otra manera lo entendieron los dioses. Para expresar lo que ahora se llama panteísmo nos deja estas palabras: Todas las casas están llenas de Júpiter. Virgilio no condena la locura bélica de los hombres; dice El amor del hierro. No nos cuenta que Eneas y la Sibila erraban solitarios bajo la oscura noche entre sombras, escribe: Ibant obscuri sola sub nocte per umbram No se trata, por cierto, de una mera figura de la retórica, del hipérbaton; solitarios y oscura no han cambiado su lugar en la frase; ambas formas, la habitual y la virgiliana, corresponden con igual precisión a la escena que representan. La elección de cada palabra y de cada giro hace que Virgilio, clásico entre los clásicos, sea también, de un modo sereno, un poeta barroco. Los cuidados de la pluma no entorpecen la fluida narración de los trabajos y venturas de Eneas. Hay hechos casi mágicos; Eneas, prófugo de Troya, desembarca en Cartago y ve en las paredes de un templo imágenes de la guerra troyana, de Príamo, de Aquiles, de Héctor y su propia imagen entre las otras. Hay hechos trágicos; la reina de Cartago, que ve las naves griegas que parten y sabe que su amante la ha abandonado. Previsiblemente abunda lo heroico; estas palabras dichas por un guerrero: Hijo mío, aprende de mí el valor y la fortaleza genuina; de otros, la suerte. Virgilio. De los poetas de la tierra no hay uno solo que haya sido escuchado con tanto amor. Más alla de Augusto, de Roma y de aquel imperio que a través de otras naciones y de otras lenguas, es todavía el Imperio. Virgilio es nuestro amigo. Cuando Dante Alighieri hace de Virgilio su guía y el personaje más constante de la Comedia, da perdurable forma estética a lo que sentimos y agradecemos todos los hombres. Jorge Luis Borges, Biblioteca personal.