En esta nota me voy a referir a mi terrible envidia de los británicos, que aumenta cada día que pasa, a un excelente artículo y un extraordinario comentario, ambos aparecidos en la misma edición de La Vanguardia, la del sábado 25 de julio 2015.
Empiezo por el final y me refiero primero al comentario, porque es realmente excepcional. Uno de los colaboradores habituales de La Vanguardia que más admiro es el notario Juan-José Lopez Burniol, que en un artículo titulado “sobre un texto de Fifo” que trataba sobre los nuevos actores indignados de la política y como introducción, hacía un resumen de lo que ha ocurrido en política y política económica desde el fin de la década de los ochenta en el mundo, en Europa y en España, que considero admirable por lo bien que lo describe de manera sintética en un espacio relativamente muy corto, y que reproduzco a continuación.
””El desencadenante del actual proceso se halla en la caída del sistema comunista, que hizo creer a los líderes occidentales que había llegado el fin de la historia, que la economía de mercado y el sistema de democracia representativa se extenderían sin trabas por todo el mundo, y que, con el pretexto de la liberalización, se podría acometer un proceso de desregulación que haría posible la ocupación de buena parte de las instituciones públicas por entidades privadas, como culminación de la última fase de las relaciones entre el Estado y el sistema capitalista, en la que este suplanta a aquel. Y el lógico desenlace de toda esta deriva ha sido una crisis económica gravísima. Ante esta situación, la reacción europea se ha centrado exclusivamente en cuadrar los números, cargando los costes de la crisis en las clases medias y populares. En España, la devaluación interna (recortes salariales y en las prestaciones del Estado de bienestar), que favorece las exportaciones, ha sido muy severa y ha ido acompañada por un aumento escandaloso de las desigualdades sociales, una corrupción rampante y una pérdida creciente de confianza en los partidos políticos, por considerarlos en relación de connivencia, cuando no de colusión, con el establishment.””
Mi terrible envidia de los británicos crece cada día, pero hubo un día en que pegó un salto descomunal, que fue cuando el pasado 8 de julio Andy Murray fue eliminado del torneo de Wimbledon, y si he tardado más de dos semanas en comentarlo ha sido porque no es bueno escribir con un cabreo mayúsculo encima. En septiembre del año pasado Escocia voto en referéndum su posible independencia y se decidió por continuar siendo parte del Reino Unido. Andy Murray es escocés y se comprometió muy a fondo con la campaña a favor de la independencia, incluyendo conferencias al alimón con Salmond, el entonces Primer Ministro de Escocia. A pesar de ello desde el primer partido que jugó en Wimbledon el público británico le animó a rabiar y cuando en semifinales fue descalificado al perder frente a Federer, recibió una inmensa ovación. Aquí, en el Imperio Español del siglo XVI, y por haber adoptado posturas ni de lejos tan claras como las de Andy Murray, como simplemente cubrirse con una bandera catalana o haber clavado una bandera catalana en el césped del Camp Nou, deportistas catalanes han sido groseramente insultados e incluso silbados sin descanso jugando con la Roja. El Reino Unido es un país civilizado. España no es un país civilizado sino una….., aquí cada uno que ponga lo que quiera porque si lo pongo yo igual me paso.
La actitud de los soberanistas escoceses y catalanes es casi idéntica, pacífica y democrática, y si algo los distingue es que los escoceses están más unidos que los catalanes. La razón por la que ambos procesos han seguido caminos opuestos está en la capital del país. En Londres gobierno y oposición actuaron democrática e inteligentemente y ganaron la batalla, aunque todavía no la guerra, consiguiendo además que el ruido internacional provocado por el problema fuese mínimo. En Madrid gobierno y oposición actuaron y actúan como una panda de profundos estúpidos que no utilizan su cerebro inteligentemente ni a la fuerza, y se limitan a aplicar, y a hacer aplicar a los españoles, los métodos medievales que ha usado siempre el Imperio Español cuando una colonia se ha sublevado aunque sea de forma pacífica.
Para completar mi cabreo, y precisamente desde la mencionada semifinal de Wimbledon, parece haberse exacerbado la reacción imperial contra el soberanismo, aunque para mí ya está más que claro que con la excusa del soberanismo aprovechan para descargar su odio contra todo lo catalán, circunstancia que a los inútiles de nuestro gobierno y oposición, lejos de preocuparles la incentivan y animan por las razones electorales de siempre: atizar a Catalunya da votos.
Estas últimas semanas además parece haberse iniciado una campaña mediática como las que desde el inicio del problema tienen por objeto que nadie en Madrid conozca la realidad detrás del problema catalán, que informa machaconamente que quien no quiere dialogo alguno es Mas, cuando no se ha negado nunca a reunirse con alguien, cuando ha repetido hasta la saciedad que está dispuesto al dialogo en cuanto tenga algún interlocutor, y cuando en Madrid sería extremadamente difícil encontrar un líder político de cualquier tipo o cualquier tendencia que no haya repetido hasta la saciedad que él con soberanistas no se sienta a dialogar.
Hay un personajillo en especial que ha rizado el rizo de la vileza. Se trata de José Precedo, periodista de El País, que en un artículo titulado nada menos que “El día que el Rey supo que Mas no daría marcha atrás en la secesión” del 25 de Julio, en medio de mucha porquería hace como Revilla, el Presidente cántabro y se autoproclama portavoz de lo que discutieron el Rey y Mas en su audiencia, no ya como si él hubiese estado allí, sino como si él hubiese estado moderando la reunión, y tiene la falta total del más mínimo rastro de vergüenza de afirmar que en dicha audiencia el Rey se dio cuenta y fue consciente por primera vez de que Mas no dará un paso atrás ni está dispuesto al dialogo. Lo curioso es que en la página de Linkedin de este impresentable, como descripción de su actitud profesional afirma: “El periodismo consiste en contar lo que algunos no quieren que se sepa. Y a poder ser, después de haberlo contrastado, aunque cueste un poco más de tiempo y llegues más tarde”. Al revés lo dice para que lo entendamos.
Mientras en Madrid se empeñen en tratar el asunto sin un gramo de inteligencia y al modo Imperial, más aún cuando empiezan a hablar de tomar medidas drásticas sin importarles las causas, las razones y la extensión del problema, el desastre está asegurado.
Adjunto el excelente artículo del que hablaba al principio que es de Pilar Rahola, se titula “El Verbo Amenazar”, y se refiere también a la antiquísima mentalidad imperial con que se analiza y gestiona el problema desde Madrid, pero, como siempre ella lo explica mejor que yo.