La epidemia masónica

Publicado el 08 febrero 2016 por Habitalia
En el año que cumplo perteneciendo a nuestra orden debo decir que una situación me ha sorprendido mucho negativamente, situación de la que oigo a mis hermanos quejarse y que cada cierto tiempo veo un trazado que la aborda en alguno de los foros internacionales, por lo que llego a la conclusión de que es generalizada.

Me refiero a los hermanos inconstantes, los silentes o dormidos; esos que adornan nuestras nóminas logiales pero no nuestros templos, y que cuando logras contactarlos e indagar la razón de su lejanía, te hablan de desencantos, desilusiones, de lo que esperaban recibir en la masonería y que nunca llegó.

Hermanos, estos no son masones. Es común en un masón sacar el pecho y alzar la frente al mencionar los nombres de los ilustres hombres que dibujaron la sociedad de hoy y que tenemos el honor de llamar hermanos, pero pocas veces nos sentamos a analizar que hacia diferente a estos individuos.

La respuesta es simple, eran hombres cuyo carácter los obligaba a dar antes de recibir, a ser catalizadores, a no poder estar callados o tranquilos cuando hay algo torcido que puede ser enderezado, hombres que llegaron a nuestra orden con las mismas exageradas expectativas que la historia le carga al hombro, pero al darse cuenta de que era una sociedad de humanos, defectuosa por naturaleza, no sintieron desilusión ni perdieron el empuje, se dedicaron a hacer crecer la orden sabiendo que el trabajo realizado y la convivencia con los hermanos serían el motor de crecimiento del individuo y serviría también con entrenamiento para que, llegado el momento, ese espíritu de cambio y entrega se expandiera más allá del templo.

El hermano que hoy se queja de que no recibe instrucción, desde una silla con vista a una gran biblioteca, posee una cualidad que lo hace inmune al fuego, impermeable al agua, ajeno a la tierra e incapaz de sentir un fresca brisa, una cualidad opuesta a los valores masónicos, la misantropía.

De nada vale llevar un anillo con la escuadra y el compás, cerrar tu firma con los tres puntos, o hacer alarde de unos dígitos si tu ausencia e indiferencia te hacen perder la característica esencial de un masón: que tus hermanos te reconozcan como tal.

El conocimiento no es luz si no ilumina a quienes te acompañan en el viaje de la vida, por eso en nuestros ritos es a veces más importante un ágape que una cátedra, virtud y ciencia deben ir de la mano o el templo construido no resistirá ninguna prueba.

G. Smester