“la epístola perdida” (lost letter)

Por Orlando Tunnermann


Llegó la petición de matrimonio quince años después, cuando Viviana, cansada de esperar a que Armando se decidiera a rasgar las telarañas de sus devaneos y requiebros sin puerto donde amarrar, ya había contraído nupcias con Jesús, un zapatero de Carmona que la pretendía regalándole rosas frescas cada semana y poemas románticos dignos de una epopeya griega. La carta definitiva, la que lacraba con fuego sus palabras grandilocuentes e intenciones probas de convertirse en el esposo fiel y leal que atendería todos sus caprichos, quien colmaría de besos su cuerpo rubicundo y bordaría su piel de arrumacos, caricias y ternura, esa carta quedó adherida a las simas de un buzón malagueño que estaba fuera de servicio. Allí quedó el cadáver de sus núbiles propósitos, amalgamado a la mugre y el óxido herrumbroso, polvo de polillas en descomposición y un silencio de oscuridad sepulcral. Quedó la carta nupcial allí arrumbada, junto a treinta epístolas más que nunca vieron la luz del sol reflejado en los ojos cerúleos de la bella Viviana. Allí, en aquel receptáculo amarillo de carcasa de metal podrido, las depositó una a una un cachazudo y botarate funcionario de prisiones llamado Nicolás un 13 de Septiembre de 1936.
Pensó Armando que al no recibir respuesta, Viviana declinaba así tan hidalgas aspiraciones. Nunca la llamó, no insistió, se convirtió en agridulce remembranza de un amor incipiente que se estrelló en su camino hacia cotas celestiales por culpa de un buzón fuera de servicio. Le escribió aquella carta preñada de sueños desde su Málaga natal, donde cumplía condena por un robo que jamás cometió. Nunca pudo susurrarle a Viviana que, tras las rejas gélidas y recias de acero, en la garganta de un calabozo que hedía a mortandad prematura, lo único que le daba fuerzas para seguir viviendo era el recuerdo del olor a lavanda de su piel recién perfumada, la turgencia de sus senos prominentes y las curvas angostas de sus caderas morenas, el sabor dulzón de sus labios del color de las frambuesas maduras y el azul mediterráneo de sus ojos cerúleos. Armando falleció el pasado mes de Enero. Se lo llevó La Parca con nombre de neumonía. Dicen que antes de fenecer sus labios esbozaron una dulce sonrisa postrera y susurraron unas palabras que sonaban a delirio de moribundo: Viviana, ¿quieres casarte conmigo?