Tenía objetivos claros para los ciudadanos: la estabilidad moral, la preservación de las buenas costumbres y la permanencia de lo socialmente correcto, buscando la supresión del mal gusto, las conductas escandalosas y todo aquello que afectara la pulcra moral de los ingleses. Cintas como Wilde (1997), uno de los escritores más brillantes de la época pero que escandalizó por su sexualidad es un fiel reflejo de la época.
En cuanto a la ciudad, Londres parecía ser el centro del mundo, con la tecnología ampliando las posibilidades de la humanidad y con todas las cosas nuevas reemplazando a toda velocidad a las viejas, una ciudad en la encrucijada entre el pasado y un nuevo y naciente futuro. Una ciudad grande y dura con una nueva y atrevida arquitectura que se superponía sobre la vieja como el Tower Bridge, uno de los muchos ambiciosos proyectos que los victorianos llevaron a cabo en la época.
Pero a pesar de todo su brillo y prestigio, Londres era también una cloaca en la que se escurrían todos los delincuentes de la sociedad. Posee una oscura y siniestra elegancia, que la convirtió en uno de los escenarios de famosas películas y monstruos clásicos de terror como Jack el Destripador, Drácula, el Hombre Lobo, el Dr Jekyll y Mister Hyde o Frankenstein. Todos ellos son personajes aterradores que vivirían su apogeo en esta época victoriana y en los comienzos del siglo XX, alcanzando niveles nunca vistos de calidad y sofisticación.
Los cineastas se han dejado seducir, una y otra vez por esos relatos que hablan de pasiones reprimidas, conductas censurables e ineludibles códigos de honor. Han quedado atrapados por personajes que se rebelan al entorno, que se atreven a desafiar las reglas o bien, que terminan sofocados por criterios inflexibles, logrando obras inolvidables.