La Postmodernidad ha sido interpretada desde diferentes lecturas: como una era relativista, del vacío o del consumo sin medida. Pero seguramente la lectura más apropiada de nuestra situación más actual es caracterizar nuestra época como la de la aceleración. Postulamos que existe una autonomía individual y al mismo tiempo la hacemos imposible al acelerar la vida y no dejar la posibilidad de gestionarla de forma reflexiva y estructurada.
Como expone el filósofo alemán Hartmut Rosa la aceleración es el equivalente a la promesa religiosa de la vida eterna: en el mundo premoderno, dominado por la tradición, las cosas procuraban quedarse tal como habían sido siempre y los cambios se realizaban lentamente de generación en generación. En la Postmodernidad que vivimos, se ha pasado de un ritmo intergeneracional a un ritmo intrageneracional: los ciclos de la vida familiar hoy duran menos que la vida de un individuo: divorciarse, volverse a casar...
En el mundo laboral, los trabajos pasan a un ritmo más rápido que las generaciones: un Norteamericano con estudios superiores cambia de media once veces de trabajo. Estamos además también presionados en el mundo empresarial por el denominado Capital impaciente : que busca sólo rendimiento a corto plazo y cuya permanencia en las empresas es por tiempo limitado, mientras puedan extraer la rentabilidad requerida. Para posteriormente migrar sin contemplaciones a otras empresas o territorios que les proporcionen mejores réditos, dejando como residuos el sufrimiento y las desestructuraciones sociales y personales.
Hartmut Rosa nos indica que antes el padre antes le decía al hijo: "el mundo es tuyo"; en la actualidad le dice :"ahora las cosas están así, pero preparaté para el cambio". Los jóvenes saben que el mundo cambia muchas veces en el transcurso de una sola vida. Esto provoca la "aceleración del ritmo de vida", que define como el aumento del numero de episodios de acción o experiencia por unidad de tiempo: intentamos hacer cada vez más cosas en un tiempo dado. Comemos fast food, hacemos speed dating o discursos de elevator pitch. Procuramos evitar los tiempos de pausa. Todo pasa como si aumentaremos la velocidad de la vida en ella misma.
Pero por otro lado sentimos cada vez más la decadencia de la fiabilidad de las experiencias: tenemos muchas experiencias pero no tienen significación en la configuración de nuestra subjetividad e identidad. Disminuye el tiempo que hay que dedicar a hacer cosas cotidianas pero al mismo tiempo tenemos siempre la sensación de falta de tiempo. Tener abundancia de tiempo más que un signo de bienestar es, al contrario, un signo de exclusión.
En esta era acelerada por desgracia, la política se ha vuelto situacionista: es defensiva y desacelerada. No propone sino que reacciona como puede a los cambios. La política ha perdido su leivmotiv de motor del cambio social. Cada esfera económica o social funciona de forma aceleradamente autónoma, sin existir una estructura centralizada ni un principio legitimador e integrador social. Todo va tan deprisa que disloca cualquier ideología estructurada de mejora. Tenemos la posibilidad de hacer cada vez más cosas: ver más canales de televisión, más páginas de internet, disfrutar de más aplicaciones. Y en consecuencia tenemos menos tiempo para seguir cualquier opción, para vincularnos con el contexto.
Como expuso el psicólogo Kenneth Gergen la vida se ha convertido en un "océano de exigencias": al final del día, los individuos se van a dormir con un sentimiento de culpabilidad porque no llegan nunca a acabar de hacer todas las cosas de la lista de tareas que se han propuesto hacer. Para Hartmut Rosa la salida a toda esta era de la aceleración pasa por tratar de guiarse por los "momentos de resonancia": darse el tiempo necesario para familiarizarse con el entorno con el que se vive, con la gente con la que nos integramos, con las herramientas que utilizamos. Se trata de proteger y crear esa sensación de resonancia que sentimos con la naturaleza cuando contamos los pasos al pasear tranquilamente por el bosque y oímos nuestra respiración; cuando escuchamos fragmentos de música y nuestra alma resuena en nosotros mismos o cuando conversamos con un grupo de amigos y nos integramos empáticamente con ellos.
Contrariamente a lo que nos han enseñado, tener tiempo para nosotros es signo de bienestar y modelo de vida buena. Como sabiamente dijo Baltasar Gracián : "lo único que realmente nos pertenece es el tiempo. Incluso aquel que nada tiene, lo posee".