La era Trump

Publicado el 23 enero 2017 por Daniel Guerrero Bonet
No queda más remedio que soportar el mandato de Donald Trump, flamante presidente de los Estados Unidos, confiando en que no permanezca mucho tiempo en la Casa Blanca.Desde el mismo instante en que juró su cargo, la sociedad norteamericana se rompía en dos sectores: los que apoyan al recién elegido y los que lo rechazan. Si eso sucedía el primer día, ¿qué no pasará cuando empiece a hacer de las suyas, tal y como ha prometido? Los optimistas están convencidos de que este bochornoso presidente no completará su primer mandato porque, tarde o temprano, dará motivos para un proceso de impeachmentque lo obligará dimitir. Y los pesimistas creen que será tan grande el destrozo que ocasionará con sus mentiras y equivocaciones, a escala nacional e internacional, que la mayoría de la gente se arrepentirá de haberle votado y no lo apoyará para un segundo mandato. Sea quienes fueren los que tengan razón, no queda más remedio que asumir que asistiremos a una era Trump caracterizada por el retroceso en derechos, el retroceso en libertades, el retroceso en normas comerciales, el retroceso en política internacional, el retroceso en protección del medio ambiente, el retroceso en el respeto a las minorías, retroceso económico, retroceso cultural y retroceso en todo lo que se consideraba progreso, justicia, seguridad y equidad. Esa será, como parece, la impronta de la era Trump: retroceso en todos los ámbitos.
Su primer discurso como presidente es toda una muestra de lo que será su gobierno: populismo, nacionalismo y providencialismo enervante. El empresario multimillonario se cree ajeno a las élites y piensa que es parte del “pueblo” al que promete devolver el poder que le ha arrebatado un establishment político radicado en Washington. El “obrero” Trump representa al pueblo llano y abomina de los suyos, los ricos. Para ello, presenta una visión “distorsionada de la historia norteamericana” con la que puede identificar enemigos que justifiquen las medidas que piensa implementar: proteccionismo contra la globalización, nacionalismo contra la inmigración, supremacía blanca contra los hispanos, los negros y los musulmanes, el inglés como única lengua sin concesiones a otros idiomas, privatizaciones contra ayudas públicas, machismo y misoginia contra la igualdad en la sociedad, amiguismo contra el mérito, etc. Y como hizo durante la campaña electoral, no duda en mentir y proferir falsedades con tal de no reconocer sus equivocaciones y metidas de pata.
Así, su primer acto como presidente fue visitar a la Agencia Central de Inteligencia (CIA), el servicio de inteligencia al que acusó de airear pruebas falsas de que los rusos habían pirateado el ordenador de su contrincante, Hillary Clinton, practicando una injerencia que le ha beneficiado. Incluso había comparado la Agenciacon los nazis por elaborar un informe que recogía supuestos lazos comprometedores de Trump con Moscú e indicios de un espionaje con el que podrían chantajearle. De todo ello dejó constancia Donald Trump en su cuenta de Twitter. Sin embargo, ahora como presidente lo niega y acusa a la prensa de tergiversar sus palabras, como cuando acusó a Barack Obama de no ser norteamericano.
Un presidente que recurre a la mentira, al engaño, a la promesa fácil y a la manipulación nunca podrá ser un buen presidente ni una persona que merezca la más mínima confianza. Menos aún cuando su comportamiento parece movido por un ego insaciable que le hace creerse providencial, la única persona capaz de arreglar los problemas de su país y del mundo, sin tener experiencia en la gestión pública, siendo un completo ignorante del funcionamiento de la Administración, sin ningún contacto con la política real más allá de sus relaciones con la extrema derecha mediática e incapaz de rodearse de miembros cualificados para conformar su Gobierno que puedan resaltar, por contraste, su mediocridad ególatra.
Como dijo una representante mexicana en la Marcha de Mujeres que se celebró en Washington, junto a otras en Nueva York, Chicago, Boston, Atlanta, Berlín, Londres, Sidney o Ciudad del Cabo, en contra del magnate convertido presidente: “Esperemos que el mundo no retroceda 300 años con la llegada de Trump”. Eso: esperemos que la era Trump acabe pronto.