Alarcos, lugar de batalla, de leyenda, de caballeros, de historia en todo sentido y etapa. De todo ello quedó desprendida una ermita, la cual embauca a quien entra en ella por los rayos de sol que buscan bañar su interior a través de su rosetón, creando en algunos momentos del día una sensación cálida y mágica en su interior.
La ermita de Alarcos, nombre que recibe de la propia villa, es la última reminiscencia que quedó de este impresionante yacimiento. Inicialmente fue mandada construir por Alfonso VIII, pero la derrota sufrida en el mismo lugar frente a los Almohades en 1195 supuso su destrucción. La posterior campaña de Las Navas de Tolosa en 1212 reponía la honra perdida en batalla y permitía reconstruir la ermita, acogiéndose al estilo gótico cisterciense (en su interior).
Su reconstrucción y recuperación no se dio en un solo periodo. Si en principio se recuperó en el siglo XIII (conservando de este siglo el ábside y el arco de la entrada), muestra cambios constructivos del siglo XIV. En el siglo XV recibe la mayoría de sus elementos (siendo algunos regalos de los Reyes Católicos) como son sus capillas laterales o su altar.
De 30 metros de largo y 15 de ancho, cuenta con una planta de cruz latina (basilical) y tres naves que se separan mediante pilares (semicolumnas) que soportan los arcos apuntados. El punto de conexión entre el pilar y el arco (capitel) está decorado con elementos felinos y figuras humanas. Estos elementos decorativos guardan una semejanza bastante llamativa con los que aparecen en la iglesia de Santiago Apóstol de Ciudad Real (al igual que el artesonado mudéjar).
Embaucará la mirada de cualquier visitante que acceda a ella su enorme rosetón de tracería que cuenta con 19 lóbulos de rosetas (o estrellas). La luz solar intenta a diario invadir el interior, logrando 19 victorias pero sufriendo numerosas retiradas hasta la llegada de la noche. La caída del sol también baña de encanto su interior y exterior.
La ermita de Alarcos es el último rastro del intento de repoblar la villa por parte de Alfonso VIII, pero todo esfuerzo sería en vano. El declive poblacional fue inevitable (lugar de derrota, cerro de altas temperaturas, problemas políticos y económicos…etc.) y en el siglo XVII sería abandonado. Para evitar que la zona quedara yerma de población, Alfonso X fundó Villa Real (Pozo de Don Gil anteriormente) donde se reubicó la población e incluso se llevaron allí algunos elementos constructivos de Alarcos, como la portada original decorada con ángeles y querubines (de influencia bizantina) que fue situada en la iglesia de Santa María del Prado.
Así llegaba el punto y final de Alarcos, que aun así sufrió alguna desgracia más, siendo quemada la ermita en 1809 por las tropas napoleónicas y perdiendo la figura de la virgen de Alarcos en 1936 (restaurada posteriormente). Esta serie de causas hacen que su artesanado original no se conserve. Sería en 1980 cuando se nombró Bien de Interés Cultural.
La romería que todos los años tiene lugar allí se celebra el lunes de Pentecostés, celebrándose desde el domingo y bajando la imagen de la Virgen de Santa María de Alarcos a la iglesia de San Pedro el día 1 de mayo. El domingo de Pentecostés la imagen es subida de nuevo a la Ermita, celebrándose a la conocida romería.
La Ermita de Alarcos es la última luz de un pasado lleno aún de interrogantes en el yacimiento. Visitar la ermita, su belleza arquitectónica y el juego de las luces y sombras es algo que a nadie dejará indiferente, pero está rodeada de una historia aún más lejana que hará aún más interesante la visita.
A tan solo 8-10 kilómetros de Ciudad Real (carretera Piedrabuena-Ciudad Real) y de fácil acceso, es un punto obligatorio que añadir a la agenda.
Carlos Albalate Sánchez
Fotos de Elena Mora Navas; Blog Imaginatio